Por Luisa Torres Girotti (*)
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Por Luisa Torres Girotti (*)
Sincronizado extraordinariamente, como cada ceremonia de la Iglesia, la guardia Suiza escuchaba en Italia las campanadas que le indicaba que debía cerrar las puertas del Vaticano y dejar la custodia del lugar porque simplemente ya no tenía a quién resguardar.
El Papa no estaba.
Ratzinger, como lo había anunciado, se retiraba y comenzaba a funcionar todo el proceso de elección de su sucesor pero en una situación atípica para una Institución milenaria, una Iglesia que mantiene sus formas, sus ritos, su ceremonial.
Las habitaciones del Papa fueron selladas y el ascensor que conduce a las mismas, clausurado.
El decano del Colegio Cardenalicio, Angelo Sodano, efectuó el envío de las cartas a los Cardenales de todo el mundo (sin importar la edad de los mismos) para reunirse en las Congregaciones Generales, en donde se decidirá la fecha del cónclave.
Habitualmente, la llegada de los prelados y el cónclave se realiza entre15 a20 días posterior al fallecimiento del Papa. Sin embargo, en esta oportunidad, se prevé que el 4 de marzo comiencen las discusiones sobre el nombramiento del nuevo Pontífice.
El Santo Padre saliente modificó este ítem con la sola condición de que los electores estuviesen todos en Roma.
Durante el proceso, los Cardenales se alojarán en la residencia Santa Marta, ubicado en el interior del Vaticano. Allí, estarán en total aislamiento: no podrán mantener conversaciones con el exterior, los diarios, los celulares y la televisión estarán prohibidos; del mismo modo deberán seguir normas de estricto silencio respecto a lo que va sucediendo con la elección. De hecho, la Capilla Sixtina es registrada para tratar de detectar dispositivos tales como cámaras, grabadoras o micrófonos que pudiesen sacar a la luz detalles de la elección.
El día que comienza el cónclave en la Capilla Sixtina, el Cardenal Camarlengo (administrador de las propiedades y las rentas del Vaticano y responsable de la Iglesia ante la acefalía) romperá a martillazos el anillo del pescador, símbolo que se entrega a todos los Papas y que antiguamente servía para lacrar los documentos.
Luego, los Cardenales tendrán una papeleta con la leyenda “Eligo in Summum Pontificen” en la parte superior para dejar espacio debajo donde deberán escribir en letra legible, pero lo más anónima posible, el nombre del elegido. Cada elector doblará por la mitad la papeleta y la ingresará en un cáliz.
Así, en una mesa que se encuentra de frente a los electores y en donde hay tres escrutadores: el primero toma el papel y lo lee; lo pasa al segundo escrutador quien hace lo propio y, finalmente, se procede a la lectura en vos alta de cada uno de los votos por el tercer escrutador. A medida que se procede a la contabilización, las papeletas serán cosidas con aguja e hilo para mantenerlas juntas.
El nuevo Papa deberá ser electo con las dos terceras partes de los votos. De no producirse se realizará a una nueva votación.
Durante la etapa de la elección se efectúan dos votaciones por la mañana y dos votaciones por la tarde hasta conseguir la cantidad de votos necesaria. Una nueva normativa introducida por Ratzinger respecto a la elección establece que en el momento de ejecutar el voto entre los dos más elegidos, éstos no podrán participar de la votación.
Parte del ceremonial establece que una vez que se tiene el resultado, los Cardenales quemen las papeletas en una estufa especial de la Capilla.
La chimenea que se encuentra en el exterior permite a los fieles congregados en la Plaza de San Pedro, anoticiarse si el cónclave ha llegado a una resolución: si sale humo negro (antiguamente se quemaba paja húmeda para que se produjese) no hay Papa. De verse salir humo blanco por la quema del papel, se sabrá que hay un nuevo Santo Padre.
Al mismo tiempo que esto sucede, comenzarán a redoblar las campanas de la Basílica de San Pedro.
En tanto, dentro de la Capilla, el Cardenal decano le preguntará al elegido si acepta su elección canónica como Sumo Pontífice. Posteriormente le preguntará con qué nombre deseará ser conocido. Allí se sabrá el nombre de la nueva cabeza de la Iglesia. La elección de un nombre con el cual ser reconocido responde a la renuncia que realizó en su momento Gregorio V a su nombre de bautismo en el año 996; a partir de allí, sus sucesores procedieron de igual manera.
Elegido el nombre, se procede a la investidura con todos sus símbolos para que, luego de ser pronunciadas por el Cardenal Protodiácono desde el balcón de la Basílica de San Pedro las palabras “Nuntio vobis gaudium mágnum: Habemus Papam!”, el nuevo Papa se asome al balcón, salude y pronuncie la bendición “Urbi et Orbi”.
Será ese otro momento histórico, como el vivido hoy, por fieles y laicos.
(*) Especialista en ceremonial.