En la misma semana en la que aparecieron afiches promocionando al jefe de Gabinete Juan Manzur como presidenciable bajo el nombre papal Juan XXIII y al embajador Daniel Scioli al final lograron sacarle que está si lo llaman, Alberto Fernández se lanzó a la pileta de la campaña. De máxima, espera que haya agua para su reelección; de mínima, potenciar su figura en la mesa aún no convocada del Frente de Todos (FdT), con el cristinismo sin silla prevista, para la estrategia electoral que se viene. Por debajo, además, subyace el objetivo del plan ReinvindicAr: rescatar lo que considera logros de su gestión, una administración que fue atravesada por una inédita pandemia, una guerra y una interna doméstica.
Sobre este nuevo Fernández, apuntó un todoterreno bonaerense: "No lo veo tan afuera de lo que sucede, políticamente hablando". Como ya contó Letra P, el cambio se actitud se produjo el 14 de diciembre, cuando celebró el tercer aniversario de gestión unos días después de lo que marca el calendario. "Le vaciaron el acto", fue el reproche al kirchnerismo en la Casa Rosada por la ausencia no solo de la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner, sino también de todo dirigente de ADN K. No fue, por caso, el ministro Eduardo de Pedro, pero tampoco ningún gobernador por fuera del tucumano Osvaldo Jaldo. Fue el puntapié del operativo para defender su administración, no solo frente a la oposición, también ante las críticas internas.
"Alberto está haciendo lo que dijo en aquel acto", analizan en un despacho. ¿Qué había dicho? "Me voy a poner al frente de Todos para que en 2023 el presidente o la presidenta que asuma sea uno de nosotros". No es algo demasiado distinto a lo que ya venía argumentando por aquellas fechas cuando esquivaba preguntas por la reelección, temática que genera escozor en el Instituto Patria. Incluso el mandatario se permitió parafrasear a la CFK de 2016, que prometió: "Voy a hacer todo lo posible para que en 2019 otro argentino llegue a la Casa Rosada para representar el mandato popular". La semana pasada hubo una reunión del Jefe de Estado con 60 intendentes y este miércoles hubo otra. El reunionismo promocionado con fotos e información se mantiene en una agenda albertista que, hasta no hace mucho, citaba a las roscas en la Quinta de Olivos sin que nadie se enterara.
La novedad no es tanto la postura albertista sino la sostenibilidad con el correr de los días. No es la primera vez que el Gobierno busca oxigenar la figura presidencial con exposición, frente a contados antecedentes exiguos porque estallaba alguna interna que obligaba a cambios de timón. Desde mediados de diciembre, abrazado a la agenda K, Fernández se subió a la pelea contra Justicia, en general, y la Corte Suprema, en particular; pero el batifondo institucional aplacó que el verdadero blanco de la Casa Rosada es Horacio Rodríguez Larreta y la coparticipación porteña. El alcalde es candidato puesto para buscar suceder al actual mandatario. "Es muy difícil para Larreta hacer campaña en las provincias a las que les está quitando fondos", se entusiasman en Balcarce 50, donde creen que el golpe político, sumado al affaire de Marcelo D'Alessandro, pegó por debajo de la cintura del dirigente opositor.
Apenas arrancó 2023, Fernández volvió a desempolvar el contrincante que supo amalgamar al heterogéneo FdT: en el spot de campaña difundido el miércoles por la noche, un tono que en la administración albertista no disimulan, el Presidente volvió a apuntar contra Mauricio Macri, en la previa de que su antecesor presente este jueves su libro en Mar del Plata. Durante el ajetreado 2022, varias veces Fernández apeló al líder del PRO para limar asperezas internas.
Mientras tanto, enero habilitó a moverse a quien quiera ser el próximo jefe o jefa de Estado. Dentro del FdT también. Fernández no podía ser menos. Todos los preanotados manejan las mismas encuestas para permitirse soñar. En cuestión de marcas, el FdT como Juntos por el Cambio están en un supuesto empate técnico. Si eso es verdad, cualquiera podría ser presidente de pura carambola. Fernández conoce de eso.
Sin pensar en reelección, en el oficialismo admiten que la estrategia de hiperactividad presidencial, con actos de gestión concreta, apalancados por obras de los ministerios de Vivienda y de Obras Públicas, al menos sirve para mantener a Fernández con una cierta centralidad. El objetivo es evitar una licuación de poder entre las riendas de la economía a manos de Sergio Massa, que este miércoles sufrió un pequeño traspié con la inflación; y el núcleo duro de votantes que sigue a la Cristina Kirchner que pidió que otros tomen el bastón de mariscal este 2023.
La avanzada albertista no es celebrada en todo el Gobierno, sin necesidad de irse al Senado para escuchar reproches. En un ala de la propia Casa Rosada creen que la jugada es apresurada. "La gente está en otra, no solo por el verano. Primero hay que tener resultados económicos para mostrar, no es momento de lanzar una candidatura y ni siquiera insinuarla, incluso por el daño que puede generar adentro del Frente", opinan en un ministerio.