La película Los dos papas, no la de ficción sino la real, llegó a su fin con la muerte y exequias de Benedicto XVI. No más intrigas palaciegas sobre cómo es (era) la convivencia entre el guardián de la doctrina y su sucesor, Jorge Bergoglio, el reformista venido del fin del mundo a quien los cardenales que lo votaron le encomendaron una “limpieza” de las estructuras non sanctas de la curia y la administración vaticana, y también que le pusiera coto al escándalo de los abusos sexuales perpetrados por clérigos que desprestigia a la institución bimilenaria.
En los pasillos vaticanos –reconocen sacerdotes argentinos que viven en Roma- hay una sensación de descompresión tras ocho años de coexistencia cercana entre un pontífice y otro emérito con visiones diferentes de la Iglesia. Nada quita que esta calma chicha post mortem de Joseph Ratzinger desate próximas tempestades, sobre todo cuando Bergoglio pise a fondo el acelerador de la reforma organizacional de la Curia romana y decida finalmente la salida de arzobispos y cardenales que militan en las filas conservadoras y han intentado -y seguirán intentando- presionar para que Francisco renuncie y hacer que su eventual sucesor no dé continuidad a su legado.
Georg Gänswein, el secretario privado del papa recientemente fallecido, ha reconocido que Ratzinger renunció en febrero de 2013 al pontificado a raíz de los “lobos” que lo acechaban y por no poder soportar presiones semejantes a un “tsunami por encima, por debajo, al lado” que hacían imposible ir contracorriente cuando uno opina distinto. Hoy son otros los lobos que están activos y amenazan con ponerle freno al envión reformista de Bergoglio. En esa manada, Gänswein también aparece.
El arzobispo alemán de 66 años y prefecto de la Casa Pontificia desde el 7 de diciembre de 2012 figura en una lista extraoficial de colaboradores papales a reubicar. No por edad, dado que el límite canónico que obliga a renunciar es 75 años, sino por algunas bombas mediáticas que Gänswein lanzó en los últimos meses, pero particularmente tras el fallecimiento del papa emérito y que plasmará en un libro de autobiográfico de inminente aparición. También porque se lo sindica como el operador en las sombras para que un grupo de cardenales ultraconservadores intentara “utilizar” a Ratzinger para desestabilizar a Bergoglio; maniobra a la que Benedicto XVI nunca se prestó.
En ese libro, que adelantó en una entrevista al diario alemán Die Tagespost, Gänswein admite que quedó “en shock” cuando en 2020, Francisco le encargó que dejara a un lado sus ocupaciones en la Casa Pontificia para cuidar de Benedicto XVI; orden papal que interpretó como un recorte de poder y lo convirtió -según en él lo define- en un “prefecto reducido a la mitad”. También molestó en la Casa Santa Marta, donde reside el pontífice, que el arzobispo dijera que Bergoglio le provocó “un dolor en el corazón” a Ratzinger con su decisión de restringir la misa tradicional en latín, que el papa alemán había reestablecido años antes.
Aunque Bergoglio haya entregado su carta de dimisión al pontificado apenas asumió el 13 de marzo de 2013, en su intención más íntima está abdicar –lo ha dicho- solo si las fuerzas físicas lo hacen flaquear y no pudiera mantener firme el rumbo de la barca eclesiástica; esa que desde su llegada navega en las aguas de un proceso de reforma que se volverán más turbulentas ante los inminentes cambios, promociones, pedidos de renuncias y salidas por edad o por perfiles que no encajan con el francisquismo.
Francisco ha desplazado a la gran mayoría de los ultraconservadores que conspiran contra su papado y sus reformas estructurales; pero estos siguen activos, rosquean desde afuera e influyen a modo de lobistas avezados. El más notorio es el estadounidense Raymond Burke, abierto partidario de Donald Trump y uno de los cuatro purpurados que en 2016 desataron la guerra contra Bergoglio firmando una dubia que cuestionaba al papa por su posición flexible a dar la comunión a las personas de fe católica, divorciadas y vueltas a casar.
Otro de ls firmantes de aquel documento es el alemán Walter Brandmüller, quien recientemente volvió a reclamar un cambio en las normas vaticanas de elección del papa para “impedir” la llegada de “otro Bergoglio”. La lista de críticos se amplía con el alemán Gerhard Müller, exprefecto de Doctrina de la Fe; el italiano Carlo María Vigano, exnuncio en Estados Unidos; y el guineano Robert Sarah, considerado entre los papables del ala conservadora en un futuro cónclave.
El reordenamiento curial de Francisco tiene varios arzobispos y cardenales en capilla, aunque no pertenecen al sector de los díscolos a su pontificado. Entre ellos aparecen el canadiense Marc Ouellet, quien tiene 79 años –cuatro más de lo permitido- y sigue al frente del Dicasterio para los Obispos; o el italiano Stefano Zamagni, quien está a punto de cumplir 80 años y su salida de la presidencia de la Pontificia Academia de Ciencias es inminente.