El capitalismo pide Estado

Más allá de los posicionamientos ideológicos de los diversos gobiernos alrededor del mundo, las políticas que buscan poner fin a la pandemia del COVID-19 priorizan medidas de interés general y cuidado de la ciudadanía.

 

El capitalismo, tal como lo conocemos, parece sufrir cambios que redefinen sus fundamentos. La mirada sobre el Estado, el mercado, la solidaridad horizontal y vertical, los roles en el cuidado, rediseñan la agenda de gobierno. 

 

La gobernanza mundial y la propia globalización se está rediseñando. La crisis del multilateralismo pareciera quedar atrás, fundamentalmente, por el rol de la Organización Mundial de la Salud en esta crisis. Los estados cierran sus fronteras priorizando la salud de sus nacionales. Sin embargo, el problema no se limita a un único sistema político, interpela a todos ellos, y a la relación de éstos entre sí. Diseñar políticas efectivas y oportunas requiere una perspectiva distinta para los hacedores públicos. 

 

Estamos a la puerta de nuevos consensos que requieren definiciones de temas indelegables y temas nuevos. Políticos liberales plantean la necesidad de un estado interventor, una salud pública potente, nuevas modalidades de empleo y un sistema de protección social que va más allá de las racionalidades económicas. 

 

 

 

Medidas de gobierno que hasta ayer eran denostadas como” populistas” se viralizan tratando de frenar este flagelo. Un objetivo (mínimamente discursivo) parece unirnos: preservar la salud valorando el rol social de los efectores sanitarios. 

 

Jefes de Estado de corrientes ideológicas diversas, como en Francia y Argentina, refieren a la pandemia como “el enemigo invisible” implementando políticas que también se asemejan.

 

Todas estas medidas revelan un giro en la manera de pensarnos y convivir y, sin lugar a dudas, exponen a un capitalismo que está mutando.  

 

La experiencia demuestra que las políticas son una parte de la solución, sin una ciudadanía comprometida y responsable es imposible revertir la propagación. La pandemia no distingue grupos sociales, sin embargo, atraviesa la cuestión social y expone prejuicios de clase. 
Los vertiginosos cambios impulsados por la pandemia impactan en todas las aristas del quehacer humano, en su esfera privada y pública. Estamos asistiendo a un cambio de época. 

 

Después del coronavirus nada será igual, la naturalización de la tecnología y la robótica, las limitaciones de los flujos de personas y bienes, las desigualdades que se agudizan y visibilizan poniendo de manifiesto las dimensiones multidimensionales de la pobreza de la manera más brutal nos interpelan. 

 

Un nuevo sistema político y económico con rostro humano y solidario parece asomarse demandando imaginación para financiarlo y consenso para legitimarlo. 

 

Poco sabemos de la nueva dialéctica entre el Estado, el mercado y la sociedad, tenemos más preguntas que respuestas. Lo que está claro es que requiere un estado de derecho que ponga fin a las desigualdades ultrajantes y a la cultura del privilegio. Entre el miedo y dolor en el que vivimos tenemos una oportunidad de ser mejores, de hacerlo mejor, de pensar en un nosotros que incluya a todos.

 

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