Aunque los pronósticos -antes y sobre todo ahora- son falibles, todos coinciden en que, después de quince años, el Frente Amplio perdería este domingo el poder en Uruguay frente al histórico Partido Nacional (Blanco) o, mejor dicho, frente a un virtual frente de todos los opositores, que se han juntado para la segunda vuelta detrás de Luis Lacalle Pou y, sobre todo, contra la continuidad expresada en la candidatura de Daniel Martínez. Desde temprano, los uruguayos ya concurren a los colegios electorales, esta noche, gracias a un escrutinio simple por competir solo dos candidatos, ese enigma quedará develado.
“La pregunta en los ámbitos políticos no es quién sino por cuánto”, le explicó a Letra P el analista político Marcos Methol Ferre, dando por sentado la derrota del Frente y marcando por consiguiente la importancia que adquiere para los blancos la diferencia que obtengan de cara a un escenario político futuro –gane quien gane– altamente polarizado. Las últimas encuestas dan entre diez y tres puntos de diferencia a favor de Lacalle Pou.
Obstaculizados de presentarse por cuestiones constitucionales (Tabaré Vázquez) y de edad (José Mujica) sus líderes históricos, el FA eligió en internas abiertas y simultáneas (no obligatorias; somos parecidos pero no iguales) al socialista y exalcalde de Montevideo Martínez como candidato. La intención fue postular a un moderado de cara a un electorado que, por diferentes razones, viene virando hacia posiciones de “derecha” o conservadoras. En esa línea, la irrupción de Cabildo Abierto y sus 11 puntos en la primera vuelta, dan cuenta de lo segundo.
Habrá que aguardar el resultado para ver cómo resulta el experimento, pero hay señales: Paradójicamente (o no), el sector interno más votado y por ende con mayor representatividad parlamentaria fue el Movimiento de Participación Popular (MPP, extupamaros) de Mujica, que, junto con el Partido Comunista, representan el ala más de izquierda del FA. En tanto, a pesar de la moderación de Martínez, todos los candidatos opositores con representación en el Congreso adhirieron a Lacalle Pou de cara al ballotage. En ese marco, hay quienes consideran que, con Martinez, el FA profundizó su discurso liberal en cuestiones valóricas (agenda de género, aborto, despenalización de la droga, etcétera) y eso lo alejó de votantes del interior del país, que Mujica con su perfil campechano y más nacionalista había sumado.
Daniel Martínez, candidato del Frente Amplio.
¿Habría tenido más chance el FA con un candidato mas representativo de sus bases? ¿Había margen para no meterse en las cuestiones valóricas hoy en auge, pero altamente divisorias? ¿Los escenarios de polarización no son viables para candidatos que tiendan al centro? No hay respuestas certeras aún, pero estos análisis no deberían perder de vista lo sustancial: hay una gran cantidad de uruguayos disconformes con la gestión oficialista en los rubros seguridad, educación y -como en toda la región, crisis mediante- economía.
Amén de esto, los sistemas democráticos como el uruguayo (que cumple con casi todos los requisitos de lo que en Occidente se consideraría una democracia plena) están diseñados para la alternancia y consecuentemente son proclives a promover primero y canalizar después cierto hastío con la continuidad político-partidaria.
A ese cansancio sobre todo se monta Lacalle Pou, hijo del ex presidente Luis Lacalle (1990-1995) y retador por segunda vez consecutiva del FA en balotaje. Inteligentemente, en la primera vuelta del 27 de octubre, el postulante blanco buscó principalmente retener el segundo lugar que le daban las encuestas y tejió a la par los acuerdos necesarios con sus contrincantes (el colorado Ernesto Talvi, Guido el militar nacionalista Guido Manini Ríos, el derechista Edgardo Novick y el socialdemócrata Pablo Mieres) para lo que hoy es la “coalición multicolor”, eje de la campaña tanto para Lacalle -mostrando las coincidencias- como para Martínez – mostrando las diferencias-.
Así, mientras Lacalle presenta esta coalición como garantía de que tendrá mayoría en un Parlamento balcanizado y busca seducir a los votantes de esos espacios, Martínez la muestra como un ejemplo de “rejunte” y advierte que las diferencias entre ellos tarde o temprano la harán estallar y consecuentemente poner en peligro la gobernabilidad.
Finalmente aunque los blancos (cuyo partido nació en 1836) han tenido algunas variaciones ideológicas a lo largo de su extensa historia (su líder histórico Luis Herrera fue aliado de Juan Domingo Perón y su fundador, Manuel Oribe, de Juan Manuel de Rosas) la continuidad del FA los ha colocado claramente en el centro-derecha del mapa político uruguayo. En ese sentido, la campaña de Lacalle ha hecho foco en el combate a la inseguridad y el achicamiento del Estado en pos de reducir el creciente déficit fiscal que tiene Uruguay. A la par, ha acusado a Martínez de promover aumentos impositivos que este niega o limita a grandes fortunas.
Sin grandes diferencias respecto a la continuidad del modelo económico liberal-agroexportador, los frenteamplistas han buscado en ese punto pararse a la izquierda de su rival para mostrarlo como una versión uruguaya del brasileño Jair Bolsonaro y el argentino Mauricio Macri y han alertado a sus compatriotas acerca de las consecuencias de los procesos de ajuste que han encarado estos mandatarios en sus respectivos países.
Pero, aunque globalización mediante esto ha ido cambiando, generalmente la política internacional suele influir poco en las elecciones nacionales (no así en las decisiones nacionales) y la percepción generalizada que existe en el país vecino sobre Lacalle Pou es la local, la de un clásico dirigente blanco, un conservador a la uruguaya, lejos del ultraderechista Bolsonaro o el liberal-conservador Macri.
En pocas horas más, los uruguayos les pondrán certezas a todos estos interrogantes.