¿Alguien sabe cuál es el programa de gobierno de Carolina Piparo para la provincia más poblada del país? La ex del corredor de motos Ignacio Buzali, quien fue diputada bonaerense, secretaria de Asistencia a la Víctima y Políticas de Género de la municipalidad de La Plata y empleada del Poder Judicial y es diputada nacional (jamón del medio de la casta, como diría Luis Majul), habla poco y cuando habla en general es para decirnos lo que piensa recortar, controlar, prohibir, reprimir, cercenar, achicar, expurgar o extirpar. Una gama conceptual, se diría, novedosa para una trabajadora social, más propia de un empresario codicioso que de una servidora pública (a no ser, claro, que las tres o cuatros ideas que colmen su pensamiento hayan sido elaboradas en el think tank del conservadurismo argentino, que paradójicamente se llama Fundación Pensar).
El dólar crece como esponja en el agua (una esponja con la que todos se quieren fregar, pero a la que pocos acceden), los precios de referencia dejan de existir, los chinos remarcan en las góndolas con automatismo zen de corredores de bolsa y el ciudadano de a pie, que no quiere saber nada de las Leliqs ni del FMI ni de evasión impositiva, se descarga con la cajera cuya mudez garantiza el contrato miserable que la sienta allí ocho horas por día. En los últimos días, asoman en el paisaje del conurbano nostalgias de 2001 en las que nadie quiere creer. Con tanto zarandeo, los argentinos incorporamos a nuestro léxico un catálogo de economía política noticiaria: precios de referencia, bicicleta financiera (mejor: Carry Trade), recesión, inflación, deflación, tipo de cambio, reservas netas, reservas líquidas, precios justos, balanza comercial… (Con eso y un poco de código penal sale una Piparo).
¡Viva la libertad, carajo! Además de ese grito de expugnación infantil, ¿cuáles son las ideas que se prestaron al debate del escenario electoral? ¿Cuáles las propuestas? Y, sobre todo, lo que nadie dice: los programas, el cómo. Dejando de lado, por demasiado abstracta, la libidinosa promesa de dolarización (cuyos efectos Capusotto capta como ninguno), una idea general brilla como espejito de color del liberalismo privatizador: la eficiencia. Bajo su advocación, se activa la guadaña antiestatal: YPF y los servicios públicos privatizados, Aerolíneas Argentinas reconvertida en cooperativa, universidades aranceladas al estilo chileno (cuyo modelo, dicho sea de paso, después de la debacle del Ken mapuche Sebastián Piñera ya no se cita).
Del otro lado –o sea, desde las usinas del peronismo, pues la izquierda desde la Segunda Internacional no parece capaz de hilvanar una frase sin mentar las palabras fábrica y huelga–, apuntan contra la deuda fraudulenta del FMI. (Fraude convalidado por el mismo gobierno peronista que en su discurso de apertura de sesiones vociferaba contra el carácter delictual del empréstito). Cómo se la combate a la deuda (que no es lo mismo que decir: cómo se la paga). Con reservas suculentas en el Banco Central, responderán desde las tribunas oficialistas. Y cómo se irán a acumular esas benditas reservas, cuál es tu plan, vamos, decime, contame todo lo que vos estás pensando ahora, hay que sacarlo todo afuera, ¿como la primavera?... Hay quien espera todavía el programa que anunció CFK en el Teatro Argentino de La Plata en… ¡abril! (Dicho sea de paso: a la luz de los resultados de las últimas internas simultáneas, ¿de qué sirvió la escuela justicialista que presentó allí el ex ministro de educación Nicolás Trotta, a quien no se le vio más la cara ni se le oyó decir esta boca es mía?).
El último momento donde desfilaron los candidatos exponiendo sus prejuicios y, sobre todo, sus modelos de aniquilación del oponente, ocurrió en TN el mismo día del cierre de listas, esto es, el 24 de junio pasado. Hasta allí hay que remontarse para lograr captar algo parecido a una propuesta. El dúo ripioso compuesto por Alfano y Bonelli principió con Horacio Rodríguez Larreta (Game over) y su ladero Miguel Ángel Pichetto (pronto al retiro voluntario), quienes despotricaron previsiblemente contra el kirchnerismo: el mal del país, el cuco, la peste, bla bla bla (la oposición parece que les hablara a energúmenos cuyas neuronas se activaran al calor de la pura negación). El cavernícola rionegrino salido del closet, otrora adalid del sector que su nuevo jefe acababa de denostar, habló de modificar la ley de seguridad interior y comparó al narcotráfico y al terrorismo con la “violencia de pueblos originarios” (sic). A la dupla de entrevistadores no se les movió una pestaña, a sabiendas tal vez de lo que se venía. Y lo que se venía era Milei (que todavía no era el Milei de hoy), con su gestualidad de máscara de cera y sus “o sea, digamos, o sea” de labia irritable y esquizoide. Dijo: “¿Cómo ha sido la política social históricamente en Argentina? Fue: Ah, ¿tenés un problema? Te doy el pescado. Nosotros les vamos a enseñar a pescar”. (El problema con esa metáfora del liberalismo ancestral es que, para no volver al Neolítico donde el homínido cazaba con las manos, habría primero que fabricar la caña). Una segunda cámara enfocaba a Manuela Castañeira y a Marcelo Ramal, otro tipo de cavernícola inocuo, que negaba con un movimiento de cabeza insobornable. Acto seguido, Carolina Piparo (al fin, sí, la candidata a gobernadora) vomitó su odio de clase como si escupiera las sobras del pollo en el plato del perro: “Nosotros no tenemos miedo a las palabras como represión, mano dura”, y enseguida aclaró, por si hiciera falta: “nosotros no buscamos el voto de los delincuentes…” La secundaba el niño histérico Ramiro Marra, cuya pose de patovica inyectado atropella todo principio de lógica: “los sindicatos son todos mafiosos, se acabaron los intermediarios”, dijo. “Pero y voo… cómo –el típico arranque pastoso de uno de los periodistas–, te viene una movilización en la 9 de Julio y qué haces”, repreguntó al fin. La solución de Marra: “Vamos a meter presos a los líderes piqueteros”. Por las dudas, Piparo completó la ofrenda policial: “vamos a controlar todos los micros de la provincia de Buenos Aires, vamos a controlar los accesos a la ciudad”. (Ahí está, lo dijimos, controlar: el ganado de los bondis del conurbano debe ser pasteurizado con diplomáticas razias preventivas). La cosa no iba a acabar ahí. Al lado, un tal Franciso Oneto (¿?), candidato a no sé qué en la provincia, no supo qué responder sobre el problema acuciante de la pobreza, pero adquirió seguridad vocal cuando pudo añadir (es decir, enseguida): el delito de cortar rutas “se reprime con la ferocidad que sea necesaria”. Ferocidad, esa es la palabra (lo imaginé practicándola en silencio fuera de cámara como el boxeador que está a punto de salir al ring y tira golpes al aire). Con la opulencia alcaloide que propone la vuelta de Extraction, conocida como Misión de rescate (no vi la serie, pero el tráiler de dos minutos donde priman los saltos y puñetazos de un tal Chris Hemsworth me bastaron como instrucción) una amplia parte del espectro político se aferró a su cachiporra retórica y gestual (¡vean los ojos de Marra!) y embistió contra los ismos: peronismo, kirchnerismo, progresismo, populismo. Todo ismo popular y democrático que camina va a parar al asador de la triple F (Fuerzas Fascistas Federadas).
La campaña se ha convertido en un ring de boxeo sin guantes y sin árbitro: todo está permitido, menos el contraste de ideas. El estado crudo de la violencia que se exhibe deja muy atrás la imagen del chumbo que The Inspector Guillermo Moreno supo alguna vez (dicen) colocar sobre su escritorio de secretario de Comercio. Es una violencia narcotizada, una puesta eufórica en palabras comunes de El grito de Munch. Violencia a la Hemsworth, la de un Rambo criollo, una cruza de Videla con Vin Diesel. Monstruos, los llamó Castañeira cuando finalmente pudo hablar. A esa hora de la noche, sin embargo, ya nadie parecía escuchar –ni siquiera los asesores que comían sándwiches detrás de cámara–. El mantra de la ferocidad había cumplido su objetivo. La Bestia había sido invocada.