"Independientemente de quien esté en el gobierno, las Fuerzas Armadas nunca van a dejar de ser una institución de Estado. Sé de lo que estoy hablando", declaró en una entrevista con Rádio Gaúcha el exministro jefe del Gabinete de Seguridad Institucional de Brasil, general retirado Sérgio Etchegoyen, quien añadió que "la frustración va a ser grande" si algún sector piensa usarlas para dar un golpe.
Insólitamente, el Brasil de estos días habla abiertamente, como si viviera en el siglo XX y en la Guerra Fría, sobre la posibilidad de un autogolpe de Jair Bolsonaro. Para eso, el presidente busca asegurarse el control de las Fuerzas Armadas, algo que le está resultando más que difícil y que provoca en estas horas una crisis sin precedentes en Brasil desde el retorno de la democracia en 1985. El fantasma de la participación en la política local se ha instalado plenamente en el mayor país de Sudamérica.
En caída severa en las encuestas y refugiado en un núcleo duro del 30%, el excapitán cerró recientemente una alianza en el Congreso con el llamado centrão, un conglomerado de pequeños partidos conservadores que reúne lo peor de la política brasileña –lo que no es poco decir– y se acerca siempre a las administraciones de turno en momentos de zozobra. El centrão, claro, quiere espacio en el gabinete, lo que obligó a Bolsonaro primero a eyectar del Ministerio de Salud al general en actividad Eduardo Pazuello –todo un fracaso– y, esta semana, a realizar cambios en seis carteras más, en especial la Cancillería, con la salida del ultraderechista Ernesto Araújo y su reemplazo por el moderado Carlos Alberto França.
El trasfondo de la crisis es el desastre sanitario que vive el país por la deserción del presidente, con 3.780 muertes por covid-19 el martes, un acumulado de 318.000 –que proyecciones no oficiales elevan a más de 400.000–, hospitales, morgues y cementerios colapsados y hasta falta de oxígeno para tratar a los enfermos.
El anterior jefe del Ejército, Edson Leal Pujol, se rebeló contra el jefe de Estado hace meses al respaldar las medidas de confinamiento decididas por los gobernadores. El rechazo del entonces ministro de Defensa, Fernando Azevedo e Silva, a removerlo llevó al mandatario a deshacerse de este último, lo que desató una crisis grave en la relación con las Fuerzas Armadas. Según reconstruyó Letra P en diversos diálogos con fuentes políticas y militares y analistas en Brasil, ese gesto decidió a la cúpula de las tres armas a presentar la renuncia de sus comandantes como forma de protesta –algo nunca visto–, lo que le dio a Bolsonaro la ocasión de anticiparse y barrer no solo con Pujol sino, también, con los jefes de la Armada, almirante Ilqes Barbosa, y del de la Fuerza Aérea, brigadier Antonio Carlos Bermudes.
De acuerdo con la Constitución, el presidente tiene la potestad de remover y designar a los comandantes, pero Brasil no es Argentina y la transición democrática allí fue pactada y tutelada. Así, es habitual que, cuando se trata de modificar la cúpula de las armas, cada fuerza eleve una lista de candidatos en acuerdo con el ministro de Defensa, entre los que el jefe de Estado luego elige. Bolsonaro no quiere ningún condicionamiento.
La primera reunión, el martes, del nuevo ministro de Defensa, el general Walter Souza Braga Netto, con el Estado Mayor para consensuar los reemplazos estuvo plagada de tensión y recriminaciones mutuas, según supo Letra P. Para peor, el nombre del favorito del jefe de Estado para liderar el arma principal, el Ejército, el titular de la Comandancia Militar del Nordeste, general Marco Antônio Freire Gomes, no figuraba en la lista entregada inicialmente por el alto mando. Los obstáculos son dos: su nombramiento implicaría el pase a retiro de cinco generales de mayor antigüedad y, para peor, es el elegido del presidente. El desenlace de esa puja mostrará quiénes ganarán y quiénes perderán.
Presionado por el centrão, cuyos referentes, pese a ser los nuevos aliados del presidente, no dejan de esgrimir la posibilidad investigarlo por su desmanejo de la pandemia o, incluso, someterlo a juicio político, este necesita apoyo en los cuarteles. En un escenario de mínima, para declarar la emergencia en los estados que impusieron las medidas de confinamiento que él tanto detesta –lo que implicaría vaciar de autoridad a los gobernadores–; de máxima, para alzarse contra un eventual avance del Congreso, lo que equivaldría a un autogolpe.
El grueso de la comandancia y de la tropa rechaza esa forma de politización. Parece tarde. Las Fuerzas Armadas ya se partidizaron al construir a Bolsonaro como su candidato para recuperar poder político, algo revelado en exclusiva por Letra P en la campaña electoral de 2018. También lo hicieron en abril de ese año, cuando lanzaron un pronunciamiento para forzar al Supremo a mandar preso a Luiz Inácio Lula da Silva aun sin que hubiera sentencia firme en su contra. Asimismo, al integrar a más de seis mil de sus hombres a cargos de distinto nivel –entre ellos, la vicepresidencia y la mitad del gabinete– y al aceptar que así lo hicieran oficiales en actividad. El problema es que el alto mando pretendía gobernar a través de Bolsonaro y este, autonomizado, busca hoy hacerlo subordinando a las Fuerzas Armadas. Nada para sorprenderse.
"El mayor temor es el de una fractura muy fuerte de las Fuerzas Armadas, que enfrente al sector que apoya al presidente y la mayoría, que rechaza esa forma de partidización", le dijo a Letra P desde Brasilia Marcelo Rech, director del Instituto InfoRel de Relaciones Internacionales y Defensa.
"Si Bolsonaro piensa contar con los militares para mantenerse en el poder en caso de que decida radicalizarse, mejor que se olvide", añadió el analista. Cabe recordar que el sector castrense ha moderado las aristas más filosas del bolsonarismo en política exterior, incluso en relación con la Argentina.
El peligro de implosión del sector militar es cada vez mayor. Acaba de surgir en los cuarteles un tercer sector, que rechaza tanto la reelección del actual mandatario como un regreso de su odiado Lula da Silva, ahora rehabilitado por la Justicia, en las elecciones de octubre del año próximo. Así, una serie de generales y coroneles ya trabajan en pos de una tercera opción.
El alto mando militar y Bolsonaro, hoy tan amargamente enfrentados, sacaron de la lampara al genio de la politización de las Fuerzas Armadas. Y este, claro, se resiste a volver a ella.