En política hay dos tipos de peleas: la de los políticos y la de los ciudadanos, y entre ambas existen grandes diferencias. Mientras que gran parte de los políticos luchan por su protagonismo más allá de las ideas, los ciudadanos se contentan con la aplicación de políticas que buscan dar solución a sus preocupaciones.
Un ejemplo: Elisa Carrió es la autora en el Parlamento argentino de la iniciativa de la asignación universal por hijo. Cristina Fernández de Kirchner tomó la idea después de la derrota del 2009 y la implementó por decreto, para no darle ningún crédito a Carrió.
Ahora bien, quienes ganaron en primer lugar fueron las personas beneficiadas que necesitaban una política de asistencia directa, que el kirchnerismo no había creído necesaria durante los primeros cinco años de gobierno. Ellos prefieren programas menos universales, donde se puedan computar de manera más tangible los beneficios políticos. Pero para su sorpresa, la mayoría de los beneficiarios se lo reconoció y fueron los segundos beneficiados por tal iniciativa en 2011.
¿Pero Carrió perdió? Si lo miramos desde la óptica mezquina que generan las vanidades personales sí, Carrió perdió. Pero si lo miramos desde el objetivo político trascendente que generó esta iniciativa y la necesidad de que se ponga en marcha, en realidad ganó, no llegó al gobierno, pero se puso en marcha algo que ella creía correcto.
Hay muchas formas de hacer política y de lograr cambios en los gobiernos que no necesariamente significa acceder a ocupar un cargo y ser personalmente reconocidos. Esa es una lucha que podríamos llamarla “la maldición de estos tiempos”: la fama, el reconocimiento público que tanto desespera a la mayoría de quienes vemos protagonizando la política pública y que terminan consumidos por la hoguera de vanidades del escenario que gira alrededor de los medios de comunicación.
Corrido por una parte importante de la opinión pública, el gobierno nacional ha renunciado a su política en estas elecciones. El ministro de Seguridad Ricardo Casal, y no Horacio Verbistky, explicó lo espectacular de la política de seguridad de Martín Insaurralde en Lomas de Zamora, con un Daniel Scioli como jefe de campaña y una impronta que ahora lo define en tono oficialista.
Es decir, todo lo que el gobierno nacional combatió del sciolismo, su política de seguridad que da lugar al dispositivo de violaciones de derechos humanos más importante que persiste en la democracia, el sistema penal y penitenciario de la provincia de Buenos Aires, lo convirtió hoy en su emblema para recuperar credibilidad en materia de seguridad, arrebatada por Sergio Massa en estas elecciones.
No cabe duda, así como Carrió con el ejemplo de la asignación universal, Massa ganó el debate en la opinión pública y el gobierno decidió que no hay mejor forma de combatirlo que decir lo mismo que él, poner un candidato parecido a él y esconder todas las convicciones para otros tiempos, sin darse cuenta que con estas decisiones ya ha sido derrotado antes de que cuenten los votos. Está más cerca Casal de ser ministro de Seguridad de Cristina, que Verbistky y Eugenio Zaffaroni de promover su garantismo en los juzgados, comisarías y cárceles bonaerenses.
Si esta es una táctica temporal para recuperar la iniciativa tendrá, con muchas probabilidades, los resultados de las jugadas tácticas anteriores, como desarmar a Nuevo Encuentro con la candidatura de Gabriel Mariotto a vice de Scioli, o asociarse con Hadad, Moneta y Manzano para combatir a Clarín, o promover la ley antiterrorista con la excusa de que nunca se va aplicar, van a vaciar de política las principales iniciativas que le daban contorno y singularidad a este gobierno.
La renuncia a introducir en el debate su propia óptica sobre la naturaleza de la inseguridad y su mejor forma de combatirla, provoca un retroceso ideológico en la coalición oficialista que sólo sostendrán quienes son parte de la cadena prebendaria o estén profundamente encantados con los beneficios de la función pública.
(*) Profesor en comunicación y consultor político.