GOBIERNO VS. GRAN HERMANO

No hizo falta Tinelli

El 21 de diciembre de 2000, en el estudio de Videomatch, el entonces presidente, Fernando de la Rúa, se consagró meme cuando, con una ráfaga de gaffes, hizo quedar corta la parodia que del mandatario hacía el actor Freddy Villarreal, que encarnaba un De la Rúa torpe y perdido. Después, en los años siguientes, Marcelo Tinelli explotaría el éxito del personaje -montado sobre el fracaso trágico del De la Rúa verdadero- en el ciclo Gran Cuñado, que satirizaba a la política encerrando al cotillón de sus principales figuras en una falsa casa de Gran Hermano. Ficción mamushka.

 

En la campaña para las legislativas de 2009, la política se metió hasta las orejas en el barro de la banalización. Los principales candidatos fueron parteners de sus copias en pasos de comedia inspirados en la máxima maquiavélica del fin que justifica los medios -Daniel Scioli y el ahora ascendente superministro Sergio Massa, por ejemplo, se peleaban a codazos por el orden de esa marquesina-. El rating se pagaba con el ridículo, que fue oro para uno de ellos: Francisco de Narváez dio el batacazo en la provincia de Buenos Aires -le ganó nada menos que a la dupla Néstor Kirchner-Scioli- repitiendo como un autómata “alica alicate”, un eslogan completamente vació de contenido cocinado al calor de las luces del set de Canal 13. Argentina, país generosísimo.

 

Amores y odios fueron matizando la relación del peronismo kirchnerista con Tinelli. En la última de sus curvas, ese camino sinuoso depositó al showman en la efímera Mesa contra el Hambre que tendió Alberto Fernández en el amanecer del gobierno del Frente de Todos, cuando el Presidente prometía que los últimos serían los primeros.

 

Más allá de esas idas y esas vueltas, el sector más K del peronismo siempre tuvo el decoro de evitar esos lodazales del grotesco tinelliano, justamente porque entendía que, más allá de ciertos réditos opinables y fugaces, ponía a la política, que solita suele hacer méritos para echarse tierra encima, en offsides de los que a veces resulta imposible volver -la jurisprudencia De la Rúa-. De hecho, Cristina Fernández de Kirchner supo batallar contra la CFK que componía la actriz Fátima Flórez y alguna temporada de Gran Cuñado fue devorada por dilaciones que se hicieron definitivas.

 

En la Argentina lisérgica de 2022, no hizo falta un Tinelli ni su Gran Cuñado para que la política y el peronismo kirchnerista -el presidente que el kirchnerismo supo conseguir, al menos- se metieran hasta las orejas en el barro resbaladizo que llena el sótano de la tele. Como canta Ricardo Mollo en el clásico de Divididos, el burrito sencillo fue solito al corral.

 

Fernández no fue capaz de calmarse antes de instruir a su vocera para que entablara una discusión pública con Alfa, un señor que decidió, por su propia voluntad, encerrarse en la casa de fantasía de Gran Hermano y, echado en un sofá, acusó de coimero al mandatario.

 

Tampoco pudo respirar y reflexionar antes de mandar a su abogado a advertirle a Alfa que el jefe de Estado lo empujaría a los tribunales si no se retractaba.

 

Tampoco la almohada logró tranquilizarlo para que frenase al letrado antes de que ejecutara, a la mañana siguiente, la orden que le había dado acaso en el clímax de su estallido de furia.

 

Más: un día y medio después de esa explosión de cólera, le puso su propia voz al culebrón y, en la mismísima televisión, llamó “energúmeno” a su oponente impensado y ratificó y fundamentó todo lo anterior.

 

Ergo, la decisión del Presidente de embadurnarse hasta las orejas con el barro pegajoso del absurdo terminó siendo, más que el efecto no deseado de un cuadro de emoción violenta, un plan ejecutado con premeditación y alevosía.

 

La sátira de no ficción que ha decidido coprotagonizar el jefe de Estado aún no tiene final escrito, pero es lícito pronosticar que tendrá más rating que Gran Cuñado. Y no hizo falta Tinelli para escribir este libreto, digno de los años dorados del grotesco italiano.

 

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