Martín Guzmán, un hombre llegado hace poco a la política grande, cimentó su credibilidad hacia dentro del Frente de Todos y hacia fuera de él gracias a la renegociación de la deuda con los acreedores privados. Sin embargo, todas las semanas hay partido y el campeonato no da tregua, por lo que le toca revalidar su posición luchando contra la inflación, un terreno más difícil, en el que fracasaron prácticamente todos sus antecesores, con excepción del Domingo Cavallo del uno a uno de triste memoria. Más allá de las dificultades de la tarea, el ministro de Economía pelea con las limitaciones que el año electoral impone a su visión de la problemática y con la pulseada permanente que le plantea el cristinismo. ¿Puede llegar a buen puerto el Gobierno si no tiene una mirada homogénea sobre las causas de este tema crucial y el mejor modo de superarlo?
La tribuna liberal se divide en diferentes barras bravas, pero tiene consenso respecto del incremento generalizado y sostenido de los precios: con sus más y con sus menos, allí se apegan al dogma ortodoxo que reza que “la inflación es siempre un fenómeno monetario”.
La heterodoxia, a la que se abraza la tribuna peronista, cree, en tanto, que dicha sentencia es una tautología equivalente a postular que el calor es un fenómeno térmico y considera que el mismo es multicausal. A la hora de la verdad, sin embargo, las miradas se dividen, al menos dentro del actual oficialismo.
De modo creciente, los ocho años de administración de Cristina Kirchner mutaron el que, con Néstor, se suponía que era el ADN K y descansaron cada vez más en tratar de pisar la inflación –mientras se cebaba el consumo todo lo posible– a través de controles de cambio y de precios, llamadas telefónicas de Guillermo Moreno a los empresarios, atraso tarifario, superposición de subsidios y escalada del déficit fiscal. El modelo hizo eclosión de dos maneras: con un crecimiento nulo, punta a punta, entre 2011 y 2015 y con la megadevaluación de 2014. Puede fallar.
La vicepresidenta pareció abrir el juego a otras ideas, presentes en el kirchnerismo original, al ubicar como cabeza de fórmula a Alberto Fernández, algo que no podía suponer solamente una estrategia electoral. Sin embargo, el pliego de condiciones que entregó sobre el final del año pasado en el estadio Diego Armando Maradona de La Plata significó una ratificación del credo conocido. Si el ruido entre ella y él sobre la filosofía y el manejo de la economía era ya entonces perceptible, desde ese momento se hizo ensordecedor.
Ese sonido sin armonía se expresa hoy en asuntos electoral y económicamente cruciales como el futuro de las tarifas –y de los subsidios que impone el no trasladar su impacto pleno a los usuarios– y la negociación con el Fondo Monetario Internacional (FMI), que le pedirá a Guzmán la semana que viene en Washington seguridades de que el Presupuesto 2021, el plan del Gobierno, sigue vigente.
Respecto del futuro de la inflación –clave para todos los bolsillos, especialmente los de la base electoral oficialista–, el ministro busca conciliar posiciones en la interna, especialmente en materia tarifaria, con la esperanza de mantener este año constantes los subsidios en términos de PBI, puntualmente en 1,7%. Eso supondría ajustar las tarifas de transporte, luz, gas y agua en línea con la inflación real, aunque haciendo recaer los aumentos más sobre los sectores de ingresos mayores.
Mientras, explica con paciencia que la inflación no es solamente el fenómeno monetario que suponen los liberales ni uno simplemente político, que pueda domesticarse a fuerza de controles y cepos, esto es en función de la intervención del Estado en la puja distributiva. Para él, es un problema macroeconómico, esto es multicausal, que no tendrá solución si no se lo aborda con amplitud y de modo gradual y sustentable.
El Evangelio según Martín indica que el éxito no va a llegar con estrategias de contracción monetaria en modo de shock, la piedra con la que tropezó Mauricio Macri y tantos otros antes que él. Sí hay chance, señala, si el Gobierno logra mantener un tipo de cambio real competitivo y estable, avanzar hacia el equilibrio de las cuentas públicas en un contexto de crecimiento de la torta productiva, financiar un déficit fiscal en retirada más en base a deuda en moneda local que a través de emisión monetaria y alinear a la baja las expectativas de los actores económicos, de modo de desinflar la puja distributiva. Los controles de precios, en ese contexto, deben ser más un cincel que una amoladora y de ningún modo, el centro de la política oficial.
En medio del fuego amigo, el Gobierno –el Presidente, más bien– pretende que se unifique ese mensaje. Así, no solo Guzmán habló varias veces en ese sentido en los últimos días sino también su par de Desarrollo Productivo, Matías Kulfas.
“La inflación no es un fenómeno que se pueda combatir exclusivamente o centralmente con controles de precios”, dijo el domingo Kulfas en Radio con Vos. Para derrotarla, explicó, hay que evitar los ajustes ortodoxos. En tanto, los programas de Precios Cuidados y de Precios Máximos son solamente “auxilios complementarios de la política económica”, hay que evitar los “saltos devaluatorios” y, “entre otras cosas, ir reduciendo el financiamiento monetario, reemplazarlo por diferentes fuentes de financiamiento”, señaló. Guzmanismo y albertismo explícitos, nociones diferentes de las de Cristina Kirchner o, al menos, de quienes dicen representar mejor su pensamiento.
La inflación comenzó el año electoral bien arriba y promete acumular solo en el primer trimestre entre 11 y 12 puntos de los entre 29 y 33 establecidos en el Presupuesto. Para llegar a dicha meta, esta debería bajar drásticamente, algo en lo que el mercado no cree en medio de pronósticos privados que la elevan a no menos del 45%. Si tiene, con todo, alguna chance de éxito, la estrategia oficial depende de que las metas del Presupuesto se mantengan y que el Banco Central vaya reduciendo gradualmente la pauta de devaluación del tipo de cambio oficial, que no debería superar el 25%, sin generar un atraso severo.
Para alinear las expectativas, como desea, a Guzmán no le bastará solo con poner en caja la puja entre empresarios y sindicatos. También deberá predicar, y mucho, en su propia casa.