piensa que el ayer fue un tiempo mejor
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piensa que el ayer fue un tiempo mejor
María Elena Walsh – “Orquesta de Señoritas”
Por Dr. Enrique Catani
En el día del trabajador, me parece oportuno referirme a las trabajadoras y, especialmente, a las trabajadoras más postergadas y desfavorecidas: las empleadas domésticas. Un universo de trabajadoras numeroso e imprescindible para la economía nacional. ¿Cómo podrían desarrollarse la industria, el comercio y los servicios sin ese enorme ejército de trabajadoras que cuidan a los niños, preparan la comida y limpian la casa; y permiten –con ello- que otros ocupen su tiempo en actividades productivas?
El servicio doméstico representa el 8% del total de ocupados del país y el 10,4% del total de trabajadores dependientes. Lejos de ser un fenómeno marginal o de dimensiones modestas, aparece como una realidad cuantitativamente muy importante en el mundo del trabajo Es, por ejemplo, cuatro veces más significativo que el trabajo rural, que sólo abarca un 2% de los ocupados, Es cuantitativamente más importante que el transporte y las comunicaciones que abarca un 7% de los ocupados.
Dicho de otro modo: si reuniéramos a todos los taxistas, a todos los choferes de camiones y de colectivos, a todos los empleados del ferrocarril, a todos los trabajadores del correo, a los de todos los medios de comunicación, de los proveedores de internet y de telefonía y a los que trabajan en compañías aéreas y navales; tendríamos un colectivo muy numeroso. Podríamos engrosarlo agregándole todos los empresarios que se dedican también a esas actividades y todos los que las ejercen en forma autónoma. Ese hipotético colectivo sería multitudinario, pero sería menos numeroso que el de las empleadas domésticas.
Estos números se vuelven mucho más contundentes todavía si recortamos por sexo la población ocupada y analizamos exclusivamente el universo de trabajadoras mujeres. Las empleadas domésticas son el 23,25% del total de mujeres trabajadoras. En otras palabras: una de cada cuatro mujeres que trabaja por un sueldo es una empleada doméstica.
No es casualidad: se trata de una actividad económica feminizada prácticamente en su totalidad. La proporción de trabajadoras mujeres ocupadas en esta actividad alcanza el 97,6% del total.
Los salarios de las trabajadoras domésticas son los más bajos de la pirámide salarial e incluso son muy inferiores a los que se pagan en el ámbito rural. El promedio salarial de la actividad alcanza apenas al 30,6 % del promedio general (y al 34 % del promedio salarial de las trabajadoras mujeres). La mayoría de las trabajadoras domésticas son pobres (71%) y en muchos casos, migrantes (41%).
El trabajo en negro adquiere en esta actividad proporciones asombrosas. El servicio doméstico explica el 23% del total del trabajo en negro en el país y casi la mitad del trabajo en negro femenino.
Las empleadas domésticas constituyen -quién lo duda- el colectivo de trabajadoras más postergado de todos los que existen en nuestro país.
Las leyes del trabajo no han sido generosas con las trabajadoras domésticas, que se encuentran excluidas de la ley de contrato de trabajo, de la ley de jornada, de la ley de riesgos del trabajo y de todas –o casi todas- las regulaciones laborales generales. Para ellas rige un estatuto dictado durante la dictadura de Aramburu que casi no ha conocido reformas desde entonces.
Los derechos que el estatuto concede a las empleadas domésticas caben en un solo artículo y parecen una broma de mal gusto. Las empleadas tienen derecho a dormir nueve horas seguidas a la noche (siempre que el patrón no necesite algo con urgencia), a tomarse algunos días de vacaciones, a salir del trabajo una hora por semana para ir a la iglesia, a no trabajar un día por semana –o dos medios días- (teniendo en consideración las necesidades del patrón), a faltar si se enferman (hasta treinta días), a cobrar aguinaldo y a comer. Eso es todo.
Para despedirlas, alcanza con avisarles cinco o diez días antes y, si es durante el primer año de trabajo, no hay que pagarles nada. Si ya tienen más de un año de antigüedad, les corresponde una indemnización que es menos de la mitad que la que les corresponde a los demás trabajadores.
En cambio, su jornada no tiene límite alguno, no tienen cobertura por accidentes de trabajo, no cobran asignaciones familiares ni prestación por desempleo y carecen de todos los derechos que se les reconocen al resto de los trabajadores, entre ellos, el más necesario y cuya omisión resulta increíble: no tienen derecho a licencia por maternidad.
Mujeres, pobres y migrantes; las trabajadoras domésticas son triplemente discriminadas. Son –sin dudas- el último orejón del tarro del mercado de trabajo argentino.
En el año 2010, la Presidenta de la República envió al Congreso un proyecto de ley que –en líneas generales- equipara la regulación legal de las condiciones de trabajo de las empleadas domésticas con las del resto de los trabajadores, reparando una injusta discriminación que lleva más de medio siglo.
El proyecto mereció la aprobación de la Cámara de Diputados y la sanción en general del Senado (resta el debate en particular en dicha Cámara), pero -dos años después- continúa sin sancionarse. Nuestra sociedad no debería desaprovechar la oportunidad histórica de comenzar a revertir la situación social de las trabajadoras más postergadas. Ellas no deberían tener que esperar medio siglo más.
Nota: Todos los datos estadísticos de este artículo están tomados de la EPH elaborada por el Instituto de Estadísticas y Censos y pueden ser consultados libremente en www.indec.gov.ar