Entre las interpretaciones más atractivas, ha surgido un diagnóstico referido al modo en que el kirchnerismo procesó su perfil a partir de los últimos años. La tesis, compartida con matices por Sol Prieto y Ana Natalucci, sostiene que en las elecciones primarias el oficialismo habría sufrido los coletazos de la ruptura de la coalición política emergente en 2011. Mientras que Natalucci piensa sobre todo en términos de sindicatos y movimientos socio-territoriales, Prieto agrega a la ecuación a los intendentes, modo en que logra incluir el fenómeno electoral protagonizado por Sergio Massa.
En efecto, el kirchnerismo modelo 2013 se parece bastante poco a aquel de 2011: las líneas originales de la ruptura podrían incluso remontarse al cierre de listas de ese año, cuando sindicatos, movimientos y organizaciones barriales, pero también sectores críticos como el incipiente Frente Renovador, quedaron fuera de los listados.
Sin embargo, aunque decisiva, la tesis debe ser complementada con otras consideraciones. Al fin y al cabo, aunque las organizaciones son importantes para la vida política, son muchas las cosas que pasan por fuera de sus laberintos. No es seguro que los sindicatos, ni los movimientos sociales, puedan explicar parte importante de las migraciones electorales acaecidas: sus listados cosechan pocos éxitos -en el mejor de los casos, puede computarse Neuquén como uno de ellos, tal vez el único-. Y muchos de los datos duros de la elección, como por ejemplo las derrotas oficialistas de San Juan y La Rioja, no parecen obedecer a desprendimientos oficiales cercanos.
Tampoco el desempeño de Massa puede explicarse simplemente a causa del apoyo recibido por las estructuras municipales propias de las comunas que gobierna el Frente Renovador. Aunque sin dudas es un aspecto importante, deben computarse otros elementos, que hacen a su popularidad, para explicar el desempeño del FR en los territorios del Conurbano donde gobierna, y desde hace décadas, el peronismo. El voto a Massa, plural en términos de ingresos y transversal en materia ideológica, no parece un resultado matemático de la crisis del entramado oficialista, aunque sin dudas hubiese sido imposible sin aquella.
El factor económico
¿Qué pasa con la gente que no responde a los parámetros señalados? Me refiero a los sectores populares no sindicalizados, ni encuadrados en estructuras políticas reconocidas. En los términos en que es válido plantearla, la pregunta inquiere por el votante independiente, aquel que pudo y puede acompañar al kirchnerismo pero, al parecer, esta vez no lo ha hecho. Aquí influyeron, a mi juicio, tres factores. En primer lugar, la situación económica ha cambiado. Y, contra la opinión de Prieto, lo ha hecho de manera drástica. Basta comparar los altísimos índices de crecimiento de 2011, con la brusca caída de la actividad que, agravada por la sequía, caracterizó a 2012. Si bien es cierto que ha existido algún repunte en el último trimestre, el año y medio de estancamiento tenía que pasar alguna factura electoral.
Tampoco han ganado popularidad para el gobierno ciertas medidas económicas restrictivas que, aunque tomadas en pos de evitar males mayores –como las restricciones cambiarias- implicaron costos en sectores clave, como la construcción y la compraventa de inmuebles. Lo mismo puede argüirse respecto del mayor impacto de la presión impositiva sobre los asalariados: el crecimiento de la masa de contribuyentes al rubro ganancias, generado a causa de la no revisión del mínimo no imponible durante una parte considerable del período analizado, ha convertido a este impuesto en uno de los más impopulares de la Argentina, y es un síntoma de malestar en la relación de amplios grupos sociales, no precisamente los más adinerados, con el Estado. Finalmente, todos estos datos han ocurrido en un contexto en que la inflación mantuvo o incrementó su impacto en los ingresos, multiplicando el malestar con situaciones heredadas que esconden el alcance de este y otros fenómenos –me refiero, principalmente, al INDEC.
Algunos pueden creer que estos temas, así como el renacido embate opositor sobre temas de corrupción, sólo preocupan a las clases medias. Es un pensamiento añejo, que desconoce y desconoció siempre los términos del problema: lo que sucede con la clase media importa en tanto no sólo impacta en ella, sino que afecta el comportamiento de otros grupos referenciados en ella, como se desprende del estudio de Alejandro Grimson citado por Lucía Álvarez.
El impacto de una economía que ya no crece como antes, en el contexto de un Estado que no acompaña, sino que muchas veces se atraviesa en el camino del éxito individual y la movilidad social, es motivo de debate en el marco del propio oficialismo. Rastros de ese debate aparecen en las recientes declaraciones del candidato del FPV en la crítica provincia de Buenos Aires, Martín Insaurralde, sobre la necesidad de revisar ganancias antes de octubre. Las críticas de Hugo Yasky a la intervención del INDEC irían en el mismo sentido. Reflexiones similares aparecen entre los intendentes oficialistas que se atrevieron a transitar el camino de la autocrítica. La inflación y el sistema tributario aparecen, así, como dos de las aristas más conflictivas de un cuestionamiento no dirigido tanto al modelo económico como a los mecanismos técnicos que, mal o bien, lo sostuvieron en el último tramo.
El relato
Pero no todo es economía. También debemos reservar espacio para la revisión de la agenda y el discurso de este tercer gobierno kirchnerista. Tal vez no por lo que haya de distinto, sino precisamente porque no ha producido cambios sustanciales en una sociedad que es, ella misma, otra y diferente. Al contrario, los componentes del discurso público desde 2009 –sustancialmente, la ley de Medios- han ocupado como nunca la agenda y el espacio de debate. No sólo eso: han generado consecuencias impensables dos años atrás, como la reforma judicial, que surge del desencanto presidencial con el tratamiento judicial a la ley de Medios.
En la Argentina de hoy, pareciera que no hay problema o incidencia que no sea explicable, directa o indirectamente, desde un ángulo mediático. Y los medios ocupan y consumen minutos de discurso público como nunca antes. Tal vez valga la pena preguntarse si dicha situación, reforzada por la aparición de medios amigos en manos de empresarios cercanos al oficialismo –Cristóbal López, Vila – Manzano, etc.- no ha acelerado, y mucho, el natural desgaste de un proceso político que lleva diez años en el poder. Que el desencanto oficial con el gobierno se exprese de la mano de dirigentes no identificados con el discurso más duro de la oposición, partidarios de una diferenciación moderada, puede ser un rasgo auspicioso de esta coyuntura. Indudablemente, coincide con la demanda de sectores sociales que buscan, en la fórmula pergeñada por Martín Rodríguez, políticos normales para un país normalizado por las políticas kirchneristas.