¿No hay manera de lograr una sucesión ordenada en los gobiernos con identidad popular en Latinoamérica? Las evidencias siguen siendo negativas. La última novedad en ese sentido llega desde Ecuador, donde la ruptura entre el ex presidente Rafael Correa y su sucesor y ex vicepresidente Lenin Moreno parece haber llegado a un punto de no retorno tras el decreto presidencial que le quitó todas sus atribuciones al vicepresidente (fiel a Correa) Jorge Glass.
La decisión presidencial fue “saludada” por su antecesor con un irónico tuit donde le indica a Glass que lo tome como una “condecoración”. “El diálogo es solo para los que odian la revolución”, agregó Correa en amarga referencia a las conversaciones que viene manteniendo Lenin con sectores opositores en su momento fuertemente enfrentados a la Revolución Ciudadana de Correa.
Repasemos. La relación venía complicada desde el vamos. Lenin fue vicepresidente de Correa en su primer mandato (2007-13) pero luego tomó distancia hasta física del gobierno: se radicó en Europa, donde trabajó para Unesco en temáticas de discapacidad, con la cual trabajó y se distinguió como vicepresidente.
Consciente de lo riesgoso de candidatearse a una nueva reelección, Correa se autoexcluyó legalmente de esa chance y empezó a barajar el nombre de su sucesor entre su ex vice, Moreno, y Glass, quien fuera su vicepresidente en su segundo período (2013-17). Este último era claramente su favorito, pero no concitaba el respaldo popular de Lenin y, pragmático al fin, Correa promovió la fórmula Moreno-Glass para el espacio oficialista Alianza País.
Durante la campaña se hicieron evidentes algunas desavenencias entre Moreno, de perfil dialoguista y moderado, y Correa y, en paralelo, las dudas generadas acerca de hasta dónde podría Moreno como eventual presidente ejercer su mandato sin el tutelaje de Correa demolieron su hasta entonces altísima imagen positiva. El deterioro fue tal, que Moreno no llegó al 40% necesario para ganar en primera vuelta el 19 de febrero de este año y puso en peligro la continuidad del oficialismo.
Pero para la segunda vuelta, el 2 de abril, Correa hizo dos movimientos clave. No criticó declaraciones de Moreno anticipando su “despegue” y puso la maquinaria del Estado al servicio de la candidatura oficialista, apuntando, sobre todo, a las zonas más vulnerables económicamente, particularmente afectadas por el terremoto de 2016. El resultado: contra casi todos los pronósticos y contra la tendencia prevaleciente en la región, Moreno ganó las elecciones.
Pero hasta ahí llegó el amor. Lenin Moreno cumplió sus promesas de campaña y efectivamente se despegó de Correa y de su gestión de gobierno. “Mashi” había declarado que quería “descansar de Ecuador y que Ecuador descanse de mí” y se fue a residir temporalmente a Bélgica con su familia (su esposa es belga) pero, a través de la red social Twitter, empezó a cuestionar cada vez más las decisiones de su antecesor.
Hubo tres puntos especialmente sensibles. El diálogo con la oposición (con entrega de pequeños espacios de gestión incluidos), el “blanqueo” del monto de la deuda y, sobre todo, el lugar que dio Lenin a las denuncias de corrupción en la gestión correísta que involucran a (¡también aquí!) la empresa brasileña Odebretch y al reelecto vicepresidente Glass. Ese combo, explotó este jueves con el decreto que le quita todas las atribuciones a Glass y lo pone literalmente en la vereda… de enfrente.
Al cierre de esta nota había reunión de urgencia de la cúpula de Alianza Pais – a propósito, ¿compensará Lenin con diputados opositores los que seguramente perderá del oficialismo? – y tanto Glass como Moreno se aprestaban a hacer declaraciones públicas para fundamentar sus posiciones. Cabe destacar que las encuestas marcan coyunturalmente un amplio respaldo al presidente – cerca del 70% -, que, de todos modos, ya anunció que “ordenará” la economía, con el descrédito que eso supone a priori.
Pero, más allá de esto, la pregunta inicial se impone. La reelección indefinida de Evo Morales fue frenada por el voto popular en Bolivia, la sucesión “a dedo” de Chávez-Maduro hace agua por todos lados en Venezuela, la elección de una “NN” fiel por convicción y obligación no terminó de cuajar en Brasil (Dilma no perdió sus derechos electorales pero nadie la ve como candidata a ella sino a Lula) y hasta los moderados espacios políticos centroizquierdistas de Chile y Uruguay se encuentran con graves dificultades de continuidad pese a garantizar alternancia y distancia de sus figuras fuertes (Bachelelt y Tabaré, respectivamente).
El modelo argentino tampoco es ejemplificador. Cristina Fernández apostó a último momento y con visible desgano por Daniel Scioli y ese desinterés fue probablemente parte de las razones del triunfo de Mauricio Macri, que, de rebote, puso en crisis a todo el espacio “populista” de la región.
En ese marco, el pequeño Ecuador parecía dar el ejemplo. Dejando de lado ambiciones y vanidades, Correa se había autoexcluido y había apostado fuerte por un sucesor que garantizara el triunfo más que la “obediencia”. La realidad pegó este jueves un fuerte sopapo a la ilusión de continuidad de políticas más allá de los líderes. Realismo mágico latinoamericano.