Cerró una semana más de protagonismo, desde un gobierno que se mueve entre la retirada y el desbande. Con la peripecia de los periodistas argentinos enviados a La Paz, Patricia Bullrich combinó su intervención con una cuota de presencia mediática altísima garantizada. Pudo agradecerle a la Gendarmería a través de su cuenta de Twitter y creerse, una vez, con la razón de su lado. No fue lo único que logró. Una vez más convertida en vocera de un gabinete deslucido, la ministra de Seguridad terminó discutiendo con Alberto Fernández. Primero, consiguió que el presidente electo saliera a desmentirla de madrugada por su afirmación de un supuesto acuerdo entre el Gobierno y la oposición para aumentar las naftas. Después, salió a cruzar -con números de su gestión- la declaración de Fernández sobre los protocolos de seguridad que “no sirvieron para mucho”. Para la abanderada de la mano dura, todo es ganancia. Mauricio Macri no se cansa de felicitarla y la feligresía del macrismo no para de idolatrarla.
Como reveló Gonzalo Palese en Letra P hace diez días, Bullrich va camino a consagrarse como presidenta del PRO y ubicarse como la dirigente más destacada de cara a la etapa que viene, con la alianza Cambiemos otra vez de regreso a la oposición y varios figuras quemadas por los cuatro años en el gobierno. Mérito propio o déficit ajeno, es un premio elocuente para una recién llegada al partido de Macri, que recién el año pasado se afilió al partido del Presidente y disolvió el sello histórico de Unión por Todos con el que había deambulado de un lado para el otro hasta que logró su identificación más plena con el macrismo.
Según cuentan en Casa Rosada, en los próximos días Macri -el jueves, es probable- convocará a los presidentes del PRO en las provincias a una reunión en Olivos para dar el último paso formal del dedazo que pondrá a Patricia como líder. Bullrich estará ausente porque todavía no es autoridad partidaria. Ya cerrado el aval decisivo de Horacio Rodríguez Larreta, se trata apenas de una formalidad. Sin embargo, la ministra insistió en las últimas horas en que debe ser un proceso “consensuado y discutido”, en lo que pretende ser una marca de su gestión en el partido. Promete traer la amplitud que escaseó durante los años de gobierno.
SUPERAR A PEÑA. Aunque a la gran familia amarilla le encanta negar las tensiones internas que saltan a la vista, Bullrich se diferencia de entrada de un actor con el que no tuvo el mejor de los vinculos, Marcos Peña. Avalada por Macri en todo, la guardiana del orden fue la única funcionaria que no consultó al jefe de Gabinete antes de hacer una declaración pública y se movió con una autonomía que el resto de los ministros envidiaba. Ahora, está a punto de desplazar a Humberto Schiavoni de su puesto y pretende iniciar una operación más ambiciosa: cambiar la lógica y el discurso de la escuela del optimismo fundada por Peña, con los resultados ya conocidos. Tiene el aval de Larreta, que impuso como secretario del partido al leal Eduardo Machiavelli y sacó de la cancha con elegancia a Francisco Quintana -designado presidente del Consejo de la Magistratura porteño-, el candidato peñista para asumir en el lugar de Schiavoni. Atrás quedaron las diferencias entre el jefe de Gobierno porteño y la ministra por la mano dura y el gatillo fácil, una batalla que Bullrich está segura de haber ganado.
En el PRO, cuentan con malicia que Marcos puso a disposición de Patricia todo su equipo de comunicación en un doble intento de ayudarla y controlarla. Al lado de la ministra, admiten que el ofrecimiento existió y que habrá una confluencia entre los asesores de unos y otros. Su intención no es confrontar sino superar los años en los que todas las decisiones dependían del jefe de Gabinete. Sobrevuela en el todavía oficialismo la idea de que cuando el Presidente vuelva al llano, con Elisa Carrió exiliada, Peña golpeado y María Eugenia Vidal hundida, Bullrich puede ser la dirigente más importante al lado del ingeniero, en los próximos cuatro años.
Según pudo saber Letra P, Bullrich no lo dice en público pero piensa que no hay nada para festejar y está lejos del animo de Macri y Peña, los promotores de la derrota digna. “Perdimos, chocamos la calesita”, es una frase que le atribuyen. Tal vez sea una evaluación que compare el desastre final de los números de la economía y el triunfo de los Fernández con la expectativa gigantesca que había generado Cambiemos y el apoyo formidable que tuvo dentro y fuera del país. Diez millones de votos es muchísimo, pero no era el objetivo que se habían fijado el Presidente y su núcleo de acero, cuando fabulaban con el 2023 como año en que Peña, Larreta y Vidal se lanzarían a una disputa abierta por la sucesión. Mientras Cristina Fernández de Kirchner regresa al poder, el PRO vuelve a ser una fuerza con base en la Ciudad de Buenos Aires y Bullrich pretende iniciar la reconstrucción.
LOS VENGADORES. No aparecen públicamente todavía, pero los adoradores de la ministra en el macrismo son una fuerza creciente. Hace un año, fue ovacionada en el Encuentro de Mujeres del PRO en Parque Norte y sus incursiones en las provincias no hacen más que aumentar su popularidad. De estrecha relación con las embajadas de Estados Unidos e Israel, Bullrich tiene el respaldo de intendentes, de la cúpula de las fuerzas de seguridad y, también, de unos cuantos gobernadores de la todavía oposición. La doctrina Chocobar, la defensa militante de la Gendarmería ante la muerte de Santiago Maldonado y el crimen de Rafael Nahuel, la represión callejera; todo lo que sus opositores denuncian la hace fuerte en las filas amarillas y le eleva en las encuestas al otro lado de la grieta.
Es la figura que más seguidores suma en Twitter -está cerca de llegar al millón- y acostumbra a deleitar a fanáticos y vengadores del macrismo que festejan cada operativo de los uniformados. Sus promotores para la etapa que vienen dicen que Macri cumplió una sola promesa de las que hizo en la campaña de 2015 -“combate al narcótrafico”- y se lo debe a ella.
Bullrich contrasta con Peña en todos los planos. No sólo porque tiene una historia antigua y zizagueante en la política, a diferencia del jefe de gabinete que nació con Macri. También porque exhibe otra forma de relacionarse con huérfanos y deshauciados de la alianza oficialista. “Le escribís y te contesta, habla con todo el mundo, va a dónde la invitan”, dice un macrista de la primera hora que se entusiasma con la jefatura de la antigua ministra de Fernando De la Rúa y ex aliada de Carrió.
Contracara histórica de Carolina Stanley en el gabinete, hace diez días la dura Bullrich se mostró en una foto puramente política. Apareció en una cena con Federico Pinedo, Gerardo Millman, Paula Bertol, Oscar Aguad, Silvana Giudici, Pablo Tonelli y Eduardo Amadeo. Orgulloso de su historia, el viejo Grupo A está de regreso, otra vez en la oposición.
A diferencia del ala política marginada de Emilo Monzó, la ministra preferida de la Gendarmería encarna a un macrismo talibán que rechaza al peronismo y comparte las líneas principales de Macri, pero mastica bronca por los modos de Peña. Responsabilizan al jefe de Gabinete y a su séquito de simarquistas por casi todo, como si no hubieran disfrutado y ejercido un poder delegado por el team leader de Cambiemos. En el entorno de Bullrich, afirman que no hay que volver a hacer lo que se hizo mal, hay que consultar y hay que escuchar incluso a los más críticos. Una herejía de autocrítica que perfora los tímpanos del primer piso de la Casa Rosada.