No es sinónimo de éxito ni un logro en sí, pero en menos de un mes el mundo de la política y el Círculo Rojo se vieron forzados a cambiar una dinámica de trabajo que llevaba cuatro años. Cuando Mauricio Macri llegó al poder, en 2015, estableció un cronograma de trabajo de sus ministerios con horarios calcados a los del sector privado. El arribo de Alberto Fernández modificó la lógica y se volvió a la hiperactividad, fuera de hora y en cualquier lugar, que supo tener el kirchnerismo durante los años de Cristina Fernández.
El 31 de diciembre a las 16, los directivos de la Asociación de Supermercados Unidos (ASU), que aglutina a gigantes como Coto, Carrefour, Walmart y Jumbo, y proveedores de alimentos nucleados en la Coordinadora de Productores (Copal) llamaban a sus familias avisando que todavía tenían para un rato. El ministro de Desarrollo Productivo, Matías Kulfas; el secretario de Industria, Ariel Schale; y la secretaria de Comercio Interior, Paula Español, los habían reunido el último día de 2019 para cerrar la compensación de la caída del IVA cero a 13 productos alimenticios. Por Diagonal Sur, calle en la que se ubica la cartera, ya el escenario era desierto. Puertas adentro, seguía la negociación, que terminó pasadas las 17.
Kulfas, con supermercados.
El viernes anterior, Fernández convocó a empresarios y sindicalistas a las 16 a una primera reunión del Pacto Social en la Casa Rosada. Muchos CEO estaban fuera del país y volvieron. Es que Cambiemos tenía por práctica que los viernes después del mediodía eran pocos los funcionarios que estaban activos. Había algunos osados, como el ex ministro de la Producción, Francisco “Pancho” Cabrera, que se había hecho célebre en el gabinete por atender desde el jueves en bares porteños. Su predilecto, la mesa en la vereda de la extinta confitería Rond Point.
Toda esta nueva dinámica acortó vacaciones en el establishment, que planea volver a Buenos Aires después del día de Reyes ya que les informaron desde el Gobierno que la agenda de temas pendientes será caliente en enero. A decir verdad, la crisis generó en los privados una desesperación tal que hay más ansias de buscar una salida al derrumbe que de leer un libro bajo la sombrilla en Punta del Este y Pinamar, los dos lugares en los que se refugian los CEOs.
Un extremo. Macri cortaba los viernes y Cabrera atendía, ocasionalmente, en bares porteños.
“Nadie bajó línea, pero no era necesario”, dijeron a Letra P desde las oficinas del ministro de Economía, Martín Guzmán, que ya les había pedido a los de su equipo trabajar con todo en enero para resolver el tema de la deuda con el FMI y los bonistas privados. El pupilo de Joseph Stiglitz eligió el viernes previo a fin de año, a las 15, para brindar con los pocos periodistas que quedaban en el ministerio. Los que también se plegaron a la veda vacacional fueron los diputados y senadores de Fernández.
Otro extremo. Moreno y el encierro de CEOs en una cochera.
Algunos de los consultados por este medio sospechan que, en casos puntuales como el del IVA, las reuniones se extienden para presionar en la negociación y lograr mejores acuerdos. Otros, con años en las disputas de política con gobiernos peronistas, asumen que es algo natural.
Estos consultados recuerdan dos anécdotas. La primera, cuando en el 23 de diciembre de 2013 el entonces secretario de Comercio, Augusto Costa, reunió a los empresarios del consumo para cerrar la primera canasta de Precios Cuidados. La reunión terminó cerca de la medianoche. El segundo hecho, casi una picaresca. Guillermo Moreno, antecesor de Costa, citó a los mismos actores una tarde noche de 2012 para acordar sus poco efectivos congelamientos de precios. Invitó a los presentes a dejar los autos en la cochera de la secretaría, para que les sea más cómodo. Cuando empezó a caer la noche sin acuerdo, muchos CEO pidieron retirarse. Pero había desaparecido las llaves para abrir el portón de la cochera. Aparecieron recién cuando se encaminó el diálogo.