El gobierno de Alberto Fernández comenzó su segundo año de mandato con un cambio acentuado en su actitud ante los grandes medios de comunicación. Tanto en el discurso de apertura de sesiones ordinarias del Congreso como en una reciente entrevista con C5N, el Presidente se mostró claramente confrontativo con las líneas editoriales del mainstream mediático y disparó con nombre propio al Grupo Clarín.
“Albergo el deseo de que quienes tras el disfraz de la objetividad preservan intereses de poderes económicos concentrados adviertan el daño que están haciendo en la misma sociedad en la que dicen querer desarrollarse”, dijo ante la Asamblea Legislativa y ligó a periodistas a las campañas judiciales contra funcionarios del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, el famoso lawfare.
“Uno de los que menos quiere que cambie la Justicia es Clarín por la forma en la que ellos inciden en la Justicia. Con lobby y con tapas. (…) Es una vergüenza lo que hacen. He sido muy crítico de la ley de medios; no he hecho ninguna ley nueva. Simplemente aplico el sistema legal existente. El principio de defensa de la competencia voy a exigir que se cumpla, lo mismo con el derecho de defensa del consumidor. No tengo ganas de pelearme con nadie. Ya saben quién es Clarín y quién soy yo. Clarín desafía a la Argentina todos los días, no es conmigo. Impone su poder a garrotazo limpio. No voy a entrar en ese juego”. Esta última cita corresponde la entrevista con C5N. Con nombre propio, con denuncia y apelando a sus (profundos) conocimientos de los manejos corporativos.
Como pocas veces desde diciembre de 2019, Alberto Fernández decidió confrontar abierta y públicamente con los medios. El frente opositor ya no está compuesto sólo por Mauricio Macri, Patricia Bullrich y los opositores que no gobiernan –resguardando a Horacio Rodríguez Larreta- sino que también lo integran el Poder Judicial y los grandes medios de comunicación. Clarín en particular. Esto contrasta mucho con las relaciones amigables que en campaña y los primeros meses de Gobierno se tejieron. Del “Héctor (Magnetto) no me deja mentir” al “Clarín desafía a la Argentina todos los días”.
En el medio corrió mucha agua y una pandemia debajo del puente. Las líneas editoriales mediáticas se alinearon con el objetivo sanitario del Gobierno unos pocos días antes de comenzar, en algunos casos, el camino de la constante crítica y desgaste de la campaña oficial. En ese escenario surgió el DNU 690, que declaró como servicio público a la telefonía móvil, cable e internet y puso en la mesa del Gobierno la autorización de los aumentos en esos servicios (principal negocio del Grupo Clarín).
En la vereda de enfrente se pueden encontrar muchas pistas de la vuelta del “periodismo de guerra”. La reciente tapa del diario Clarín con el caso Sarlo-Kicillof parece una muestra de posiciones: los hechos son algo secundario. Lo mismo con los rearmados editoriales y propuestas de medios como LN+ (donde Jorge Fontevecchia sostiene que invirtieron un grupo de empresarios cercanos a Macri), A24 o Radio Rivadavia. Más allá de las propuestas, los resultados también inciden: la talibanización de las opiniones y coberturas periodísticas muestran, en un contexto de números pobretones para el periodismo local, buenos rendimientos en rating. Como estudias Esteban Zunino y su equipo, las agendas se movieron mucho fuera y dentro del covid, pero siempre con encuadres poco amigables para el Gobierno desde los grandes medios.
La administración Fernández presenta una comunicación oficial tan compleja como el frente que consiguió la victoria electoral en octubre de 2019. Con pocos funcionarios con una estrategia discursiva potente, la única voz que pisa fuerte en medios es la de Alberto Fernández. En este interín, la estrategia presidencial dio un vuelco: de hablar entre dos y tres veces por semana en distintos medios de comunicación con diversos periodistas, a centralizar las declaraciones en actos oficiales y con dosificación de apariciones mediáticas. Ese corrimiento de la escena no parece cubierto por Santiago Cafiero, quien podría oficiar de pivote y vanguardia ante la agenda. Con Sergio Massa y Cristina Fernández de Kirchner generando espacios y juegos propios, el albertismo cuenta con pocos intérpretes y un Presidente acostumbrado al roce tras bambalinas pero que no termina de reconocer comunicacionalmente su rol actual ni de medir sus consecuencias.
En este esquema, al Gobierno le cuesta capitalizar las buenas noticias, que no son muchas (vacunas, acuerdos con acreedores y FMI), y paga muy caro en la agenda los errores (muchos de ellos, autoinfligidos). En ese marco, la postura oficial salta de la búsqueda de unión y de un vuelo por sobre la grieta a las acusaciones y enfrentamientos abiertos con buena parte del sistema mediático que representa los valores, las ideas y las posiciones de sus no votantes. En año de elecciones legislativas, asoma con mayor relevancia el sostenimiento de la base propia que permitió el triunfo de 2019 y evite fisuras internas que la construcción de nuevos consensos. Correrse del medio para construir un relato “contramediático” se afirma en la caja de herramientas políticas.