Ricardo Alfonsín ensayó durante unos meses un texto destinado al autoconvencimiento antes que a persuadir a terceros. En Cambiemos -decía Alfonsín allá por 2015 y los primeros meses de 2016-, el PRO aportaría la pata de centroderecha y la UCR, la de centroizquierda.
Como resabio de los antiguos ímpetus de centroizquierda, flamea por estos días una bandera telón de Franja Morada sobre el lateral sur de la Facultad de Derecho, cuna de radicales de toda laya, con la frase “universidad pública, ahora y siempre”. A la luz de las paritarias docentes, apenas parece un eslogan para incautos. Persisten, eso sí, algunos tuiteros aguerridos identificados con la UCR que mezclan frases progresistas con alguna alusión al flan casero.
“Fijate que desde el día que asumimos, ellos nos corren por derecha”, se quejaba con sorna semanas atrás un secretario que proviene del círculo originario del PRO y que defiende la estrategia de Marcos Peña de una mesa de decisiones reducida y jerarquizada, que se autopercibe tan profesional como política, con un ego a prueba de balas y de radicales. Un esquema que cuenta con la aprobación de Mauricio Macri y que parece haber quedado reducido pero en pie hace una semana.
El abanico de temas en los que la UCR erosiona la presunción de partido centrista, institucionalista y laico es amplio. Quedó reflejado con claridad en la votación en el Senado por la interrupción voluntaria del embarazo. Ningún otro bloque -incluido el PRO- exhibió una mayoría tan contundente en contra del aborto legal (12 negativos, una abstención, una ausencia y 8 a favor). Las participaciones durante el debate de las senadoras Silvia Elías de Pérez (Tucumán) y Olga Inés Brizuela y Doria de Cara (La Rioja) quedaron como exponentes de lo más religioso del recinto.
El encarcelamiento por protestar en una plaza de una dirigente opositora en Jujuy, provincia gobernada por el radical Gerardo Morales, justificado luego por múltiples procesos penales de origen turbio -según organismos de la ONU y la OEA- es anotado por el mismo secretario como un botón de muestra de la deriva de la UCR. Lejos de sentir alguna empatía por Milagro Sala o vocación especial por el debido proceso, el funcionario lamenta el costo del burdo accionar de Morales, que desdibujó de entrada la pretensión de Macri de ser la contracara legalista del autoritarismo de Nicolás Maduro. Como sea, al macrismo puro le parece menor ese costo que perder base en el noroeste, clave de su triunfo electoral en 2015.
Otras figuras radicales de relieve no dejan ver ni una sombra de consignas garantistas. De Oscar Aguad -“El Milico” para Elisa Carrió- no hay mucho para agregar. Tampoco de Daniel Angelici, Laura Alonso o Hernán Lombardi. Varios referentes radicales se adosaron a la tesis Lopérfido de un número “inventado” de 30.000 desaparecidos, para embarcarse luego en explicaciones temerarias sobre el terrorismo de Estado.
Tampoco aporta virtudes republicanas el látigo de la pauta oficial en el imperio Colombi en Corrientes, hoy legado a Gustavo Valdez. La felicitación del gobernador de Mendoza, Alfredo Cornejo, a policías responsables de muertes con pinta de asesinato (en una de las provincias con peores registros históricos en la materia) no tiene nada que envidiarle al gatillo fácil alentado por Patricia Bullrich, Horacio Rodríguez Larreta o el propio Macri.
Las urgencias mayores hoy pasan por la economía. Sería forzar el análisis atribuir la autoría de las penurias actuales a la UCR por el hecho de que Alfonso Prat-Gay y Nicolás Dujovne orbitan en ese partido. Su vínculo tiene raíces tenues; ambos son, ante todo, representantes clásicos de las asesorías promercado y la carrera bancaria.
Un hombre clave del entorno de Cornejo, el único de los tres gobernadores radicales con alguna proyección nacional, dejaba saber días atrás su crítica a la política económica oficial: “El problema es que el mercado ha ido sonsacando las medidas, no fue el Gobierno el que planteó el camino”. ¿Crítica por izquierda? Al contrario: “Las variables económicas no están mal; están haciendo el ajuste que no hicieron en su momento, que es lo que hay que hacer”.
La politóloga María Esperanza Casullo marca que hay un cambio en el paradigma de la UCR que debe ser pensado. En los últimos años, ha habido ensayos sobre el kirchnerismo y el PRO, los dos ejes dominantes de la política argentina, pero -en opinión de la docente en la Universidad de Río Negro- se ha elaborado menos sobre el radicalismo.
La juventud maravillosa de Alfonsín padeció el ostracismo durante los años del neoliberalismo peronista, pese a que el ex presidente radical conservó la sartén por el mango de su partido al menos durante los dos primeros tercios de la década del noventa, incluso para ensayos penosos como la candidatura del “Menem rubio” Horacio Massaccesi en 1995.
Apuntados por el “estigma” de la Junta Coordinadora, los apellidos Stubrin, Cáceres, Becerra, Lafferriere y Nosiglia habrán conservado influencia pero poco y nada en cuanto a votos tras la traumática salida de Alfonsín de la Casa Rosada.
Mucho más traumática y deshonrosa fue la salida en 2001 de Fernando de la Rúa, cuyo gobierno se había apoyado en -además de los sushis y los parientes del propio presidente- la trama empresarial, política y de Inteligencia asociada a Nosiglia. Por cuestiones de marketing, burocracia y desvarío ideológico, un conservador había sido piropeado por la Internacional Socialista en Buenos Aires y en París en 1999, durante la carrera de la Alianza a la Presidencia. Así adornada, la bandera del centroizquierda, renombrada progresista, seguía asociada a fines de los noventa al partido fundado por Leandro N. Alem.
Durante la década siguiente, alfonsinistas puros o críticos como Federico Storani, Leopoldo Moreau o Facundo Suárez Lastra se dedicaron a denunciar la supuesta impostura progresista de los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández
Si durante su declive el gobierno de De la Rúa se fue desgranando de referentes con algún lazo alfonsinista -al punto de ser hoy señalados como golpistas por Carrió y los herederos del delarruismo-, la salida del gobierno de Macri no parece ser una alternativa para ningún radical. Por el contrario, la puja sigue siendo por ganar cargos, y hasta un líbero con capital político propio como Martín Lousteau quiere dar pelea dentro del paraguas Cambiemos.
Los resultados de la política económica de Macri son por ahora menos dramáticos que los de De la Rúa. El contexto internacional, la baja deuda y el colchón social recibidos marcan otra realidad, pese al indudable parecido entre ambas apuestas, que coinciden hasta en su terminología: déficit cero, no vivir sobre nuestras posibilidades, rebaja salarial, qué lindo es dar buenas noticias, me duele hacerlo, blindaje del FMI, el último esfuerzo antes de llegar al paraíso perdido.
La mayor diferencia entre el 2001 y el 2019 pasa por el margen de acción política. Hoy en problemas, Cambiemos se ha mostrado como una herramienta electoral y de gobierno exitosa, medida en los términos de lograr sus objetivos. Sus principales gobernantes tienen un nivel de popularidad entre mediocre y bueno, no catastrófico.
El futuro es incierto, aunque lo que parece seguro es que la UCR no tiene destino como alternativa fuera del liderazgo macrista. La experiencia Cambiemos significó para el radicalismo el acceso a presupuestos y bancas municipales, provinciales y nacionales de las que se había olvidado.
Los traumas de 1989 y 2001 hicieron recluir a la UCR hacia proyectos locales, en general en provincias medianas y chicas, con realidades autónomas que les permitieron a sus referentes aliarse un día con los Kirchner, otro con una disidencia peronista y después con fuerzas conservadoras.
Fue Macri y su habilidad política quienes devolvieron a la UCR al campo de juego nacional. La realidad es demasiado cruda para los vanos deseos socialdemócratas de Alfonsín (h).