Todos los días somos testigos de una tragedia importante, aunque esta a veces solo sea individual y anónima, sabiendo en todo momento que una vez que los medios de comunicación lo difundieran e hicieran sus distintos show, pasara al olvido y que es solo cuestión de tiempo antes otra cosa terrible salpique nuevamente el mundo periodístico.
Hoy dice el periódico que “si me pasa algo miren para el norte”, que la infantería cuidará los hospitales y en la ciudad siguen asaltando a las casas de familias, con las familias adentro que significa las más grande violación al concepto de seguridad.
Nos hemos convertido en un país que toma el desastre como cosa habitual. Damos por hecho que todos los días morirán o sufrirán una situación de violencia un cierto número de personas por razones que podrían ser en la mayoría de los casos completamente evitables.
En algún momento, alguien o un grupo de personas, intereses o concepciones ideológicas, tomo la decisión de que el costo de invertir en políticas estructurales de seguridad es más alto que el costo de las vidas que se perderán.
Creo que el punto es que lo que está en riesgo no es solo la pérdida de vidas o la inseguridad rigiendo nuestras costumbres y estilos de vida, abandonando el espacio público y aumentando la desconfianza con el otro, sino la base misma de nuestro contrato social.
Esto debe haber comenzado con la idea de que algunas vidas no valen la pena el gasto, porque hay otros que siempre tendrán formas más efectivas de evitar el delito.
Se manejan en autos gigantes, tipo tanques o ahora últimamente helicópteros gubernamentales o privados y frecuentan lugares y circuitos exclusivos, se preguntan “si viven en una burbuja” y comienzan a reconocer que si bien es un problema, podría ser peor.
Claro en realidad seguimos adelante eso sí con un contrato social cada vez más frágil.
En el New York Times, en un artículo llamado Inteligencia de Tahmima Anam, prestigiosa escritora y antropóloga que influenció estas líneas, en su parte final parafrasea a Elaine Scarry, en “The Body in Pain”, entre más grande el dolor ajeno, mayor nuestro poder.
El gobierno en todos sus niveles: nacional, provincial y municipal parece ajeno a esta situación.