Colombia lleva más de 20 días de paro ininterrumpido. Desde el 28 de abril, cuando empezaron las protestas callejeras contra el proyecto de reforma tributaria de Iván Duque (la tercera de esta gestión), hasta hoy, las movilizaciones crecen al mismo tiempo que las demandas sociales y, también, la violencia institucional. Aunque el proyecto que detonó el descontento ya fue retirado, en un país con el 42,5% de la población considerada pobre y un proceso de paz que no se cumplió, a lo que se sumó la crisis por la pandemia de coronavirus, los estallidos no parecen tener retorno por el momento. Las organizaciones sociales intentan evadir el blindaje mediático de las grandes cadenas locales y contar, desde adentro, qué pasa en las distintas ciudades, en donde lo único recurrente es el reclamo y el protagonismo, en la primera línea de las manifestaciones de jóvenes, mujeres y la minga indígena.
“Tenemos una cantidad de heridos incierta; se habla de alrededor de 50 muertos. Y que no haya cifras oficiales también es parte de la crisis. La violencia sexual también ha estado presente en la represión de parte del gobierno. Y la respuesta del gobierno es dispararles a los jóvenes manifestantes y a expresiones indígenas que se han sumado al descontento en las calles. Esto ha ido sumando y escalando. Hoy estamos en este punto donde, por un lado, el gobierno abre unos espacios de diálogo no representativos de todos los sectores que están reclamando en las calles y por las noches continúa ejerciendo represión”, describe Ita María, economista, comunicadora y activista feminista colombiana, autora del libro –y de la frase que hoy es bandera- “Que el privilegio no te nuble la empatía”, editado por Planeta Colombia. Habló con Letra P sobre la importancia del movimiento feminista en la protesta.
“Han pasado muchas cosas interesantes y, de alguna manera, positivas en este paro, en medio de los horrores que se están viviendo. Por ejemplo, que se haya descentralizado el reclamo. Son muchas, cada vez más, las ciudades que se suman en solidaridad con las que más han resistido y recibido la represión de la policía. Y son muchas las voces en las calles: los estudiantes, los barrios, la minga indígena, que es una expresión de la diversidad colombiana, de las culturas que, sin armas, apoyan y tienen también sus propios reclamos y sus reivindicaciones; las feministas, las organizaciones de derechos humanos, las madres de los muchachos que están siendo reprimidos ahora se organizan en primeras líneas de defensa; también las ollas comunitarias, porque la soberanía alimentaria es otro reclamo importante, y los maestros, los artistas, las expresiones artísticas en las calles”, describe la economista.
-La represión por parte de las fuerzas de seguridad incluye violencia sexual. Se difundió el caso de Alison Meléndez, una joven en Popayán, que se suicidó luego de haber sido abusada por policías.
-En Popayán tenemos una imagen muy poderosa y es la chirimía, que es una expresión artística, cultural, pues de nuestras músicas, deteniendo con sus instrumentos a paso lento, deteniendo una tanqueta para que no llegara a donde estaban los manifestantes. Lo que está pasando es histórico, es plural y tiene muchas aristas y un solo mensaje: paren de matar a los manifestantes, paren de reprimir, paren de disparar en las calles, paren las tanquetas, paren los helicópteros, paren los allanamientos. Y luego, hay un montón de reclamos por negociar en las mesas de negociación. Por supuesto que están las centrales obreras y por supuesto que hay un comité del paro que desafortunadamente no es representativo.
-¿Por qué no es representativo?
-Son un montón de señores mayores, dieciocho hombres y dos mujeres. No es ese el grupo de personas que tiene que estar negociando. El gobierno tiene muchos espacios por ocupar y por atender, y esto no puede ser en la casa de Nariño (la casa de Gobierno). Tienen que ir adonde están ocurriendo los enfrentamientos y negociar con todos los actores.
-¿Cuál es el rol de los feminismos en este paro?
-Su papel es clave e histórico. Se está evidenciando con lo que pasa en Chile. Sin nosotras, nada. Las voces feministas también llegan para poner sobre la mesa la desigualdad de género, algo que no se puede dejar de discutir. Los feminismos, antes de todo esto, ya pedían una reforma de la Policía y un desmonte completo del Esmad (Escuadrón Móvil Antidisturbios), que quizás es mucho más difícil, sí una reforma de la Policía. También hablamos de una renta básica, pero con un enfoque de género. La mayoría de cabezas de familia de madres solteras en el hogar son las que han estado asumiendo dobles y triples jornadas con la pandemia, las que están asumiendo también los trabajos de cuidado, incluso en el paro, con las ollas comunitarias, con las brigadas de salud, con la defensa de los derechos humanos. Y ni hablar de los territorios, quienes cuidan el agua, quienes defienden los derechos humanos en los territorios, son mayoritariamente mujeres, son lideresas que están muy desprotegidas. Ha habido una iniciativa clara de varias feministas históricas que se han sumado para hacer una propuesta que no es definitiva, pero que sí pone sobre la mesa algunos puntos esenciales, que también recogen muchas de las voces que están en las calles.
-¿Cuáles son las demandas?
-La desmilitarización de las ciudades y la renuncia del ministro de Justicia, porque alguien tiene que asumir la responsabilidad de todas estas muertes. Hay cientos de personas desaparecidas, la ONG Temblores ha documentado ya más de 2.000 violaciones a los derechos humanos por parte de la Policía en el marco de la protesta. Alguien tiene que responder y asumir las consecuencias de esto. Dentro de los feminismos, además, hay unos acuerdos básicos que tienen que ver con la construcción de los diálogos desde la horizontalidad y desde la interseccionalidad. Desafortunadamente, el gobierno ha planteado una agenda de negociación con todos los sectores menos con el feminismo. Este documento que se presentó viene también de mujeres y organizaciones como la Red Nacional de Mujeres o la Corporación Humanas que han participado en otros procesos de construcción, que entienden también las necesidades de paz y de reparación de los territorios. Estas posturas tienen que entrar en la misma línea de negociación del gobierno.
-¿Cómo vislumbra la salida a esta demanda social en las calles?
-Yo veo esto como un gran despertar colectivo en medio de la guerra en la que el gobierno metió a las ciudades. Veo también mucha solidaridad en las calles. Quien sostiene este paro, contrariamente a lo que sostiene la narrativa del gobierno, no es Soros, no es la guerrilla de la ELN, es la solidaridad, que es la ternura de los pueblos, como dicen muchos. Veo más movilización que antes, gente que empieza a reaccionar y a despertar desde la empatía, pero también desde la realidad. Ya no hay que ponernos en los zapatos del campo porque está pasando aquí, está pasándote por el frente de la casa, el hambre, la injusticia social, la tanqueta de la policía y del ejército detrás, el helicóptero. Está pasándote, te explotó en la cara, si no te das cuenta, pues es gravísimo. Veo unos cambios históricos importantísimos. Parte de esta protesta ha sido la caída de las estatuas. Este paro empezó el 28 de abril en la madrugada en Cali con indígenas Misak tumbando la estatua de Sebastián del Alcázar, un español genocida. Luego ocurrió lo mismo en Pasto: tumbaron la estatua de Antonio Nariño que, si bien era criollo, tiene una historia muy sangrienta, particularmente en esa ciudad. Hay un montón de reivindicaciones en la caída de estas estatuas. No son fortuitas. En Bogotá, los Misak también tumbaron la estatua de Jiménez de Quesada, otro español genocida a quien se atribuye la fundación de Bogotá. Y esto está cambiando las narrativas de las calles. La calle Jiménez de Quesada, que era una de las avenidas principales de Bogotá, ahora se conoce como la avenida Misak. Vemos muchas expresiones artísticas nuevas que están narrando este momento también desde los despertares. Se habla del “despertar de mayo”. En medio de tanta muerte y de tanta sangre hay mucha luz, y es principalmente ese despertar colectivo lo que nos hace pensar que va a haber un cambio social y político pronto, que es lo que tanto ha necesitado el país.