Así, el trabajo simbolizaba lucha y alegría por la construcción cotidiana del destino común. Sin embargo, hoy nuestra democracia todavía está en deuda con los trabajadores argentinos. No solo no hay pleno empleo sino que una gran proporción de los que cuentan con un trabajo lo hacen bajo diversas modalidades de informalidad. Tampoco se ha logrado darle empleo digno a quienes reciben planes sociales, haciéndose permanente lo que debería ser una medida de contención temporaria. Todos los que reciben los planes deberían tener empleo formal, salario y condiciones de trabajo dignas.
No podemos acostumbrarnos a esa situación de emergencia. Hay que incluir plenamente a todos, porque no hay inclusión real sin trabajo digno. Pero además, en la actualidad, el Estado pareciera desertar de su deber de darle seguridad a los ciudadanos para el pleno disfrute de lo duramente ganado en la jornada laboral. Una seguridad que -junto al resto de las tareas estatales esenciales- financian los trabajadores con sus aportes impositivos y cargas sociales. Porque el Estado se financia, fundamental y principalmente gracias al esfuerzo de los trabajadores que soportan el grueso de la carga impositiva con sus salarios, y que sufren además el peso de la inflación que carcome el poder adquisitivo de sus sueldos.
Hago entonces mío el llamado del Papa Francisco a la máxima dirigencia política y económica en ocasión del Foro de Davos, para que se pongan en marcha “decisiones, mecanismos y procesos encaminados a una mejor distribución de la riqueza, la creación de fuentes de empleo y la promoción integral del pobre, que va más allá de una simple mentalidad de asistencia”.
Por eso en este nuevo aniversario expresamos nuestro deseo de que haya justicia social para los trabajadores y que volvamos a tener una Argentina donde el Primero de Mayo sea la Fiesta del Trabajo.