La madrugada agitada del 11 de marzo de 2022 DM (Después de Máximo) dejó al Frente de Todos con el viernes lleno de preguntas. Con la rebelión K liderada por el heredero de La Jefa, el fémur de la coalición peronista volvió a mostrar su fractura expuesta y le dio mayor nitidez a un escenario de crisis política -¿institucional también?- que hacía rato venía asomando con fuerza y dibuja un horizonte brumoso, cargado de incertidumbre, para el monstruo creado, justamente, en el laboratorio de la doctora Frankenstein.
Si a Alberto Fernández -nunca más que hoy, el presidente en ejercicio del poder que le queda, porque CFK últimamente solo aparece para repudiar piedrazos y, a la pasada, criticar al organismo con el que él está pactando- se le pararon de manos 41 de las 118 bancas que componen el bloque del FdT -se le escurrió, de un plumazo, el 34,75% de la potencia legislativa en una de las dos cámaras del Congreso-, ¿quién podría ser acusado de melodramático si identificara al jefe de Estado con la figura tan melodramática del Pato Rengo?
¿Es posible creer que el movimiento de pinzas que el peronismo no kirchnerista del Gobierno realizó para aislar el foquismo K y alinear al resto del universo de Todos y al grueso de la oposición detrás de la épica del acuerdo que evita la catástrofe haya, al final, fortalecido al Presidente?
¿Es razonable suponer que nació una nueva mayoría en la coalición gobernante bajo el liderazgo de Alberto Fernández, el producto de laboratorio sin estructura polítca que ni siquiera quiso armar una desde el despacho principal de la Nación?
¿Es dable imaginar a los artífices de esa presunta nueva mayoría interna trabajando para blindar a ese general sin tropa en vez de aprovechar el río revuelto para pescar con mediomundo propio?
¿La conferencia de prensa en modo "hombre de Estado" que ofreció este jueves al mediodía, con atril y todo, el presidente de la Cámara de Diputados, Sergio Massa, es una señal de renunciamiento a sus conocidas ambiciones o es todo lo contrario?
¿El jefe de Gabinete, Juan Manzur, tendrá paciencia para esperar su turno ahora que sacó chapa de jefe de la liga federal del poder territorial peronista trayendo de tierras adentro a una nada despreciable tropilla de gobernadores con sus votos parlamentarios bajo sus brazos?
¿Caben, en la estructura psicológica de esos caciques fibrosos y rebosantes de vitalidad política, cálculos que los lleven a reprimir la sed de poder para poner sus bríos al servicio de un proyecto reeleccionista que hoy se parece tanto a una quimera?
¿Qué extraña ingeniería cósmica debería producir el universo para que la rebelión de un tercio de la bancada oficialista en el minuto más trascendente de la era Todos se diluyera, las cosas volvieran a su cauce y la coalición gobernante fuera, de repente, una fuerza sólida que tirara del carro para un solo lado?
Si, como es lícito esperar, eso no ocurriera, ¿qué expectativas tendría el Presidente de que su primer mandato no fuera, inexorablemente, el único? (El maldito diario del lunes ridiculiza el jueguito de la reelección que jugó Fernández esta semana en José C. Paz)
¿Y del otro lado? ¿Cristina estará dispuesta a pagar el costo de matar a su criatura?
¿Con qué se quedaría el kirchnerismo si decidiese partir definitivamente del Frente de Todos? Como se sabe -lo sabe CFK, primero que nadie-, con ella no alcanza. ¿Creerá el heredero que es capaz de crear una nueva mayoría?
¿En alguna cabeza sin fiebre puede germinar la idea de que las facciones que fueron capaces de montar semejante show del desencuentro encontrarán la sensatez y la cordura para sostener el esqueleto enclenque del Frente de Todos en la provincia de Buenos Aires como para, al menos, no entregar la gallina de los huevos rotos?
Este viernes, preguntas. ¿Respuestas? Es mucho pedir.