La van Mercedes Benz con vidrios polarizados se detiene en la esquina de 20 y 53 e inmediatamente queda rodeada de gente y periodistas. “Ahí llegó, ahí llegó. Una foto, gobernador”, grita la mujer mientras corre sujetándose la gorra del Frente de Todos. Se abre la puerta lateral, pero baja el Cuervo Larroque. El ministro posa para las selfis. La mujer se vuelve chequeando la imagen en el celular. Está contenta, pero no se moverá del cordón de la vereda hasta lograr el retrato que fue a buscar, con la figura más taquillera de esta tarde soleada en La Plata. Cuenta a este medio que llegó “antes de las tres”, hace unas dos horas, que “lo ama” y que va a votarlo “otra vez”. La plaza Islas Malvinas, en el corazón de la capital bonaerense, luce distinta a un sábado cualquiera, aunque un poco más allá sigue habiendo gente semidesnuda tomando sol, esforzándose por mantener la ajenidad.
La candidata Victoria Tolosa Paz ya está en posición, queda envuelta en la marea. Hay militantes, vecinos curiosos, prensa. Se abre la puerta, aparece, se para sobre el estribo del vehículo y saluda con la mano derecha en alto. Se oye el griterío. Lleva tapaboca, remera y campera negras. Mala elección de color para los casi 27 grados de temperatura a la sombra. Para un extranjero desprevenido podría ser un rockstar saludando a sus fans, pero es Axel Kicillof en modo 2015, el gobernador de Buenos Aires haciendo su parte en el sprint final de la campaña de Todos, ocho semanas después de la derrota, a seis días de la revancha.

Una multitud escucha a Kicillof en plaza Islas Malvinas de La Plata.
La seguridad privada que lo sigue en el trayecto hasta el escenario improvisado es casi una formalidad. El gobernador se mezcla entre la gente y la militancia, que forcejea para acercarse. Por momentos su cuerpo se pierde en el gentío, pero no su rastro, que siempre tendrá por referencia la maraña de cámaras que apuntan a un mismo lugar. Por fin llega a destino. Deja de sonar “Cuando pase el temblor”, de Soda Stereo, y empieza el show.
Serán 60 minutos de discurso ininterrumpido, donde hará gala de su locuacidad y oratoria ante un público que, desafiando la antipolítica, permanece en silencio en sus lugares pese al calor sofocante. “Esperábamos una mateada entre diez o quince personas -exagera en la humildad- y miren los que somos”, dice Kicillof y la gente aplaude. “¿Dónde está Cuto?”, pregunta y voltea entre la gente. Se refiere al diputado Carlos Moreno, con quien mantiene una relación estrecha, y nombra en fila a las figuras destacadas que lo acompañan. Daniel Gollan, que llegó temprano, ya se sacó mil y una fotos. Carlos Bianco está a su lado; luego, en medio del discurso, el exjefe de Gabinete con nuevo despacho deambulará solo, entre la gente, combinando foto y choque de puños. Lentes, remera y zapatillas.
“Un aplauso para nuestros candidatos provinciales y de La Plata”, pide el gobernador. Y la gente responde: “Tomala a vos, damela a mí, si no se sientan son de Clarín”. Larroque, con hinchada de La Cámpora esparcida hasta incluso más allá del puesto de pochoclos, cosecha un aplauso especial. El ministro Julio Alak se lleva una ovación.
Kicillof dice que no pretende hablar desde un escenario, que estar allí es lo que le gusta, “mirar a los ojos a la gente”, pero no hay lugar para el mano a mano. Entonces, se sube a una mesa y se monta a un discurso en el que no dejará títere con cabeza. Grita que “Macri y Vidal llegaron al poder mediante una estafa” y repasa una a una las acciones que conformaron el “desastre” del gobierno de Cambiemos.
Habla, habla y habla. Apenas se detiene para beber agua de una botellita. Mira a ambos lados, a quienes tiene sentados a sus pies, a los que están en el fondo. Interpela. Son las 17.35, la sombra de los edificios le lleva alivio a su rostro enrojecido por el sol y el esfuerzo de un discurso al palo. Una banderita de Argentina a un lado y otra de la “Asociación Madres de Plaza de Mayo” que dice “Ni un paso atrás”, al otro. Un gran inflable con silueta de jeringa acompaña la arenga de la vacuna que trajo alivio.
Se acerca el final y, en una pausa, la mujer pega el grito: “Esto es una infectadura”. Se levanta y se retira entre la gente. Kicillof espera. La gente silba. Kicillof retoma el discurso. Vuelve al clímax de su alocución, faltan unos minutos para las seis. Desde el fondo, como una espectadora más, la ministra de Comunicación, Jesica Rey, sorbe un último mate, se para y camina rumbo a la van. El gobernador está por terminar: “Tenemos la calle y tenemos la militancia. A militar, a militar, a militar. Nunca el odio, nunca la tristeza. A militar, muchísimas gracias”, cierra al borde de la disfonía y comienza a sonar “Pensar”, de los uruguayos NTVG.
Ahora sí, gran parte de la gente que permaneció sentada escuchando con estoicismo se levanta y va a su encuentro. Busca una foto con él, tocarlo. Algunos corren rumbo a la van. Kicillof avanza lentamente entre una marea. Se hace imposible permanecer quieto. Algunos padres rescatan a sus hijos del tumulto. Kicillof sigue sacándose fotos, bañado en transpiración. Llega al vehículo, vuelve a pararse en el estribo. Saluda. Le gritan. Una mujer subida al paragolpes trasero le hace un pedido. Él entorna los ojos y agudiza el oído. “Te lo dejo acá, leeme”, le pide ella. Finalmente se mete al vehículo, con Rey, Bianco, un custodio y alguien más. La camioneta arranca. La sigue un auto oficial y dos motos de la policía. La gente corre hasta el semáforo que está en rojo. Kicillof se baja nuevamente, se toma fotos, vuelve a subir. El vehículo arranca, dobla y se pierde por calle 54 rumbo a la Casa de Gobierno. Apretado con el limpiaparabrisas de la luneta, perdura el mensaje escrito en una hoja de cuaderno.