Cuando Ray Bradbury imaginó la sociedad distópica en la que se quemaban libros estaba advirtiendo que aquello no era tan raro y podía volver a suceder. Había ocurrido durante el siglo XVI, cuando la Inquisición estableció el Index librorum prohibitorum con los cientos de libros señalados como herejes (entre ellos, los textos de Descartes o Rabelais) y lo hicieron también los nazis en la noche de mayo de 1933 frente a la Opera de Berlín. Pero, además, como señaló el poeta alemán Heinrich Heine, primero queman libros y después personas. No es extraño entonces que, pocos días después de las declaraciones de la vicepresidenta Victoria Villarruel sobre los libros comprados por la Dirección General de Cultura y Educación de la provincia de Buenos Aires para las bibliotecas escolares binaerenses, se haya lanzado “el brazo armado” de Javier Milei en San Miguel, con estética fascista incluida, como resaltan las crónicas periodísticas. ¿Por qué necesita MIlei un brazo armado?
Si bien después, algunos de aquellos entusiastas adalides de la nueva derecha, como Agustín Laje y Ramiro Marra, trataron de disculparse refiriendo que el arma era el celular, el problema es que esas metáforas después pasan a la vida real sin mediaciones. ¿O no sabemos lo que pasó con “la banda de los copitos”?
Los libros prohibidos de Victoria Villarruel
La literatura peligrosa o el “arte degenerado”, como se llamó durante el Tercer Reich, fue una de las obsesiones de las SS, la guardia pretoriana de Adolf Hitler. En esa lista estuvieron Kafka y Joyce, Picasso y Magritte. Ahora, en la lista de la vicepresidenta están Sol Fantin -su "Carta a las familias" es una lúcida advertencia sobre las consecuencias de censurar literatura en la escuela-, Gabriela Cabezón Cámara, Dolores Reyes y Aurora Venturini, que tenía, cuando publicó Las primas como ganadora de un premio de Novela auspiciado por Pagina 12, 87 años. Lamentablemente fallecida hace poco en La Plata, esposa del historiador Fermín Chaves, amiga Eva Perón y Jean Paul Sartre, traductora de Rimbaud, fue premiada por Jorge Luis Borges por su poemario El solitario en el año 1948.
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Acaso estarán mañana Esteban Echeverría o Gabriel García Márquez por la osadía de proferir guarangadas en sus textos. Sarmiento, que era muy mal hablado, también podría llegar a entrar en esta lista, tanto como el presidente que habla de niños envaselinados y de degenerados fiscales y hace gestos masturbatorios en actos protocolares. Claro, todavía no escribió ninguna ficción. ¿O sí?
La maquinaria de odio y amedrentamiento de Javier Milei
La transición autoritaria está a la vuelta de la esquina. El ajuste necesita imponerse de algún modo y finalmente el discurso de odio y las descalificaciones a los opositores no son más que una estrategia de amedrentamiento. El periodista Marcelo Longobardi pidiendo la escupidera por radio ante el impávido Joni Viale en el espacio de radio que comparten es ya un indicio del nivel de cinismo al que pueden llegar.
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Se probó ya globalmente, porque el ajuste neorreaccionario necesita despojar a los sectores del trabajo de las conquistas del siglo XX; esas que el Estado de bienestar construyó como respuesta a la crisis del 29. La doble compensación, como la definió Karl Polanyi, que reguló el capitalismo fordista con éxito y produjo la mayor distribución de la riqueza de la historia.
Porque no fue magia del mercado, como supone el Presidente, pero, claro, hay que construir las condiciones de posibilidad. La batalla cultural es parte de eso y los libros, el primer paso. Porque la política de la cancelación -en definitiva, no es más que censura- implica borrar de las conciencias la posibilidad de pensar por cuenta propia. Finalmente, para lo que sirven los libros.