El triunfo de Donald Trump en las elecciones de 2024 significó un fenómeno que no solo reafirma su influencia en la política estadounidense, sino que pone de relieve la consolidación del capitalismo de plataformas digitales.
En un mundo donde las redes sociales son el nuevo campo de batalla político, Trump ha demostrado maestría en movilizar a sus seguidores a través de plataformas como X (anteriormente Twitter). Ahí irrumpe la figura de Elon Musk, quien desempeña un papel crucial con su total apoyo al republicano y por aportar grandes sumas de dinero a su campaña. Su influencia abre un debate sobre el impacto del dinero en la política, especialmente después de la decisión de la Corte Suprema, en 2010, sobre Citizens United, que permitió contribuciones políticas ilimitadas.
El triunfo de Trump y la influencia de Musk en su campaña subrayan cómo el capitalismo de plataformas, caracterizado por la centralización de servicios y la acumulación de datos, redefinen la política. Se trata de empresas digitales que actúan como intermediarias en sectores clave de la economía y que privilegian la conectividad, la innovación tecnológica y el control de datos masivos, que impactan en los mercados, la interacción social y, por supuesto, en la política actual y futura. Generan un poder concentrado en pocas corporaciones que determinan el acceso, la distribución y la monetización de información y servicios.
Embed - https://publish.twitter.com/oembed?url=https://x.com/elonmusk/status/1842773240223068569&partner=&hide_thread=false
Las consecuencias de estos cambios son profundas y se extienden más allá de las fronteras, afectando la comunicación política a nivel mundial. Por caso, en Argentina es notorio como el ecosistema digital también está moldeando las dinámicas electorales.
Donald Trump y los nacionalismos del siglo XXI
También conviene repensar al nacionalismo en una economía de plataformas. Si se leen con atención las promesas de la campaña de Trump, puede verse cómo el nacionalismo actual se aleja del viejo paradigma industrial, dejando atrás la nostalgia de la manufactura tradicional para enfocarse en dominar el ámbito de las tecnologías emergentes. Podríamos caracterizarlo como un tecnonacionalismo, donde la promesa no es el retorno a la manufactura tradicional ni se trata de volver a la producción de tuercas y tornillos, sino de controlar y aprovechar las nuevas tecnologías para fortalecer la posición nacional en la economía digital global.
Se trata de asegurar que la innovación y el desarrollo en estas áreas beneficien principalmente a la nación, quizás a través de proteccionismo tecnológico, incentivos a empresas locales o el control de datos y plataformas digitales. Es un nacionalismo que busca la supremacía en el nuevo campo de batalla económico, el digital, en lugar del industrial; que piensa en el control de la cadena de suministro de litio y materiales raros, por ejemplo, o la promoción de la IA para favorecer a empresas nacionales.
Así, pese a lo que algunos analistas aún sostienen, la oposición entre nacionalismo y globalismo tiende a diluirse en el contexto actual. Más que oponerse, ambos coexisten y se retroalimentan en la economía digital. El nacionalismo del siglo XXI no reniega de la globalización, sino que busca usarla estratégicamente para fortalecer la competitividad nacional. Así, más que una oposición estricta, se observa una integración pragmática que redefine los términos, en tiempos de oxímoros y paradojas, hacia un “globalismo nacionalista".
Kamala Harris, presidentas y candidaturas emergentes
La derrota de Kamala Harris no puede ser atribuida únicamente a su género. Factores como la polarización política y la percepción de inestabilidad en su campaña han jugado un papel significativo. La oposición feroz que enfrenta a figuras como Trump, acusado de autoritarismo y fascismo por sus críticos, ha complicado su posición. La comunicación política, en este contexto, ha sido profundamente alterada por el auge de las redes sociales. Estas plataformas no solo facilitan la difusión de propaganda, sino que permiten la desinformación, exacerbando la división entre los votantes.
Los triunfos de Giorgia Meloni en Italia y Claudia Sheinbaum en México y la ausencia de la demócrata en la presidencia estadounidense, aunque aparentemente dispares, podrían explicarse a través del prisma de la comunicación política en la era de las plataformas. A pesar de sus diferencias ideológicas, Meloni, Sheinbaum y Harris se enfrentaron a contextos nacionales únicos, donde la narrativa y el uso de las plataformas digitales jugaron un papel crucial.
Meloni capitalizó un sentimiento anti-establishment y nacionalista, utilizando plataformas para conectar directamente con una base electoral descontenta. Sheinbaum, por otro lado, aprovechó la estructura del partido gobernante y una estrategia de comunicación más tradicional, aunque adaptada a las plataformas, para consolidar su apoyo. Probablemente en la experiencia mexicana haya importantes lecciones aprendidas e insumos para los equipos de comunicación de dirigentes políticas argentinas.
La falta de éxito de Harris, en cambio, podría atribuirse a una narrativa menos efectiva en un contexto político estadounidense altamente polarizado y fragmentado, donde las plataformas digitales amplificaron las divisiones existentes. Los resultados de una campaña no se miden tan solo por los atributos positivos y negativos de un candidato, sino por la habilidad de comprender y dominar las reglas del juego comunicativo en la era digital, adaptando sus mensajes a las particularidades de cada contexto nacional y utilizando las plataformas digitales de manera estratégica. Es una cuestión clave de entender el lenguaje y conectar, al mismo tiempo, con el territorio de manera efectiva en cada país.
La Argentina de Javier Milei, en sintonía
El impacto de este nuevo nacionalismo y su comunicación política en el contexto del capitalismo de plataformas se extiende también a Argentina. Probablemente en las próximas elecciones de 2025 y 2027 surjan candidatos fuera de la política tradicional, como Marcos Galperín, ceo de Mercado Libre. Estos candidatos no convencionales traen consigo grandes recursos económicos y comunicacionales acompañados de una visión pragmática y tecnológicamente avanzada de la gestión pública, alineada con el crecimiento de la economía digital y el uso intensivo de plataformas.
oxenford.jpg
Alec Oxenford, futuro embajador en Estados Unidos
A diferencia de los políticos de carrera, estos actores empresariales, como el designado embajador en Estados Unidos, Alec Oxenford, el fundador de OLX, ofrecen una imagen de eficiencia y adaptación a la economía global, enfatizando en su discurso la capacidad de innovación y la competencia en el terreno digital, por lo que resulta clave y urgente pensar los liderazgos políticos argentinos en los que el territorio digital y el territorio físico sean pensados como opuestos complementarios y no como compartimientos estancos, para no perder de vista los riesgos que estas transformaciones suponen para las democracias a nivel mundial, regional y local.