Un grupo de periodistas argentinos viajó a un país de la región a cubrir las elecciones presidenciales. Una vez allá, hicieron lo que cualquier periodista haría: investigar, buscar información, chequearla, hablar con fuentes, conseguir documentos, hacer entrevistas. Y, como suele suceder cuando un periodista mete sus narices donde debe meterlas, hubo gente a la que no le gustó.
Los periodistas argentinos encontraron documentos que probaban que los servicios de inteligencia de ese país vigilaban al candidato opositor y sus colaboradores, pinchaban los teléfonos de periodistas locales y seguían los movimientos de periodistas extranjeros, inclusive los suyos. Y lo dijeron al aire.
Es lo que un periodista hace: descubre información y la revela. Es nuestro trabajo. Y, claro, siempre hay gente a la que no le gusta, y muchas veces esa gente tiene poder. Cuando iban a salir del país, los periodistas argentinos fueron detenidos en el aeropuerto por unos simpáticos patovicas de los servicios de inteligencia, que los condujeron al segundo subsuelo y los interrogaron para obtener información sobre sus fuentes. Cualquier periodista sabe que no revelar la identidad de sus fuentes es la regla número uno de su trabajo.
Los servicios mantuvieron “demorados” a los periodistas y les revisaron sus computadoras, cámaras y celulares, borrando luego sus archivos. Cuando estaban siendo detenidos y aún no sabían —y probablemente temían— qué les podía pasar, uno de los periodistas llamó al celular del embajador argentino y le pidió auxilio. Un embajador está, entre otras cosas, para eso: para auxiliar a un compatriota cuyos derechos estén siendo amenazados o violados en territorio extranjero.
El embajador, en vez de auxiliarlos, dio una entrevista a un programa de la televisión pública argentina, es decir, del Estado, actuando como vocero de los servicios de inteligencia de aquel país donde sus compatriotas estaban detenidos en el segundo subsuelo del aeropuerto. Dijo el embajador que se la habían buscado, que habían provocado, que algo habrán hecho. Y decenas de periodistas argentinos le creyeron y, en vez de solidarizarse con sus colegas, los defenestraron.
Es más: algunos parecían estar contentos, aunque decían, al mismo tiempo, que no les creían.
¿Cómo reaccionaríamos frente a esa historia si no supiéramos que los periodistas argentinos eran Jorge Lanata, Nicolás Wiñaski y el resto del equipo de un programa de canal 13, del Grupo Clarín; el país extranjero era Venezuela; el gobierno al que no le gustaron los lugares donde los periodistas argentinos metieron sus narices era el de Hugo Chávez y el programa donde el embajador argentino en Venezuela actuó como si fuera embajador venezolano en Argentina era 678?
¿Qué hubieran dicho todos los que, con distintos eufemismos, apelaron al “algo habrán hecho”, si se tratara de un grupo de periodistas de Tiempo Argentino y el país extranjero fuese Estados Unidos?
Quienes hayan leído Tiempo de matar, de John Grisham, quizás encuentren, como yo, un cierto paralelo, salvando las obvias distancias. Dos pesos, dos medidas.
Leí, en las últimas horas, argumentos que me asustan por venir de colegas a los que respeto y aprecio. Que se la buscaron, porque si revelás documentos de inteligencia de cualquier país, es “lógico” que te aprieten los servicios. ¿Ehhhhhhhhh? “Si hubiera hecho eso en Estados Unidos, ahora estaría en Guantánamo”, me explicaron. Y es probable.
Pero estoy seguro de que si un periodista argentino estuviera en Guantánamo, el embajador argentino no hubiera defendido por la televisión pública al gobierno norteamericano, el canciller estaría ahora mismo haciendo la denuncia internacional y el tema sería tapa de Página/12. Y todos los que justifican lo que le pasó a Lanata estarían ahora con banderas en la puerta de La Embajada y saldrían en vivo por 678.
Otros se justificaron diciendo que Lanata quería que ganara Capriles. ¿Cuál es el problema? Si yo viajara a Estados Unidos a cubrir las elecciones de este año, lo haría deseando de todo corazón que gane Obama, pero eso no me impediría cubrir, de manera profesional, una victoria de Romney. Y si ello ocurriera, seguramente diría, ni bien se apague la cámara, “¡La concha de su madre!”, o algo parecido. Sí, los periodistas también somos humanos. Si alguien me filma y lo sube a youtube, como hicieron con Lanata, ¿eso justificaría que me pase lo que le pasó a él y el embajador de mi país, en vez de defenderme, lo justifique?
Algunos, inclusive, además de cuestionar que los periodistas de PPT hayan revelado documentos de inteligencia venezolanos, repitieron el triste argumento del embajador argentino/venezolano, que aún no renunció: “Fue una provocación”. Parece que nadie se acuerda del Watergate. Pero todos los que criticaron la investigación de Nico Wiñaski y Jorge Lanata sobre el seguimiento y la pinchadura de teléfonos de periodistas y políticos opositores en Venezuela, que hoy se publica en distintos diarios del mundo, están de acuerdo conmigo en que Mauricio Macri debería ir preso por haber hecho lo mismo en Buenos Aires. ¿Entonces?
Sí: dos pesos, dos medidas. Los alineamientos automáticos están acabando con el periodismo y empujando a muchos, de un lado y del otro, a defender lo indefendible. En mi primera columna para Letra P, titulada “Vos porque sos K y trabajás en TN”, me reía de eso. Cada vez me da menos risa.
Pero creo que en este caso hay algo más. Hay mucha gente que no lo quiere a Lanata. Y está en su derecho. No estamos obligados a querer a todo el mundo. En toda profesión hay rivalidades, viejas peleas, rencores, diferencias. Yo, por ejemplo, no la quiero a Susana Viau. Ni a Marta Dillon. Tuve problemas personales con ellas en las redacciones de Crítica y Página/12, como otros colegas los pueden haber tenido con Lanata, Wiñaski o cualquier otro. Las columnas de Viau, además, me parecen horribles. Pensamos casi exactamente lo contrario.
Sin embargo, si Dillon o Viau fueran detenidas en un aeropuerto de otro país —supongamos, además, que fuera un país cuyo gobierno me cae mucho más simpático que ellas— y fueran interrogadas por los servicios de inteligencia en el segundo subsuelo… me parece tan obvio de qué lado estaría…
¿Hace falta que explique por qué?