En este caso no voy a traer las estadísticas, que tan útiles nos son en algunos momentos, sino que voy a traer la palabra, los testimonios, una parte de tantas historias que están ahí, a nuestro alcance, para ayudarnos a comprender que la dictadura no nos pasó sólo a las víctimas directas: nos pasó a todos, como sociedad.
Los logros que los sectores populares habían alcanzado con sus luchas principalmente a partir de 1943 –y a pesar de los avances y retrocesos, de las proscripciones y represiones– eran muchos al promediar la década del 70. Habían mejorado los salarios, las condiciones de trabajo, muchos habían accedido a la vivienda, al estudio, a la salud. Habían logrado participar como nunca antes de la distribución de la riqueza nacional, pero porque también habían adquirido capacidad de lucha y de organización.
Por ello, la implementación de un modelo económico de concentración y centralización del capital, requería inevitablemente un quiebre violento de esos lazos sociales y políticos, un quiebre de tal magnitud que superara cualitativamente todos los intentos previos de los golpes de estado y de los grupos parapoliciales de extrema derecha.
Esa palabra que traigo hoy, es el testimonio de trabajadores y ex trabajadores de una gran empresa siderúrgica de la región del Gran La Plata –ex Propulsora Siderúrgica– en la cual se instaló la Marina en los días siguientes al golpe y los compañeros y compañeras empezaron a desaparecer.
Viajemos por un momento a aquellos años y a esa fábrica, no sólo para ver cómo los trabajadores recuerdan aquellos días, sino también para tomar conciencia de cuán importante era para el proyecto dictatorial atacar precisamente a aquellos grupos
“Cuando ingresa el proceso en Propulsora, hubo muchos beneficios de los cuales gozábamos, que la empresa con el argumento de que había sido producto de presiones de la guerrilla, de los subversivos todo eso, las empezó a sacar también” (gruísta y delegado fabril).
“Por ejemplo la gente que despareció del Astillero Rio Santiago, el 23 le habían pedido la dirección del Astillero un chico de cada sector: `bueno ¿y quién va de acá? Bueno voy yo´, pero iban a buscar reivindicaciones cada uno de su sector y bueno, monetarias para todo el mundo (…) este pibe, se presenta, hicieron los reclamos… `bueno lo vamos a estudiar´. Se fueron todos. El 24 cuando él va a trabajar, ¡era el único! De todos los que habían ido a reclamar… era el único que había zafado, todos los demás no sabían por qué pero habían faltado. Entonces le decían los compañeros ¿no?: `mirá que algo debe haber pasado, da la coincidencia de que todos los que fueron a hablar…´. Bueno, pobrecito, ¡esa misma noche lo fueron a buscar como si fuera que se yo! Al Capone” (operador de líneas productivas, fue delegado fabril).
La noche previa a la madrugada en que se anunciaría el golpe, es recordada por muchos trabajadores, ya que por primera vez confirmaron que la empresa sabía perfectamente lo que iba a ocurrir en los días posteriores
“…Llegó el 24 de marzo del 76, alguien de Propulsora avisó (un gerente), esa noche, a las 11de lanoche: `todos aquellos que estén comprometidos, o que tienen algún tipo de actividad gremial y política… que se vayan´. Asique salían por los alambrados de atrás… los compañeros ¿viste? Se fueron… como 70 se fueron” (gruísta, fue delegado fabril).
El recuerdo de aquellos días y el temor van unidos indefectiblemente, ningún lugar era seguro, ni la fábrica, ni la casa, ni la calle. La fábrica ya no era sólo el lugar de trabajo, los empresarios habían entregado a las autoridades militares las fichas de los trabajadores, ya estaban escritas las listas negras, y cualquier indicio de actividad política o gremial era considerado subversión.
“Después, el día que fue el golpe militar… al salir revisaban todo… te decían ¿vos cómo te llamas? Fulano, al camión, capucha y ¡al camión! Arriba, chau. Te acompañaba el vigilante hasta adentro del vestuario te pedía la llave, te tenías que hacer a un costado y el tipo te revisaba la taquilla. Que no te haya quedado un papelito adentro porque…” (mecánico).
“Los tipos se ponían y te decían bueno ¿cuál es su taquilla? La 405, bueno está bien ábrala. Y ellos se quedaban acá ¿eh? y vos estabas ahí, a tres metros. Saque el candado y córrase. Abrías la taquilla y te corrías. El tipo venía con el fusil, revisaba, así hacía (con el fusil) ni siquiera la mano metían. Y si no, te tiraban al piso. Era así, lamentablemente fue así, no voy a decir una cosa por otra (…) Y bueno, así se llevaron a un montón por tener panfletos ¿eh? (…) o uno que dijo acá encontré algo que parece un proyectil, lo ataron como un matambre y se lo llevaron, pero el tipo lo que había encontrado no era ni una bala ni nada por el estilo, parece un proyectil, un cachito de palo que parecía una bala y se lo llevaron (…) Nosotros entrábamos a trabajar con el fusil en la espalda en el 76” (electricista).
En las fábricas, la represión no sólo actuó secuestrando, desapareciendo, asesinando, también se modificaron de manera drástica las relaciones en el lugar de trabajo: se anularon derechos y reivindicaciones adquiridas con años de lucha, se intervinieron sindicatos y se prohibió la actividad gremial, se bajaron los salarios y se aumentó la productividad.
Una de las prohibiciones más importantes fue la de palabra. La palabra había tenido una importancia fundamental, había formado políticamente a miles y miles de militantes, había dignificado a las clases populares devolviéndoles la posibilidad de ser sujetos de su propia historia, se había posicionado fuerte ante los patrones y les había gritado bien fuerte sus verdades y sus exigencias. La palabra. Había sido la protagonista de miles y miles de asambleas a las cuales acudían miles y miles de trabajadores y trabajadoras, que –en ellas– tomaban firmes sus decisiones.
Entonces había que prohibirla. Se prohibió la palabra, se prohibió conversar, si un compañero quería comunicarse con otro debía hacerlo por vía escrita y con la intermediación de un supervisor, el imperativo era olvidar ese colectivo que supieron ser y convertirse en individuos, de una vez y para siempre.
“Ya te digo nosotros repartíamos, capaz que inconscientes, imprudentes, o nos arriesgábamos un poco ¿viste? repartiendo el periódico, tratando de juntar gente pero… este… lo que pasa es que siempre había alguien que había visto algo, como ese chico que fusilaron en la pared del hipódromo” (operador de líneas productivas, fue delegado fabril).
Pero la palabra estaba ahí, clandestinamente resurgía, clandestinamente boicoteaba ese plan, clandestinamente circulaba en folletos, como circulaban las madres en la plaza de mayo… y a pesar de lo difícil que era resistir, resistía.
Recuperando la palabra estamos recuperando la memoria, estamos recuperando la justicia, estamos recuperando a nuestros hermanos apropiados, estamos recuperando nuestra fuerza ¡y vamos por más!
* Integrante de HIJOS Regional La Plata