No le quedaba otra a Antonio Bonfatti. Por convicción o a la fuerza, debía ser candidato del Frente Progresista para retener la Casa Gris de Santa Fe. Lo supo cuando a su camarada, el gobernador Miguel Lifschitz, se le truncaron las esperanzas de ir por un nuevo mandato.
La incógnita se mantuvo hasta finales de agosto de 2018. El día 30 de aquel mes, la Cámara de Diputados de Santa Fe rechazó la chance de que la provincia abra un proceso de reforma constitucional.
El plan de Lifschitz incluía la reelección, la del gobernador vigente, la propia. Sin esa herramienta, debió virar su mira política. Y ahí reapareció en el centro de la escena del progresismo la figura de Bonfatti. Se apagó el futuro de Lifschitz y se encendió el de Bonfatti.
El presidente de la Cámara de Diputados se tomó cuatro meses y en diciembre anunció que sería candidato. Lo avala su anterior gestión y el hecho de haber sido el más votado de la provincia en 2015, en la categoría legislativa.
Hombre de carácter duro y férreo, le aporta a la política un relato mucho más ideológico que Lifschitz, de corte más pragmático. Se diferencian por “matices”, dicen por separado, aunque sus formas de construcción son visiblemente distintas.
Bonfatti sabía de entrada que, en campaña, le tocaría convivir con la espina de su mandato: el desarrollo del narcotráfico y la violencia en Rosario, que se acentuaron marcadamente cuando gobernó, afirman todos los opositores. Él pone la cara, se defiende, recuerda que fue baleado en su propia casa. Pero los dardos llegan.
El presidente nacional del Partido Socialista (PS) evitó una interna. Los radicales progresistas, liderados por el ministro de Seguridad Maximiliano Pullaro, pretendían, con apoyo de Lifschitz, entablarle una interna. Bonfatti prefirió que no y la UCR aceptó ponerle la compañera de fórmula.
El ex gobernador, como todo el PS, apuesta a hacerse fuerte en Rosario, el bastión del sello. Una gran elección de Bonfatti en la Cuna de la Bandera le solucionará buena parte de la elección.
Pero también necesita de la mano del actual gobernador. El progresismo le sacó apenas 1.496 votos al PRO cuatro años atrás y salió tercero en las legislativas rosarinas, en 2017. No le sobra nada.
Entenderlo es parte del desafío de Bonfatti, que requiere apoyarse también en la buena gestión de Lifschitz. Tiene la responsabilidad de extender los doce años de socialismo y “Huracán Hermes” hubo uno solo, en 2007. Con el pedazo de radicalismo que se quedó de este lado, con otros partidos menores, Bonfatti no está en condiciones de regalar nada.