VOCERO TODOTERRENO

El operador de todos los peronismos que Massa sentó en un sillón clave del Gobierno

Claudio Ambrosini asumió como director del Enacom, el organismo que creó Macri para sepultar a la Afsca. De Grosso al líder del Frente Renovador, pasando por Ruckauf, perfil de un monje negro.

A través de Claudio Ambrosini podría contarse la historia del peronismo en el último cuarto de siglo. Después de varias postergaciones, el jefe de prensa de Sergio Massa se sentó finalmente en un sillón del Ente Nacional de Comunicaciones (ENACOM) en nombre de la oposición. Ya forma parte del directorio que comanda el macrista publicitario Miguel De Godoy y que integran la radical PRO Silvina Giudici, el ex directivo de Telefé Heber Martínez y el ex asesor de Margarita Stolbizer Alejandro Pereyra.

 

La designación de Ambrosini es un eslabón más de la rara convivencia entre Massa y Mauricio Macri, pero difiere de otros casos en los que los miembros del Frente Renovador dieron el salto a la administración pública y abandonaron al ex jefe de Gabinete de Cristina Kirchner. Ambrosini actuará en nombre de Massa y el tiempo dirá si logra influir en la política de comunicación del Gobierno o si asume un rol meramente testimonial. Su nombramiento contó con el aval de dos viejos amigos suyos: De Godoy y el secretario de Comunicación Pública de la Presidencia, Jorge Grecco.

 

De 58 años, Ambrosini es conocido por los periodistas de política, los productores de televisión y los directivos de medios de comunicación, pero su nombre es intrascendente para los cinco millones de personas que votaron a Massa en las presidenciales de octubre pasado. Vive en el country Highland, juega al tenis tres veces por semana y carga con un stend resultado de un preinfarto. Su historia con la política y el peronismo se remonta hacia los tempranos años noventa, cuando se incorporó a la agencia de comunicación que su cuñado, Alejandro Ferreyra, tenía con Gabriel Hochbaum, otro intrépido operador que con los años llegaría a convertirse en mano derecha de Daniel Vila y José Luis Manzano en el Grupo América.

 

Ambrosini se había criado en una familia politizada y había estudiado periodismo. Con esas credenciales, le alcanzaba para lanzarse al mar de la comunicación política. La consultora que su cuñado compartía con Hochbaum duró poco, pero el vocero de Massa encontró muy rápido su segunda oportunidad.

 

Fue en 1991, el año en que Carlos Menem presentaba en sociedad el plan de convertibilidad y buscaba en la economía las bases de su fortaleza política. A Menem no le interesaba la ciudad de Buenos Aires, el territorio en el que el intendente porteño, Carlos Grosso, necesitaba un candidato para pelear las legislativas de ese año. El elegido para testearse en las urnas fue el entonces embajador en Italia, un peronista criado en el sindicato del Seguro que había debutado en política dos décadas atrás como ministro de Trabajo de un gobierno tenebroso, el de María Estela Martínez de Perón. En el arranque de la nueva era, Carlos Ruckauf había sido enviado a Roma por Menem pero extrañaba Buenos Aires. Volvió encantado para encabezar la boleta del PJ.

 

Ambrosini se había asociado ya en una nueva consultora, Comunica S.A., junto a tres hombres del peronismo comunicacional: Antonio “Tony” Zucco, Eduardo Roust –más tarde, vocero de Alberto Fernández durante el ciclo kirchnerista- y Julio Macchi, por entonces jefe de prensa del PJ de la Capital Federal.

 

Convocado por Macchi, en poco tiempo Ambrosini se dedicaría a moldear el primer candidato de su vida en los estudios de televisión. Le alumbraría un mundo nuevo: ir a comer fideos los domingos a la noche con Tato Bores, almorzar ante las cámaras con Mirtha Legrand y pasear por programas como el de Susana Giménez, donde la sola sonrisa de Ruckauf bastaba para ganar votos y evitar preguntas.

 

La campaña no alcanzó para derrotar a Fernando de la Rúa en los comicios, pero sí para debutar como diputado nacional y dar el primer paso de una carrera que sería vertiginosa y explosiva. Un año y medio después, Ruckauf ya era ministro del Interior de Menem y frecuentaba la residencia de Olivos. Ambrosini todavía recuerda que estaba en la Casa Rosada junto al entonces secretario de Legal y Técnica, Carlos Corach, el día en que el edificio de la AMIA voló por los aires y causó 85 muertes. Años más tarde, Corach y Ruckauf serían denunciados por familiares de las víctimas como responsables del encubrimiento del atentado, algo que no impediría que continuaran con roles destacados. Ruckauf fue candidato a vicepresidente de Menem en 1995, tocó la campanita en el Senado y un tiempo después rompió su relación con el riojano para acercarse al otro vértice del poder peronista en aquella era, Eduardo Duhalde. Como antes con Duhalde, a Menem le disgustaba el protagonismo de un vicepresidente que se destacaba por usurparle la residencia de Olivos durante sus viajes al exterior.

 

MANO DURÍSIMA. En 1999, vendría la campaña en la provincia de Buenos Aires y una muestra de que Ruckauf quería hacer historia con la chapa de sheriff. El candidato peronista le terminó ganando a Graciela Fernández Meijide con una consigna de época fríamente calculada, que todavía resuena: meter bala a los delincuentes. Casi 15 años después, el renovador Massa adoptaría el manual de Ruckauf como parte de su estrategia de campaña y también llegaría lejos. Hilo conductor ineludible, Ambrosini fue parte de aquella epopeya que resultaría traumática.

 

Con Macchi como secretario de Medios y Roust como mano derecha conformaban un trípode que se conocía de memoria y se encargaba de la comunicación de la provincia. Ambrosini jugaba al futbol en La Plata los miércoles y tenía un asiento en el helicóptero de la gobernación junto a Ruckauf, el hijo del mandatario, Germán, y su histórico custodio, Adrián Falduto. Las anécdotas que recuerdan el trato preferencial que le daba el gobernador incluyen haber bajado a varios ministros del vuelo para subir a Claudio.

 

El subsecretario de Medios pagó sus costos personales: un preinfarto lo sorprendió en el año 2000, cuando cruzaba desde la gobernación hacia el despacho del vicegobernador Felipe Solá. En materia de medios y de imagen pública todo daba la sensación de ir bien pero, por abajo, la provincia ardía. Hoy, hasta Ambrosini coincide: Ruckauf era un producto de los medios y tenía limitaciones políticas que resultarían letales. El estallido de 2001 y la fuga instantánea del gobernador sellaron su partida de defunción política. Ruckauf ni siquiera le contó a su círculo íntimo que pensaba renunciar. Fue el popular Fabián Doman –entonces agregado de prensa de la embajada argentina en Estados Unidos- el que llamó a Ambrosini desde Washington para advertirle que ahí ya se decía que Ruckauf abandonaba. El político de la sonrisa de oro creyó que huir del sillón que hoy ocupa María Eugenia Vidal hacia el Palacio San Martín para asumir como canciller de Duhalde lo pondría a salvo de la debacle de la clase política. Un error fatal.

 

En su descargo hay que mencionar que el ex gobernador tenía buen ojo. Los que lo conocieron de cerca afirman que, cuando su carrera expiraba, alumbró a tres jóvenes con proyección: Horacio Rodríguez Larreta, Martín Redrado y Sergio Massa. Los tres habían trabajado cerca de él, pero sería el futuro intendente de Tigre el que se llevaría a Ambrosini, el disco rígido de Ruckauf. “Vos protegelo a Massa. Va a ser el presidente de los argentinos”, dicen que le dijo sin precisar la fecha.

 

MESA CHICA. Claudio lleva casi 14 años al lado de Sergio, primero como gerente de Comunicaciones de la Anses en su doble rol de nexo con los medios y firmante de las cartas en las que el organismo respondía las quejas de jubilados que publicaban los diarios. Después, en la intendencia de Tigre, en la jefatura de Gabinete y en el armado del Frente Renovador.

 

El flamante director de Enacom estaba en la cima de Machu Pichu –escoltando al todavía canciller Ruckauf- cuando recibió el llamado de Massa para que trabajara con él. Se habían conocido tres años atrás, cuando Ambrosini era subsecretario de Medios de la provincia y Massa, un diputado provincial que pedía fondos para su campaña en Tigre.

 

Para los más distantes, Ambrosini y Massa son inseparables y juegan el mismo partido. Otros ven una relación de afecto y respeto que –para pervivir en el tiempo- precisa de distancia y, sobre todo, de paciencia. En 2014, con el vértigo de una campaña que empezaba a hacerse cuesta arriba, Massa incorporó una camada de periodistas al equipo de prensa que lideraban Ambrosini y Santiago García Vázquez: Daniel Juri, Juan Caruso, Enrique “Quique” Mouján, Ernesto Conti y María Laura Anselmi. Todos cumplieron su función y se fueron en mejores o peores términos.

 

En la Torre de las Naciones de Tigre, la tensión se hizo manifiesta con una decisión de Massa: relegar al equipo de prensa al piso 12 y quedarse solo en el 19, con un grupo de incondicionales. Aunque conservaba el acceso a las alturas, Ambrosini también debió descender. Pero cuando todos se fueron, él se quedó, junto a García Vázquez. Hoy sigue siendo una pieza fundamental en su construcción política e integra el círculo íntimo del candidato junto con Malena Galmarini y Ez equiel “Kelo” Melaraña, la sombra de Massa.

 

Su rol no se limita a la relación con los grandes medios ni a la coordinación del operativo frecuente en el cual los hombres del diputado despliegan sus propios micrófonos con el logo de los canales de noticias cada vez que habla el candidato. Ambrosini cultiva una relación personal con parte de la cúpula de Clarín, incluidos el director de Relaciones Externas y ahora presidente del directorio, Jorge Rendo, y el gerente de Asuntos Regulatorios, Hernán Verdaguer. También, con el presidente de Telefónica Argentina, Luis Blasco. Son vínculos propios, que nacieron a la par del crecimiento de Massa, pero que lo trascienden.

 

Ambrosini es más que un jefe de prensa. En el Frente, que tiene su base en Tigre, admiten que en la campaña también se ocupaba de la recaudación de los municipios que aportaban al proselitismo renovador y de tareas domésticas como pagarle al chofer de la municipalidad la pila de tickets que le adeudaban en concepto de peajes.

 

Las similitudes entre Ruckauf y Massa no se agotan en Ambrosini. El líder del Frente Renovador también contó con el inestimable aporte de los medios de comunicación para convertirse en un político de alcance nacional. El encanto personal de Massa con los periodistas se suma al trabajo de Ambrosini o García Vázquez y -si todo eso fracasa- al infaltable llamado del diputado a los directivos del medio en cuestión. Sigue funcionando.

 

Como antes Ruckauf, Massa enarboló rápido la bandera de la lucha contra la delincuencia, despotricó contra “chorros y asesinos” y ganó votos subido a la ola de la mano dura que, sin embargo, también tiene su techo. Hay algo más que parece reeditar la historia. La relación de Massa con Macri es comparable a la que Ruckauf estableció con De la Rúa. Funciona como su principal aliado y repite que quiere que le vaya bien pero contiene en sí mismo una amenaza permanente para el Presidente.

 

La fábula del escorpión y la rana sobrevuela sus cabezas. En Tigre nadie piensa ni desea que Macri termine como De la Rúa. Mucho menos todavía que Massa siga a su manera los pasos del explosivo Ruckauf.

 

Martín Menem y Karina Milei.
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