Daniel Osvaldo Scioli sabía que su nombre giraba como posible reemplazante de Matías Kulfas aquel afiebrado sábado por la tarde, en plena crisis del off-gate. No era una novedad: en cada vacante abierta por la interna del Frente de Todos en el gabinete de Alberto Fernández, en algún pasillo se mencionaba el nombre del entonces embajador argentino en Brasil. Así fue con el agujero en Desarrollo Productivo. "Se quedaron sin un candidato para la próxima", se mofan en su entorno. No sonará para un ministerio, pero ya está anotado para las PASO 2023 impulsada por el propio Presidente, aún con la sangre en el ojo por el ballotage 2015. Con un preaviso: jugará sólo si cuenta con el aval albertista.
Scioli estaba cómodo en Brasilia. Manejaba él mismo su propio minigabinete, con todas las carteras a su cargo. Como canciller de su parcela de país, limó asperezas con el presidente Jair Bolsonaro, el principal desafío que tenía, después de los cruces públicos no sólo políticos, también personales, que había mantenido con la Casa Rosada. Ignífugo a las llamas prendidas por el kirchnerismo durante sus ocho años de gobernador bonaerense, después de estar en el freezer como vicepresidente por orden de Néstor Kirchner, aprovechó su rostro inmutable para calmar al brasilero. Si bien siempre se mostró más cercano a Lula Da Silva, Bolsonaro lo llamó para despedirlo como embajador: le llevó una réplica de su lancha "La gran Argentina", con la que fue campeón mundial durante su época como parte del jetset menemista.
En la embajada, también hizo las veces de ministro propio de Turismo, una de las palabras que forman parte de su mantra: en abril recibió en San Pablo a Matías Lammens en la Feria WTM. Como si lo quisiera el destino, compartió con el renunciante Kulfas algunos actos en fábricas del conurbano bonaerense que exportan al vecino país. En Brasil, recibió a misiones de gobernadores que fueron a publicitar sus producciones locales y, en el camino inverso, organizó un roadshow de empresarios cariocas para que visitaran provincias argentinas. Unos 40 anduvieron por La Rioja a principios de este mes. Hasta se reunió, poco tiempo atrás, con la cúpula de la Unión Industrial Argentina (UIA).
Cómodo, lejos de la interna del FdT, seguía haciendo política a la distancia con miras a 2023. Después de la derrota contra Mauricio Macri y, a pesar de que algunos quisieron verlo jubilado, terminó en la lista de Unidad Ciudadana luego de conversar con Cristina Fernández de Kirchner. Fernández lo llamó y aceptó. Tanto la embajada como el ministerio, si bien sabe que no fue el Plan A para volver del exilio. En la quinta de Olivos, ese día estuvo Sergio Massa. Cerca del titular de Diputados decían que se habló de un megaministerio para su jefe, pero en la Casa Rosada acotan que el tigrense ofreció el nombre de José Ignacio de Mendiguren. "Le dio lástima la salida de Matías", aseguran en el entorno sciolista. Uno de los primeros mensajes con el cargo aceptado fue a quien será su antecesor.
Desde entonces, Scioli habló con todo el mundo. En el ministerio organizaron su bienvenida temprano: en la fachada de Diagonal Sur del edificio al que arribará, colgaron un cartel que rezaba "Esta casa es peronista y de UPCN". El saliente diplomático no sólo se había tomado una semana para hacer la mudanza: "Siguió con la agenda de embajador hasta el último día", contaron cerca de él. Desde que se oficializó como reemplazante, envió a dos delegados a analizar la herencia. Uno de ellos es Carlos Peralta, su secretario privado en la gobernación y exsubsecretario de Relaciones Económicas Internacionales del Ministerio de Producción provincial. En los pasillos de la cartera nacional, se lo apunta como su futuro jefe de Gabinete.
No lo acompañarán nombres resonantes de lo que se dio en llamar la "Ola naranja", prometen a su alrededor. Quien fuera su hombre de confianza, Alberto Pérez, está cómodo en el Banco Hipotecario. Por caso, otro sciolista, Martín Ferré, es director de esa entidad. "Estamos repartidos en el organigrama nacional", confiesa una de las personas que espera la Scioli-señal para desempolvar y actualizar el sueño presidencial. En broma, se autocalifican de "células dormidas".
En el pasillo que conducirá al despacho de Scioli habrá un par de oficinas, en los "lugares estratégicos", con gente de su máxima confianza, pero en las secretarias del organigrama que dejó Kulfas continuarán, en principio, los mismos nombres. Algunos de ellos tienen pasado sciolista, por currículum bonaerense. Ya habló con un par para garantizarles la continuidad: Ariel Shale (Industria) y Guillermo Merediz (Pymes). Como hizo en sus dos mandatos como gobernador, pondrá el foco en las pequeñas y medianas empresas. "Simbólicamente, a inversores de más de mil dólares los atiendo personalmente, porque son los que vienen a generar trabajo", es una frase que ya está repitiendo el exembajador.
Dos palabras definirán su mandato: gestión y comunicación. "Kulfas se mostraba como un técnico, Daniel será un gestionador", analizan en el ministerio, que ya se prepara como posible trampolín. El perfil del ministerio tomará altura. El exministro suele ser calificado como "albertodependiente"; su reemplazante, Scioli, tiene vuelo propio.