¿El fin de la alegría brasileña?

Hace  pocos años parecía que nadie ni nada podía parar el impulso del gigante sudamericano. Miembro activo y rutilante de los BRICS, potencia regional reconocida en el mundo entero, se había transformado en una verdadera aspiradora de inversiones extranjeras y una máquina generadora de nuevas clases medias, todo bajo la batuta del PT, el mismo movimiento político que poco tiempo antes espantaba y atemorizaba a todo el establishment local y foráneo. Tantos eran los éxitos y la gloria que hasta recibieron dos de los regalos más impresionantes con que la comunidad internacional premia a las sociedades que muestran un presente vigoroso y quieren asomarse con fuerza al futuro: organizar el campeonato mundial de fútbol y los juegos olímpicos.

 

Buceando en la historia, era cuestión de tiempo para que este despertar de Brasil aconteciera. Nacido grande y poderoso por un avatar de la política europea, cuando Napoleón invadía la península ibérica, y a diferencia de los Borbones españoles que fueron tomados prisioneros, la familia reinante portuguesa, los Braganza, decidieron escapar y mantener el control de su imperio desde el otro lado del Atlántico. Así se mantuvo unido ese gigantesco bloque americano de impronta lusitana, que luego derivara hacia el Imperio del Brasil, gobernado por el hijo y el nieto de aquel rey viajero. Los cimientos estaban firmes y sólo hacía  falta que la evolución  tecnológica permitiera que las desventajas de ser una potencial tropical se transformaran en enormes beneficios. Y eso pasó. La otra asignatura pendiente era conseguir la integración social de enormes masas populares excluidas, que amenazaban con generar una gran inestabilidad política y social. Y eso también empezó a pasar y consolidarse con Lula, quien a diferencia de otros de sus colegas regionales integró socialmente, sin por ello matar la gallina de los huevos de oro.

 

Por eso todo hace suponer que la crisis actual brasileña sea un retroceso temporal y que los cimientos en los que se ha venido construyendo el edificio resistan el embate. Brasil probablemente salga fortalecido, tanto en instituciones, como en liderazgo y potencialidad económica. La justicia está actuando en forma sorprendentemente libre y el gobierno está encarando con responsabilidad y seriedad las grietas que se abren en el modelo.

 

Lo que suceda y se decida en Brasilia nos concierne mucho a los argentinos. En los últimos años hemos venido desarrollando una fuerte dependencia bipolar, con China a través de nuestras exportaciones agropecuarias y con Brasil en lo referente a nuestro aparato industrial. Por eso tal vez ahora sea el momento de aprovechar la crisis de nuestro vecino, que se suma a un preocupante amesatamiento chino, para diversificar nuestra agenda. Esforzarnos un poco más, hacer mejor los deberes, salir por el mundo con más dinamismo diversificando mercados, recomponer alianzas y acuerdos con las principales potenciales mundiales, abrirnos a las inversiones extranjeras, ser más confiables y predecibles, reinsertarnos con fuerza y seriedad en los flujos comerciales y financieros internacionales, en definitiva, volver a tener una estrategia inteligente y de largo plazo en cuanto a nuestro relacionamiento exterior. Trabajando así estaremos listos para volver a crecer junto a nuestros vecinos, cuando el Brasil se recupere. Reafirmando así nuestra condición de socios privilegiados y probando además  que la alegría no es solo brasileña…

 

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