"Amigo, allá tenés otra de Katopodis", avisa un militante cuando ve que el cronista le apunta con su teléfono a una bandera colgada sobre el lado norte de Plaza de Mayo, tirando a la avenida Rivadavia, en la continuación imaginaria de la calle Reconquista.
El ministro de Obras Públicas y jefe territorial del distrito bonaerense de San Martín, Gabriel de aquel apellido, no es el único barón del conurbano que mandó a colgar sus trapos bien temprano. Muy cerca del escenario, una tela blanca de unos 30 metros de largo y uno de alto dice Partido Justicialista de Lomas de Zamora, la tierra del jefe de Gabinete bonaerense, Martín Insaurralde. Bien arriba, bien visible, mirando el escenario desde el fondo de la plaza, manda La Matanza, el territorio gobernado por Fernando Espinoza. Sobre uno de los jardines cercanos a la calle Hipólito Yrigoyen, una bandera argentina muestra la leyenda República de Almirante Brown y puede llevar a pensar a un desprevenido que se trata de algún delirio separatista del exintendente y flamante diputado provincial Mariano Cascallares, jefe político del populoso distrito del conurbano sur.
No solo barones ya plantaron bandera en el mediodía gris de este jueves. Algunas expresiones locales de sindicatos cegetistas (Luz y Fuerza, Comercio) ya están en la Plaza a pesar del respaldo a media lengua de la central obrera a esta convocatoria a la que Los Gordos le sienten demasiado olor a kirchnerismo.
También están los movimientos sociales. Casi sobre Balcarce, la militancia de la Unión de Trabajadores de la Economía Popular (UTEP), la organización que conduce Juan Grabois, siembra un bosque de banderas individuales todavía sin desplegar. Se mezclan con las típicas azules del Movimiento Evita.
Es la una del mediodía del mítico 10 de diciembre y todavía faltan seis horas para que el presidente Alberto Fernández, la vice Cristina Fernández de Kirchner y el exmandatario brasileño Lula Da Silva (un par de estandartes le dan la bienvenida al invitado especial y uno le hace campaña: Lula Presidente, dice) salgan al escenario montado de espaldas a la Casa Rosada para cerrar el festival convocado por el Gobierno para celebrar el cumpleaños 38 de la democracia concebida en 1983. Sin embargo, por el despliegue incipiente de cotillón que salpica la plaza, ya no quedan dudas de que será, a pesar del módico esfuerzo del oficialismo de armar una reunión plural, una fiesta bien peronista.
Una manta cubierta de gorras en el centro de la plaza, más cerca del Cabildo que de la Rosada, lo anuncia sin vueltas: todas están estampadas con los rostros icónicos del peronismo: Perón y Evita, Néstor y Cristina. No está la cara de Alfonsín, el Padre de la Democracia según la historiografía radical. Muchos de estos sombreros tipo Piluso que están a la venta llevan la leyenda INDIO. ¿Solari es prócer del justicialismo, héroe de la república recuperada? No, pero se ganó un lugar en la escenografía del folclore (sobre todo) kirchnerista.
A esta hora, cuando falta una eternidad para que empiece la fiesta, la Plaza está semivacía, pero se espera una multitud. Será una multitud peronista.