BOLSONARO CON CORONAVIRUS

La fábula del señor antibarbijos

El presidente positivo, el bichito y la moraleja política. La simetría del desastre. ¿Lo que no mata fortalece?

La fábula, historia breve y llana que tiene como personajes a animales u objetos humanizados y una moraleja final, es uno de los géneros literarios más antiguos. Aunque anterior a la Grecia clásica, acaso su forma más icónica sea la legada por Esopo. Hoy, unos 2.600 años después, su última versión acaba de ser editada en la fabulosa Bolsonarolandia.

 

La historia es la de un presidente que ha negado al nuevo coronavirus muchas más veces que Judas a Jesucristo. El personaje es el "bichito", el virus SARS-CoV-2. La moraleja, de fuerte impacto político, está aún sin revelarse, a la espera de que Jair Messias Bolsonaro evolucione en su cuadro de COVID-19, confirmado este martes.

 

"En mi caso particular, por mi historial de atleta, en caso de que me contagiara, no tendría que preocuparme. Nada sentiría, como mucho, una gripecita o un resfriadito". Esa frase, que pronunció en un discurso a la nación el 26 de marzo, es, acaso, la más icónica de las muchas que lanzó para minimizar el peligro. "El grupo de riesgo es el de las personas de más de 60 años. Entonces, ¿por qué cerrar las escuelas?", añadió. Él mismo tiene 65, pero sus desconocidas proezas deportivas deberían mantenerlo a salvo.

 

 

"¡Algunos morirán! Lo siento. ¡Es la vida, es la realidad!", dijo, en tono subido, poco después, añadiendo a la fábula colores de tragedia.

 

"¿Y qué? Lo lamento. ¿Qué quieren qué haga? Soy Messias, pero no hago milagros", ironizó otra vez, cuando Brasil cruzó el umbral de los 5.000 muertos y aún ni imaginaba que multiplicaría ese número por 13 y seguiría contando…

 

 

 

Antes y después, Bolsonaro boicoteó sistemáticamente las medidas de cuarentena ordenadas por los gobernadores. Acudió sin éxito a la Justicia para ponerles freno. Echó a un ministro de Salud que trataba de atajar sus desatinos, provocó la renuncia de su reemplazante al firmar –sin avisarle– un protocolo para generalizar el uso de la cloroquina en los hospitales a pesar de que ese medicamento no contaba con validación científica. Mantuvo hasta hoy esa cartera caliente con un militar como encargado interino. Violó repetidamente todas las recomendaciones de distanciamiento físico. Desconoció toda prevención a fin de que la actividad económica se desarrollara sin trabas. Animó a sus seguidores a manifestarse y se puso personalmente al frente de esas marchas, sin barbijo, abrazando a la gente y hasta manipulando celulares ajenos para tomarse fotos. Y hasta violó el aislamiento que se le había prescripto después de que colaboradores de su entorno cercano dieran positivo. Fabulista tenaz, el hombre puso el cuerpo para escribir su historia hasta que lo consiguió: al fin está contagiado.

 

En el medio, amante sin igual de la simetría, tejió una realidad en la que no evitó el desplome de una economía que, según el Fondo Monetario Internacional (FMI), se derrumbará este año 9,1% y convirtió a Brasil en el segundo país más golpeado del mundo por el mal, con 1,6 millón de casos y más de 65.000 muertos, números que, según muchos, ocultan un universo no documentado mucho más sombrío

 

 

Cementerio Vila Formosa, San Pablo (Foto: agencia Reuters).

 

 

Bolsonaro comenzó a sufrir el sábado dolores musculares, malestar general y, finalmente, 38 grados de temperatura. Pese a eso, concurrió ese mismo día a la Embajada de Estados Unidos para festejar el día de la independencia (la de ese Estados Unidos, claro) y siguió reuniéndose con ministros y colaboradores.

 

 

Acercamiento social. Bolsonaro, su hijo Eduardo y el canciller Araújo, el sábado, en la embajada de EE.UU: en Brasilia.

 

 

Tras ser hisopado el lunes a la noche, encaró a los periodistas a la entrada de su residencia, el Palacio de la Alvorada de Brasilia, para anunciar que una tomografía había mostrado que sus pulmones "están limpios". 

 

Tras la confirmación del positivo, salió este martes a mostrarse en público y habló, primero sin barbijo, luego con él –demasiado cerca de los periodistas– y, al final, otra vez con la boca libre. "Vean mi rostro. Estoy bien, gracias a Dios", tranquilizó.

 

 

 

El fugaz uso de ese implemento molesto fue casi una rendición para el hombre que, en la víspera misma de haber comenzado con síntomas, usó su poder de veto para declarar una insospechada guerra a los tapabocas, eliminando provisiones votadas por el Congreso para hacer obligatorio su uso en ambientes cerrados, para que las empresas debieran proveerlos a sus empleados y para que el Estado los entregara a las personas sin capacidad de comprarlos. Todo eso, alegó, violaba la Constitución. El disparate deja, por lo menos, un elemento positivo: aunque a veces amenace con cerrar el Supremo y el Congreso e interprete que las Fuerzas Armadas son el árbitro de última instancia para los conflictos entre poderes, parece que ese texto conserva algún valor en su mente.

 

¿Cuál será la moraleja de la fábula titulada Bolsonaro y el COVID? Dependerá de cómo evolucione su salud, claro. Si su historial de atleta le permite sobrevivir –lo que no lograron, hasta ahora, 65.000 de sus gobernados–, el hombre encontrará un elemento más para decir que tenía razón. Más de medio Brasil sabrá que eso no es cierto, pero su tercio fiel, el que aplaude todas sus demasías y lo blinda contra cualquier iniciativa de juicio político, volverá a vivar a O Mito.

 

Mientras, Maria Aparecida Firmo Ferreira pelea por su vida, conectada a un respirador artificial, en la terapia intensiva del Hospital Regional de Santa María, en Brasilia. Ella tiene 80 años y es nada menos que la abuela de su esposa, Michelle. ¿La moraleja de la fábula incluirá su suerte?

 

Probablemente no, aunque las parcas corten el delgado hilo de su vida. ¿O acaso Bolsonaro, el presidente de los desastres simétricos, el emblema de la (¿nueva?) derecha anticiencia, el darwinista literal, no avisó ya que algunos morirán? Sobre todo, los ancianos. Los que no son atletas como él, claro.

 

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