En el Pierre Menard, autor del Quijote, Borges parodia por anticipado uno de los conceptos fundamentales de la sociosemiótica de Eliseo Veron: el contexto de reconocimiento. El semiólogo argentino llamó así al momento de recepción de los mensajes masivos, clave interpretativa del sentido de los discursos en determinado momento. A este concepto se sumaba, en la obra veroniana, el de contexto de producción. Es decir, las lógicas que determinan las condiciones de producción de los bienes simbólicos. Para Borges, Pierre Menard había radicalizado la creatividad literaria al imaginar y reescribir la novela de Cervantes con una exhaustividad maniática, repitiendo, letra por letra, palabra por palabra, en el siglo XX, lo que El manco de Lepanto había imaginado en 1502. El chiste era que los libros son siempre nuevos en cada lectura, nuevos y diferentes en la cabeza de sus audiencias. Por supuesto, Borges escribió su cuento en el contexto de producción de la cultura del libro. ¿Borges habría imaginado hoy que Pierre Menard publicaba su propio Quijote en un blog? Ahora, ¿cuál es contexto de reconocimiento de la serie El Eternauta, en la adaptación de Bruno Stagnaro y Ariel Staltari, que muchos (medio planeta) pudimos ver desde el 30 de abril en Netflix?
Mi primera hipótesis es que, surgida como historieta gráfica en el contexto de producción de una sociedad integrada, más uniforme, y constituida, en sus ejes fundamentales, por las políticas del Estado de bienestar que ni siquiera las dictaduras que sobrevinieron al peronismo después del 55 pudieron modificar, el contexto de recepción de la adaptación contemporánea es claramente otro: una sociedad más fragmentada, valores e instituciones en crisis, individualismo, una estructura productiva diferente... Cualquiera que haya leído la famosa posdata de Deleuze puede hacer un racconto más exhaustivo. Con inteligencia, los guionistas tomaron cuenta de esta tensión y la explotaron narrativamente en el subtexto.
-¡Lo viejo funciona!– grita el Tano Favalli manejando una Estanciera desvencijado después de rescatar a Juan Salvo de la nieve radiactiva.
A ese respecto, el viernes pasado, el consultor político Mario Riorda señaló que la ecología mediática está dominada por los VIEWS y estos se generan, en su mayoría, por los sentimientos. El consultor cordobés señala que la incivilidad, la escandalización, la hostilidad, el bizarrismo y la irracionalidad son dominantes en un paisaje en el que los influencers pululan en una red cada vez más oscura. Uno de esos sentimientos es el odio, hate, en inglés, de donde proviene la palabra haters, odiadores seriales que arremeten con violencia simbólica. El primero, Javier Milei, pero luego sus adláteres: Manuel Adorni, el Gordo Dan, Agustín Laje. Palabras comunes se han vuelto insultos: zurdos, colectivistas, comunistas, progresistas.
Embed - https://publish.twitter.com/oembed?url=https://x.com/maRIOrioRDA/status/1918294975906828459&partner=&hide_thread=false
En la dinámica política, el odio ha sido un instrumento de larga data. El insulto más común en la Alemania nazi era ungeziefer. Ricardo Piglia dice en Respiración artificial que esa es la palabra que usa Kafka en La metamorfosis para referirse al bicho en el que Gregorio Samsa se ha convertido una mañana. La misma que usaban los nazis en los campos de concentración para los detenidos: plagas, insectos, animales impuros.
A propósito de la nota que publiqué la semana pasada bajo el título El topo rabioso, Pablo Gustavo Díaz, consultor político, me copió su nota por mail. En ese trabajo escribe que, en realidad, lejos de ser una excepción, el odio es consustancial a la política, en tanto, como señaló Ernesto Laclau, retomando el paradigma “schmittiano” (gran teórico del nazismo) de amigo/enemigo, la lógica agonal está en el corazón del sistema político. Algo de eso vivió Pedro Rosemblat, nos recuerda Díaz en su artículo, cuando en estos días sufrió el desprecio de sus seguidores por invitar a Eduardo Feimann a su programa.
El Eternauta: la brújula anda, lo que se rompió es el mundo
Sin expoliar la historia, la serie ubica en el presente a un grupo de vecinos de Vicente López enfrentados a una invasión alienígena que hace colapsar el mundo. En ese marco, funcionan solo aquellas cosas anteriores a la transformación tecnológica neoliberal. Estrictamente, antes de los años 80. Así vemos Estancieras, tocadiscos, transmisores de radiofrecuencia, baterías... La nieve radiactiva pareciera ser muy selectiva, ideológicamente selectiva.
Daniel Bell, autor de La sociedad posindustrial, o Alain Touraine, de La sociedad programada, se hubieran hecho un panzazo con esta serie. Por el contrario, lejos de la celebración, la recepción de la serie inevitablemente pareciera haber caído en el contexto de otra grieta; un debate sobre valores que se enfrentan despiadadamente y más peligrosos que los escarabajos que imaginó Oesterheld. La discusión ha llegado tan lejos que hasta el secretario de Políticas Universitarias de la Nación, Alejandro Álvarez, El Gallego, como se lo conocía cuando era kirchnerista, destacó que la ficción de Stagnaro descolocaría a los que llama “kukas” (nada más inquietante que la asociación de palabras) porque promueve el uso de la libre portación de armas, la reinvindicación de las fuerzas armadas, la familia tradicional. No exagero, vean si no:
Embed - https://publish.twitter.com/oembed?url=https://x.com/AleCiroAlvarez/status/1918441570623254801&partner=&hide_thread=false
Del otro lado, están los que cantan a la solidaridad, repiten el mantra “nadie se salva solo” y creen que la serie podría ser útil en la campaña de octubre. El error, diríamos, desde la tradición nacional y popular, es remitir el sentido de la historieta al peronismo, error histórico y estratégico a la vez, que reduce a una de sus partes, el todo de la representación popular, siempre ecléctica, dialéctica y metamórfica; pero a la vez desenfocada: el contexto actual, como vimos en el marco de la pandemia, lejos estuvo de la solidaridad y el coraje.
eternauta nestor kirchner.jpg
El Eternauta en la versión del peronismo K.
De hecho, la sociedad castigó a estos últimos y premió al que durante todo ese período promovió verdaderas clases de egoísmo. Si no, viene bien recordar su programa El consultorio de Milei, en el Canal de la Ciudad, cuando el entonces sólo economista psicoanalizaba a torturados pacientes con conflictos de avaricia. Así, la sociedad argentina pareciera haber pasado del “nadie se salva solo” al “sálvese quien pueda”. Por suerte, la serie recién comienza. Ya se anunció la promesa de otra temporada.
¿Será en el infierno?
Otra posdata: cuando Arthur Rimbaud escribió el famoso poema Una temporada en el infierno (1873), el capitalismo entraba en una de sus etapas más funestas, su versión monopolista: grandes empresas imperiales y una estructura productiva que hacía de todos los hombres simples cucarachas camino a un matadero.
Cualquier similitud con la realidad es pura coincidencia.