“Hace un año, el mundo cambió y, si bien los efectos de la pandemia sobre los trabajadores han sido desiguales según la región, la nueva realidad ha supuesto una lucha para muchas madres. El cierre de colegios y guarderías obligó a muchas de ellas a dejar su trabajo o reducir su jornada laboral. Nuevas estimaciones del FMI confirman que este hecho ha tenido consecuencias muy importantes para las madres trabajadoras y el conjunto de la economía. En pocas palabras, en el ámbito laboral, las mujeres con niños pequeños han sido una de las principales víctimas del cese de la actividad económica”. El párrafo no forma parte de ningún estudio de economía feminista, sino que lleva la firma de Kristalina Georgieva y es el comienzo de una nota publicada en el blog oficial del Fondo Monetario Internacional con el título “COVID-19: Mamás en situación de emergencia”. Otro dato tiene que ver con el reemplazo, hace pocos días, del subdirector gerente Geoffrey Okamoto por la estadounidense de origen indio Gita Gopinath, la primera mujer en ocupar ese cargo en el Fondo.
La presencia de mujeres al frente del FMI -en general, de espacios de poder- no garantiza mirada de género. Pasaron más de tres años desde que la exdirectora Christine Lagarde estrechaba la mano de cada uno de los integrantes de la comitiva argentina encabezada por el entonces ministro de Economía de Mauricio Macri, Nicolás Dujovne, y observaba: “You seem short on women..." (“parece que están cortos de mujeres").
El llamado de atención sobre la (nula) cantidad de mujeres en el equipo económico macrista no repercutió en esa ni en la comitiva actual del gobierno de Alberto Fernández, aunque, eventualmente, la gestión de Martín Guzmán siente a las mesas a las integrantes de su gabinete con agenda de género.
Al Congreso
En la ¿víspera? de la discusión en el Congreso del nuevo acuerdo con el organismo financiero, hay preguntas sobre si su contenido tendrá algunos puntos referidos específicamente a los temas de géneros. La carta de intención que el gobierno de Macri firmó para justificar la deuda que pensaba contraer ponía énfasis en la necesidad de romper el techo de cristal y de participación de más mujeres en el mercado de trabajo.
Durante el evento anual del think tank CIPPEC –donde por segunda vez se convoca a las mujeres presentes a participar en una foto, esta vez con la presencia “estelar” e incomprensible del flamante diputado Ricardo López Murphy-, el tema dio vueltas entre algunas de las personas presentes. La directora de Economía, Igualdad y Género del Ministerio de Economía, Mercedes D’Alessandro, charlaba con el representante saliente del FMI en la Argentina, Trevor Alleyna, mientras diputadas del oficialismo y de la oposición se comprometían a revisar -o a incorporar- puntos vinculados, sobre todo, a la crisis y la infraestructura de los cuidados y a la participación de las mujeres en la recuperación económica.
Hace unos meses, D’Alessandro le respondía a la periodista Patricia Valli en El Cronistasobre si el discurso sobre la brecha de género que tiene el FMI puede trasladarse a la letra chica del acuerdo. ”Discursivamente -señaló-, las organizaciones internacionales hacen uso de la perspectiva de género. Estados Unidos tiene un asiento importante (en el FMI) y hoy Joe Biden tiene una agenda de género bastante inédita, que incluso aborda el tema de cuidados. Hay una mayor apertura. Julie Kozak, la vicedirectora para el Hemisferio Occidental que negocia con Argentina, trabajó en un programa con Islandia, uno de los países más feministas del mundo. El programa lo estamos construyendo en la Argentina y queremos que el género esté”.
La economista feminista Corina Rodríguez Enríquez cree que “mirar el potencial acuerdo con el FMI desde una lente feminista implica discutir el lavado de género que hace el propio organismo”. Para Rodríguez Enríquez. los capítulos de género que se incluyen en los acuerdos de refinanciación de la deuda son “parte de una trampa en la que la perspectiva de género ha sido cooptada por visiones dominantes de poder y con eso hacen un maquillaje de género y se presentan como acuerdos más modernos, más sensibles a las desigualdades”. “Desde la mirada feminista, no hay posibilidad de tener un buen acuerdo”, sostiene.
Las mujeres, abajo
Los datos están a la vista: El último Global Gender Gap Report (2021), que publica anualmente el Foro Económico Mundial, indica que, en un solo año, la pandemia postergó 36 años el cierre de la brecha de género, sumados ahora a los 99 que señalaba el mismo reporte en 2020. La cuenta es fácil: en estas condiciones, faltan 135 años para alcanzar la paridad económica, política, en salud y educación -por nombrar algunas- entre varones y mujeres. "Otra generación de mujeres tendrá que seguir esperando", concluye el informe.
En la Argentina, un relevamiento de la Dirección Nacional de Economía, Igualdad y Género del Ministerio de Economía señala lo evidente: las mujeres tienen una menor participación en el mercado laboral y mayores niveles de informalidad; perciben menores ingresos y registran mayores niveles de desocupación que los varones. Un dato sustancial es que el trabajo no remunerado es realizado en un 75,7% por mujeres, que destinan en promedio 6,4 horas diarias a estas tareas; casi una jornada laboral extra.
Otro informe, en este caso del Banco Mundial y el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, realizado en 24 países destaca que las mujeres tuvieron más del doble de probabilidad que los hombres de haber perdido el empleo y más de la mitad abandonó la fuerza laboral por completo.
Frente a este panorama, no hay, sostiene Rodríguez Enríquez, un buen acuerdo posible con el FMI, pero, sobre la suposición de que la firma fuera inevitable, una mirada feminista “debería reclamar que no implique ajustes severos en partidas presupuestarias claves para desarmar los nodos de reproducción de desigualdad”. La economista se refiere a que este acuerdo no puede “implicar reducción de presupuesto en educación pública, salud pública ni en el sistema nacional de cuidados”.
Frente al acuerdo “menos malo” con el Fondo Monetario, la pregunta es, entonces, qué posibilidades existen de que la agenda de género no quede en lo discursivo, en tanto otra posible es por qué las auditorías del organismo financiero internacional nunca ponen el ojo en el cumplimiento de los objetivos destinados a achicar la brecha de género. La respuesta está, probablemente, en las prioridades.