Política

Massa, en su mejor momento: cómo y por qué acumuló tanto poder

En las elecciones salió tercero, pero controla la agenda de todos. Matemática, habilidad, flexibilidad ideológica y vergüenza cero, las claves del político argentino más influyente después de Macri.

Sergio Massa tiene su despacho en el primer piso del Congreso. A la derecha de la antesala, donde trabajan sus secretarias, una puerta doble y blanca habilita el ingreso a una amplia oficina con apenas un escritorio y una mesa con seis sillas. Desde la comodidad de ese espacio, notablemente desamueblado y sin decoración, y operando con sus dos celulares sin detener nunca la ronda de mate ni las pitadas a sus cigarrillos Café Créme, el líder del Frente Renovador (FR) consiguió con un heterogéneo grupo de 38 legisladores, sobre un total de 257, ser el bastonero de la Cámara de Diputados. Esta semana no sólo le frustró al Frente para la Victoria (FPV), el bloque Justicialista y la izquierda la sanción de la prohibición de despidos que cuatro de las cinco centrales obreras reclamaron en el multitudinario acto del 29 de abril. También pasó de aliado estratégico a socio dominante del oficialismo, doblegó el peso parlamentario de los sindicatos y hasta sentó al ex ministro de Economía Axel Kicillof a analizar su proyecto, que incluye el plan anti despidos pero le agrega un capítulo de incentivos fiscales a pymes que espanta a los contadores del Gobierno nacional.

 

“Estuvo conmigo en mi despacho, tomando mate”. Con su inalterable tono entre campechano y canchero y su sonrisa de publicidad de dentífricos, Massa explicó por qué el diputado del FR Jorge Taboada no bajó a dar quórum en la sesión especial convocada para convertir en ley la emergencia ocupacional que ya contaba con aprobación del Senado. Lo importante del caso Taboada es saber quién es Taboada: es el secretario general del sindicato de Camioneros en la provincia de Chubut. Tampoco bajaron Enrique Castro Molina, titular de Camioneros en San Juan, ni Facundo Moyano, jefe de los trabajadores de peajes e hijo de Hugo Moyano, mandamás de la CGT Azopardo. Tres apellidos que, cuando se hablaba de rebelión en las filas massistas, eran los señalados a romper la unidad y sentarse a votar con el kirchnerismo y la izquierda.

 

La polarización política entre la alianza conservadora de macristas y radicales, Cambiemos, y el kirchnerismo, que se refleja palpable también en el Congreso, le permite a Massa actuar como la llave de todos los candados en el terreno parlamentario. Entre ellos, el interbloque UNA, que logró conformar entre su partido, el PJ cordobés y otras fuerzas provinciales, se instaló como la palanca a mover para que un proyecto avance o se congele. En el Senado, el Ejecutivo puede apretar a gobernadores con la espada y la chequera; pero en Diputados, la Casa Rosada golpea la puerta de Massa para negociar. No es casual que al ex intendente de Tigre le hayan asignado un despacho a escasos metros del de Emilio Monzó, presidente de la Cámara y miembro de la mesa de decisiones políticas del Gobierno nacional.

 

El caso de la ley anti despidos es emblemático. Cuando Massa salió a romper el proyecto que llegaba del Senado con una contrapropuesta propia, la idea que se instaló más rápido es que era cómplice del oficialismo para dilatar la sanción de una ley que frene la ola de despidos, freno que reclaman desde el poder económico más concentrado hasta el sector pyme. Pero cuando leyeron esa contrapropuesta, en el Ministerio de Hacienda y Finanzas de Alfonso Prat Gay se arrancaban los pelos: el plan de incentivos a pequeñas y medianas empresas de Massa, en caso de obtener buena aceptación en este rango de empresarios, necesitaría un respaldo estatal cercano a los 100.000 millones de pesos. Este jueves, cuando en el FpV empezaron a revisar la iniciativa massista, hasta ellos cuestionaron el sostenimiento financiero de ese plan de promoción de empleo.

 

Pero su poder parlamentario no sólo se explica por una cuestión numérica: Massa es un dirigente político muy hábil y, sobre todo, muy bien asesorado. Sabe cómo, cuándo y dónde pegar. Tiene al team Lavagna (Roberto, padre, asesor y ex ministro de Economía, y Marco, hijo y diputado nacional del FR) para las inquinas económicas y a Graciela Camaño, el jugador que todos quisieran tener en su equipo cuando los partidos se juegan en el Congreso.

 

De ese círculo rojo de asesores que, cada tanto, arman un brain storm massista en el piso 8 del Anexo C de la Cámara de Diputados, donde tiene el FR las oficinas del bloque, salen las estrategias a ejecutar. Los diputados massistas aseguran, unívocos, que en las reuniones de bloque todos tienen voz y voto. Massa se sienta y los escucha. Hasta se animan a pegar algún que otro grito, casi como un ejercicio de liberación. Porque, así como saben que a esas reuniones llegan con diferencias que se pondrán sin tapujos sobre la mesa, también saben que de allí saldrán con una posición única. Les guste o no les guste.

 

ANCHA AVENIDA. Massa se abrazó, con más fuerza después de las PASO del año pasado, a su programa electoral de cabecera: recorrer el teatro político por la “ancha avenida del medio”. Esa lógica, que le sirvió para instalarse como tercera fuerza política a nivel nacional pero que lo dejó lejísimo del ballotage 2015, hoy le permite ser el articulador de la Cámara baja. Pero no siendo la fuerza que transita por el centro de la polarización y se acerca a uno u otro polo, de acuerdo a su conveniencia coyuntural. Es más bien al revés: hasta hoy, por la necesidad que tiene el macrismo de mover proyectos en Diputados, termina siendo el oficialismo el que se mueve hacia el centro, donde manda Massa.

 

Lo hicieron para acordar el pago a los fondos buitre, proyecto al que Massa se encargó de hacerle varias e importantes modificaciones. También para conseguir que el Congreso no rechace el DNU con el que Macri anuló la devolución a las provincias del 15% de coparticipación que retiene la Anses. Y están intentando hacerlo por la ley anti despidos, con el único objetivo de evitar el uso del veto presidencial. El Ejecutivo anunció beneficios a pymes porque, en la guerra discursiva entre la defensa del empresariado (el macrismo) y de los trabajadores (el peronismo y la izquierda), Massa eligió ponerse en la voz de los pequeños y medianos empresarios.

 

El pragmatismo le permite a Massa jugar a lo que juega. Es capaz de reunirse con el jefe de senadores del FPV, Miguel Pichetto, y a la salida decir que iba a habilitar y respaldar la ley anti despidos que votó el Senado, para luego negarse a votarla e impulsar un proyecto “superador” propio, tras negociar con el macrismo. Todo, con menos de diez días de diferencia.

 

Para desactivar ese tabique que hoy es Massa, desde Balcarce 50 envían señales: al FR ya le confirmaron que en las próximas semanas ingresarán los proyectos del Ejecutivo para modificar el Impuesto a las Ganancias y para reformar el sistema electoral, dos líneas importantes en el discurso proselitista de Massa. “No nos van a doblar con una zanahoria”, responden en el massismo.

 

El otro polo, el kirchnerismo, es el que se mantiene inalterable: hasta ahora, nunca dejó su sitio para moverse hacia el centro y golpearle la puerta a quien fuera funcionario de Néstor y Cristina Kirchner. Por eso hasta ahora los diputados de Cambiemos no se apuntaron ni una sola derrota.

 

Cuando el próximo miércoles se pongan a consideración los distintos dictámenes de leyes de empleo, el primero en consideración será el del bloque Justicialista y el FpV, que respalda el proyecto que llegó del Senado: no juntará los votos porque el interbloque UNA no lo acompañará. El segundo será el de Cambiemos, de rechazo al proyecto que llegó del Senado: no juntará los votos porque el interbloque UNA no lo acompañará. El tercero, según la cantidad de firmas obtenidas en comisiones, será el de Massa. Y ahi se gestará el escenario que tanto buscaba. Si el kirchnerismo lo acompaña, se habrá anotado una victoria personal, a la que no podrá subirse como acompañante ni el FpV ni Cambiemos; si el kirchnerismo no lo acompaña, no habrá ley anti despidos y Massa saldrá a exponerlo con los mismos adjetivos que desde las filas K le regalaron estos días: subrayar mezquindad y utilización política de algo tan sensible como el desempleo será lo más leve.

 

EL GANADERO. Massa controla a su tropa como un experimentado ganadero a su hacienda. Si esta semana crítica, con la presión que ejercieron los sindicatos para sancionar una ley anti despidos, sólo lograron sacarle un diputado para la sesión especial -fue el secretario general de Sanidad, Héctor Daer-, con ese control de su tropa el ex jefe de Gabinete dejó muestra clara de liderazgo y de negociación. Hasta el miércoles, la versión que circulaba era la de un furioso hartazgo de Hugo Moyano con el líder de los renovadores, que dilataba la ley anti despidos para imponer su propia ley. Horas después, ni el hijo del camionero ni sus diputados dieron quórum a la sesión, la CGT no movilizó y Moyano padre no salió a protestar por ningún lado. Algo pasó ahí.

 

Una experiencia similar se dio días atrás, cuando en plena discusión de la emergencia ocupacional se le disparó la interna en su bloque: mientras Daer y Facundo Moyano querían sancionar la prohibición de despidos, el diputado y ex presidente de la Unión Industrial Argentina (UIA) José Ignacio de Mendiguren era el líder de la resistencia en el Congreso. Atento a eso, Massa armó una visita a una fábrica y los invitó a ambos, que fueron a desgano. Con un gesto a uno de sus asistentes, fue moviéndose de tal manera hasta quedar en medio de ambos. De la nada apareció un fotógrafo y registró el momento. A Moyano hijo la jugada lo hizo estallar de furia, pero Massa consiguió lo que quería: la instantánea para desactivar en los medios la versión de una interna que ni sus voceros se animaban a desmentir. Pese a eso, el massismo mantuvo su homogeneidad y no se quebró, ni siquiera, por la ley anti despidos.

 

“Es una situación bastante incómoda”; “Estas diferencias subsisten en el Frente Renovador. Hay un error de fondo”; “Si el miércoles no sale el dictamen tal cual vino del senado, el riesgo es que no exista la ley”; “Tengo un gran aprecio por compañeros que hay en el FR, pero tengo una incomodidad política grande”. Todas estas frases las pronunció Daer este viernes por la mañana. Sin pelos en la lengua, blanqueó la interna que Massa quiso tapar. Pero lo cierto es que, a pesar de todas estas importantes diferencias, el sindicalista no se fue del bloque -no lo había hecho, al menos, hasta el cierre de esa nota. Mientras el kirchnerismo ataja diputados para evitar más fugas, Massa contiene exitosamente una nómina de legisladores que no sólo provienen de distintos orígenes: también se enfrentan en la puja de intereses.

 

“Massa es el que mejor capitalizó, en todos los sectores, el desprecio por Cristina”, razonó un operador político massista. Y algo de eso hay. Quedó claro esta semana: si el moyanismo adhirió a su estrategia de postergar hasta el miércoles la aprobación de una ley anti despidos, en contra de la urgencia que habían mostrado en la marcha que unificó a cuatro centrales obreras, es porque no quiere que el kirchnerismo se sume ni un sólo poroto. Ni uno.

 

Ese mismo estilo anti K puede transformarse en su propio talón de Aquiles. Su estrategia de crecer como “tercera fuerza” entre Macri y Cristina le complicó mucho los planes a una larga lista de peronistas, sobre todo bonaerenses. Y, si su plan es llegar a las presidenciales 2019 con al menos una parte importante del PJ empujándolo de atrás, tendrá que empezar a revertir esa situación. El peronismo puede ser pragmático y perdonar rápido, lo tranquilizan algunos de sus operadores. Pero esos mismos operadores le advierten que, a veces, en lugar de pragmático puede ser muy rencoroso.

 

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