El triunfo de Dilma Rouseff se sustentó fundamentalmente en el norte del país, región tradicionalmente pobre y postergada de Brasil y que le da entidad a la segunda parte del concepto de Belinidia que, paradójicamente, patentó el sociólogo, ex Presidente y hoy dirigente opositor, Fernando Henrique Cardoso para referirse a la dispar realidad de su país, con índices similares a Bélgica en algunos aspectos (y lugares) y a la India en otros.
Es un error por supuesto considerar que uniformemente los pobres votaron a Dilma Rouseff y los ricos a Aecio Neves, dar por cierto eso sería magnificar demasiado la sí notable pero no mágica gestión del PT en materia social porque deberíamos contar poco más de 50 millones de adinerados en Brasil cosa que no es cierta.
Pero si es cierto que la mayoría de los pobres, los sectores sociales más postergados y que, consecuentemente, más dependen de la ayuda del Estado, acompañaron a Dilma y que a medida que se asciende en la pirámide social fue más notorio el apoyo a Aecio.
Esto no es novedad en la Latinoamérica contemporánea (y no lo fue nunca) y tiene una lógica racional cartesiana mal que les pese a quienes descalifican el voto de los pobres. Los más débiles apostaron a la continuidad y pese a que su situación dista de ser la ideal y los cuestionamientos al gobierno son muchos (y muchos son ciertos) no confiaron mayoritariamente en que un eventual gobierno de Neves fuera a mejorar su situación, al menos no sustancialmente y prefirieron respaldar una vez más a quien sí les mejoró su calidad de vida en aspectos tan elementales y que justifican tanto el voto como comer 3 veces al día o hacerlo solo una.
Pero Dilma e Ignacio “Lula” Da Silva saben perfectamente que ese crédito no es inagotable. La amenaza de Marina Silva – que no pasó el filtro de la exposición a la luz pública pero sacudió la campaña electoral – reflejó que muchos de aquellos que ascendieron socialmente de la mano del Partido de los Trabajadores (se calculan entre 30 y 40 millones de personas) tienen nuevas demandas vinculadas ya no a cuestiones básicas sino a mejoras en los servicios que presta el Estado: Salud, educación, transporte y el manejo honesto de las mismas, es decir corrupción.
Por lo tanto, que la mayoría de los brasileros haya apoyado la reelección de Dilma no debería confundir a los seguidores de la Presidenta (de Dilma, no confundir, esta es una columna internacional), ese 10% clave que sumó entre la primera y la segunda vuelta se nutre de votantes que no confiaron en Aecio más que entusiastas glorificadores del PT y su gestión.
Números reveladores en ese sentido son los del Estado de Pernambuco, uno de los más pobres al norte del país. En primera vuelta Marina obtuvo 48,05%, Dilma 44,21% y Aecio 5,93%. En segunda vuelta Aecio llegó al 29,81% pero fue insuficiente frente al 70,19% de Dilma.
Obviamente los pobres que en primera vuelta buscaron una opción a la continuidad del PT no consideraron que Neves fuera esa opción y prefirieron algo así como malo conocido a bueno por conocer.
No fue por supuesto la inclusión social – sostenida en los planes Bolsa Familia y Hambre cero principalmente – el único motivo del triunfo del PT y sus aliados. Mucho tuvo que ver también la salida a la cancha de “Lula” (que en primera vuelta presumiblemente por desavenencias con Dilma jugó a media máquina), el esfuerzo de la militancia del PT que no siente del todo propia a Dilma pero la prefiere largamente a volver al llano y la identificación cultural que generan Lula, Dilma (un poco menos) y Marina en detrimento de un Neves tal vez más parecido a la minoría blanca que a la mayoría mestiza de los brasileros.
Y habrá obviamente millones de razones más que explicarán el resultado y que no hay lugar aquí para exponerlas.
Pero volviendo al tema del voto de los sectores populares de cara al futuro hay desafíos que se le plantean tanto al oficialismo como a la oposición.
El oficialismo debe buscar mejorar aspectos sustanciales de su gestión atento no solo a las nuevas demandas de los pobres urbanos con capacidad de consumo (este nuevo sector social, denominado clase C, fue reflejado en la popular telenovela Avenida Brasil) sino también a los sectores más postergados que sin mucho que perder pueden subirse rápidamente al carro de quien les genere expectativas de mejoras en su situación.
Pero además la opción ricos vs. pobres, muy útil en tiempos electorales es claramente perjudicial a la hora de gobernar y el espejo en que se debe mirar Dilma – salvando las obvias distancias – es el de la humilde Bolivia donde Evo Morales “asoció” a sectores empresariales y medios a su proyecto facilitándoles condiciones para el desarrollo económico y no la convulsionada Venezuela donde Nicolás Maduro navega permanentemente en aguas agitadas, siendo paradójicamente el proceso de transformación liderado por Morales probablemente más profundo incluso que el bolivariano.
Y la oposición brasileña (y latinoamericana en general) debe también tomar nota de que ha sido tan poco lo que le brindaron los Estados que en muchos casos ellos mismos supieron gobernar en los últimos decenios al menos a los sectores populares (claramente mayoritarios en nuestra región) que estos se aferran con fuerza a lo obtenido en los últimos años de la mano de gestiones populistas y crecimiento económico dejando previsiblemente de lado cuestiones vinculadas al autoritarismo, la corrupción, etc muy censurables pero muy secundarias a la hora del balance final de los desposeídos.
La tentación por las salidas radicales – el periodista Carlos Pagni lamenta en sus columnas sobre Brasil que solo las crisis económicas provocan alternancia política en Latinoamérica y nosotros tememos que Pagni de ideas a la oposición brasileña – deberían también ser desechadas y la opción debería ser redoblar la apuesta política.
No alcanza con decir que se van a mantener los planes sociales, sobre todo si en las redes sociales (valga la redundancia) y en las calles los votantes (y muchos dirigentes) opositores defenestran a quienes los reciben y piden a gritos su supresión, deberán hacer docencia explicándoles a sus propios votantes que el Estado tiene la obligación de equiparar las desigualdades que genera el libre mercado y que la propuesta a los sectores populares debe ser inclusiva pero superadora entendiendo que el crecimiento debe ser integral y no por “efecto derrame”.
El politólogo Geraldo Tadeu Monteiro, de la Universidad Candido Mendes lo explicó más sencillamente: En la sociedad brasileña hay mucha demanda pero en la política poca oferta.