OPINIÓN

Educación: cuestión de subordinación

La educación fue el motor del liberalismo clásico argentino y mundial. Javier Mieli, que se jacta de abrevar en aquellas aguas fundacionales, restringe el financiamiento educativo.

En marzo de 1882, José Hernández, el autor del célebre Martín Fierro, fue designado vocal del Consejo Nacional de Educación, un aspecto que no suele ser recordado de la biografía del escritor gauchesco. Poco después, en abril de ese año, le encomendaron –hecho aún menos conocido– una urgente misión a la provincia de San Luis, cuyo sistema educativo estaba en crisis a raíz de una huelga de maestras, quienes no cobraban su sueldo desde hacía ocho meses.

Por entonces, como ahora, el conflicto pendía del presupuesto. Es decir, de la voluntad política. Y allí fue Hernández con su voluntad y su creencia filantrópica a enfrentar el problema, en un raid que tampoco aparece con frecuencia entre los hechos destacados del poeta. Y es que la historia argentina ha padecido en exceso (y aún padece) del pensamiento dicotómico. Las visiones enfrentadas del pasado aun hoy resultan, a pesar del tsunami de la deconstrucción, difíciles de desarmar, complejizar, comprender en profundidad. Imágenes rivales, en blanco y negro, folletinescas, contribuyen con la malversación y el envilecimiento de nuestro pasado común.

Una de esas estampas es la que opone a Domingo Faustino Sarmiento y al poeta gauchesco. No obstante, en el informe que presentó Hernández de su visita a la provincia puntana se destaca con especial énfasis la ley sancionada el 25 de septiembre de 1871 durante la presidencia de Sarmiento. Dicha ley, número 463, en su artículo segundo sostenía que las provincias “recibirán subvenciones del Tesoro Nacional para los objetivos siguientes: 1) Construcción de edificios para escuelas públicas; 2) Adquisición de mobiliarios, libros y útiles para escuelas; 3) sueldos de maestros.” Hernández, que corroboraba in situ la necesidad imperiosa de tales recursos, escribió sin medias tintas: “Estas disposiciones de la ley, constituyen las bases fundamentales sobre las que ha descansado todo el sistema económico de la educación primaria en la República, y es a su favor y amparo, que la instrucción ha crecido y se ha desenvuelto durante estos últimos diez años hasta alcanzar el estado de su actual desarrollo”.

Ciento veinte años después, el 27 de mayo de 2003, Daniel Filmus, flamante Ministro de Educación de la Nación, partía hacia Paraná, provincia de Entre Ríos, con una misión similar encomendada por el recién electo presidente Néstor Kirchner: destrabar el conflicto docente que asolaba desde hacía meses a los entrerrianos. En esa ocasión, además, se sumaban otras crisis similares (veníamos del 2001-2002) de otras tantas provincias, de modo que resolver el conflicto implicaba asumir la resolución global de la crisis. Amparado en el recuerdo de aquellas leyes fundacionales, Filmus recordó varias veces cómo Néstor Kirchner impartió la orden estimando prioridades. “Néstor, afuera [del despacho presidencial] está Lavagna, ¿le digo?, porque si se entera mañana por los diarios me va a matar”, le habría dicho el ministro. Kirchner respondió, perentorio: “Daniel, el presidente soy yo”. El conflicto docente fue solucionado. Marta Maffei, presidenta de Ctera entonces, reconoció y agradeció “el gesto de venir a la provincia a sólo 48 horas de la asunción del mando” (ver “Poner el cuerpo”). La coyuntura demandó, desde luego, una serie de medidas públicas complementarias para encauzar al sistema educativo en su conjunto: la Ley de Garantía del Salario Docente (2003), la Ley de Educación Técnico Profesional (2005) y, entre otras, la Ley de Financiamiento Educativo confluyeron para llevar en 2010 al 6% del PBI el presupuesto educativo.

Hoy en día, ejemplo de las prioridades del actual gobierno, no hay ya Ministerio, sino Secretaría de Educación. Al secretario, Carlos Horacio Torrendell, quien se formó en el circuito privado y cuyo referente histórico (el católico José Manuel Estrada) fue un ferviente opositor de la ley 1.420 de educación común, gratuita y obligatoria, como a muchos de los funcionarios oficiales, no se le conoce la voz. Por su parte, el presidente Javier Milei (cuya voz sí se conoce y se padece) decidió desestimar las reuniones paritarias docentes a nivel nacional (garantizadas en el artículo décimo de dicha Ley de Financiamiento) y dejar de prorrogar los beneficios del Fondo Nacional de Incentivo Docente (FONID), cuya última actualización había ocurrido en enero del 2022 con una vigencia de dos años, hasta enero del 2024. Sumado esto a la cancelación de los subsidios al transporte, las provincias se ven en serias dificultades de encarar el ciclo lectivo, algo que CTERA ya anticipó convocando al paro nacional. El problema es ubicuo y se extiende también a la educación terciaria y universitaria (cuyos presupuestos diseñados en 2023 fueron devastados por la devaluación y la inflación vigentes). Como dato concreto, empieza a verse una merma significativa en las inscripciones del primer año (es decir, las que corresponden a ingresantes) en las distintas Facultades del país, sobre todo en aquellas que, como la UNLP o la UBA, reciben estudiantes del interior de la y las provincias.

Hernández y Sarmiento tuvieron sus enconados conflictos. Sus obras fundamentales –Facundo, Martín Fierro– han reforzado, desde ya, esa rispidez ideológica. No obstante, en lo fundamental, ambos compartían sus puntos de vista porque, en realidad, uno solo era el punto de vista dominante: republicano, liberal, progresista. Es cierto que Hernández tuvo un pasado jordanista, federal, montonero, pero se sabe que hacia 1880, sin salto de continuidad, abrazó las convicciones dominantes del roquismo. Previamente, en 1852, Sarmiento se enfrentó también con Alberdi a raíz del derrocamiento de Rosas y el triunfo de Urquiza, una puja argumentativa y política que terminó distanciándolos tal vez definitivamente y que puede recuperarse en parte de las cartas conocidas como las Quillotanas y Las ciento y una. Alberdi, incluso, demoró más de la cuenta su regreso al país (había sido enviado a Europa como diplomático del gobierno federal de Urquiza) dada su abierta oposición a la guerra contra Paraguay, o guerra de la triple alianza (como se la conoce por la entente entre Brasil, Uruguay y Argentina), que le valió el encono del entonces presidente Bartolomé Mitre, quien lo trató de traidor. (Como se ve, hacía tiempo, muchísimo tiempo que la política argentina había dejado de apelar a locuciones de barricada que estrambóticamente vuelven a resonar por estos días).

No obstante, Alberdi, Hernández y Sarmiento (e incluso Mitre) discutieron sobre un suelo común, un cúmulo de ideas base que les permitía diferenciarse del totalitarismo retrógrado, de la corruptela dineraria heredada de las estancias patriarcales (esa “aristocracia con olor a bosta” de la que se quejaba Sarmiento). Cada uno de ellos, con tonos, retóricas y hasta énfasis distintos coincidía en la defensa de la educación, porque entendían, como clásicos liberales fascinados con esa palabrita mágica que era la “civilización”, que el mejoramiento de las capacidades intelectuales del pueblo era el único camino para el engrandecimiento de la República.

Como deslizó irónicamente Martín Kohan en el acto de la legislatura porteña que lo distinguió hace pocos días como Personalidad Destacada en el ámbito de la cultura, empezamos a echar de menos aquellas viejas ideas ilustradas del liberalismo letrado con las que valía la pena incluso discutir (Kohan en la legislatura). Si trasladamos, de modo necesariamente simplificado, aquellos posicionamientos a la actualidad, podría decirse que Sarmiento, Alberdi y Hernández (no sé si Mitre, demasiado afecto al laissez faire, laissez passer) apostaban por el valor agregado y no por las rentas de meras materias primas. Ese valor se obtiene si y solo si (como arguye la lógica) previamente se apuesta al desarrollo intelectivo. Es sencillo: la eficiencia y la educación se nutren de temporalidades distintas, históricamente subordinadas. Los países desarrollados del mundo, que tanto pondera el presidente Milei, como Alemania, Irlanda o Estados Unidos, lo saben y han hecho de esa regla una regla matemática. Hoy, por increíble que parezca, en Argentina estamos discutiendo cuestiones de hace más de un siglo y medio. Cuestiones que los fundadores de este país largamente aplazado habían dado por superadas. Cuestiones distractivas, ciertamente, pero que deben ser aclaradas, respondidas, señaladas toda vez que sea posible, si no queremos que el discurso de la eficiencia se imponga como se suele imponer (la apertura de sesiones fue un ejemplo ilustrativo) la agenda dominante en la escena mediática.

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