Desde que a Julio César, hace casi 2000 años, se le ocurrió “negociar” con cada territorio conquistado de la vastísima Roma para mantener intocable su poder, la frase “divide y vencerás” fue el mandamiento número uno de los políticos que abrazan el poder como una religión. Andrés Manuel López Obrador no es la excepción.
La elección de medio término del 6 de junio en México es considerada la mayor de la historia. Unos 94 millones de empadronados están en condiciones de votar los 21000 cargos en juego, entre diputados (500 curules); gobiernos estatales, congresos, municipios y alcaldías. Y también puede ser la votación más violenta: en poco más de un mes se registraron más de 400 agresiones y se asesinaron 78 políticos, 23 de ellos candidatos.
López Obrador resolvió, como táctica electoral, parafrasear a Julio César y plantear las elecciones como si fuera un profundo plebiscito. Una estrategia a la que ya recurrió y con habilidad en otros referéndums, como cuando llamó a elegir por sí o por no la realización de sus proyectos más ambiciosos: el aeropuerto o el oleoducto. De hecho, por esa razón The Economist en la portada de su última edición lo llama “El falso Mesías”; por su manía de dividir a los mexicanos en los que creen en él y … los otros. AMLO sabe que en los “otros”, si logra fragmentarlos y hay varias opciones Gano la elección antes de ir a la elección.
El “voto útil” es la contra ofensiva que debería pergeñar la oposición para romper ese falso dilema y salir de la encerrona que propone la estrategia de Morena. Así, todos los que no estén a favor del oficialismo deberían consolidar al candidato con más intención de voto, para evitar fragmentar a el voto “no quiero a López Obrador”. Y esto debe ser quirúrgico, estado por estado, distrito por distrito.
Pero esta estrategia corre un riesgo: la alta frustración de los mexicanos, al no encontrar liderazgos que transmitan esperanza y expectativa de futuro, se puede transformar, directamente, en apatía. Y el 6 de junio podrían decidir quedarse en casa a ver Netflix antes que ir a elegir sus representantes, con lo cual la estrategia del voto útil habría fracasado.
Recién ahora, después de más de un año, el PBI de México subió ligeramente (0,8% entre enero y marzo) y la ciudadanía está empezando a dejar atrás las durísimas medidas de confinamiento que impuso la segunda ola de covid. Una campaña agresiva de vacunación, la proximidad con Estados Unidos (que les permite “cruzar” la frontera para inmunizarse) y la llegada del verano ayudaron a superar un invierno que fue letal por el contagio. Las tasas de positividad pasaron de ser una de las más altas del mundo a un 17%. Y aunque todavía hay focos de alarma, la pandemia no está entre las preocupaciones más acuciantes de los mexicanos. Si lo están la desigualdad y la pobreza, la violencia y la corrupción, males endémicos que sumados a la inseguridad y las dudas sobre el plan de vacunación pueden ser un coctel explosivo.
AMLO y Morena saben que necesitarán de la Cámara de Diputados para encarar su futuro político. Que la carrera por la sucesión presidencial comienza el 7 de junio. Por eso, López Obrador “federalizó” el discurso y así desdibujó el poder que en sí misma tienen las elecciones municipales y provinciales. En vez de discutir proyectos, prioridades o recursos se plantea una única dualidad: López Obrador sí o López Obrador no. Y no hay matices.
Si está a favor de Morena, el partido que sostiene a López Obrador, está todo bien, pero si estas en contra de él, debes tener varias alternativas. Esa es la estrategia que plantea AMLO y la que debe desarmar la oposición. ¿Cómo? Con el voto útil.
Es cierto que tiene poco tiempo para reaccionar, pero es necesario fortalecer, instalar y operar una contraofensiva de contraste extremo que motive a los mexicanos a votar al más “útil” que es, lógicamente, el que más chances tenga de derrotar a Morena.
El gobierno busca la confrontación, engrosa la base de indecisos e invisibiliza a los candidatos locales. Los rivales a AMLO deberían encarar una contraofensiva y fortalecerse en los territorios regionales, “desnacionalizando” la propuesta y marcando deficiencias y carencias más allá del encuadre nacional.
El voto útil o inútil es el encuadre estratégico de la oposición en estas elecciones. Ese puede ser considerado un triunfo clave e impedir la mayoría legislativa de AMLO, lo que significaría un golpe para el proyecto de continuidad de Morena y una debilidad del gobierno.
El “voto útil” no es “voto inteligente”, no hay que subestimar al electorado. Podría suceder que los mexicanos decidieran elegir una opción diferente simplemente porque no quieren a los que están ahora pero tampoco a los que estuvieron antes, a los que considera peores.
Después de todo, Morena es una coalición de corrientes ideológicas de todos los formatos. De ahí también surgen casos de violencia institucional incluso entre precandidatos del mismo signo, que aportan tensiones extras a la votación. Y al frente, enemigos acérrimos como el PRI y el PAN que ahora están juntos para vencer a AMLO, pero que no logran tener una narrativa que explique este “encuentro circunstancial” y convoque emocionalmente a ser parte de esta aventura.
De un lado y otro hay señales peligrosas, de desencanto y fracaso. En definitiva, son los responsables de la situación actual de México en el ejercicio de un poder que no se mostró eficaz. Como Julio César, López Obrador se paró sobre la bandera del “divide y reinarás” para mantener su imperio.
La gran incógnita es si la oposición sabrá reaccionar a esa ofensiva y planteará con rapidez la estrategia del “voto útil”, para que AMLO -en términos electorales, obviamente y siguiendo la analogía de Julio César- experimente su propio “idus de junio”.