OPINIÓN

El año de Javier Milei y 2025: una mirada desde el peronismo

Un año de Javier Milei. Un año que cambia. ¿Un cambio de época?

Estas fechas nos invitan a comparar, a mirar hacia atrás y a imaginar el futuro cercano. Balance, diagnóstico y expectativas para lo que vendrá. Una rutina que bien aplica para cuestiones personales como para la vida política. Una mecánica que se activa casi de manera espontánea en esta fecha.

A decir verdad, hace un año, desde el momento mismo del triunfo de Javier Milei, buscamos explicaciones, comparamos y subrayamos los contrastes. Pero el tiempo (transcurrido más de un año) da lugar a una reflexión más sosegada, menos apasionada, despojada de la reacción visceral que prevalece en la inmediatez de un resultado electoral y de sus primeros coletazos. Como las etapas mismas del duelo, que se inician con la negación y terminan en la aceptación.

La etapa negacionista inicial se alimentaba con frases como: se va a caer, no va a poder gobernar sin representación legislativa. No sabe de política. No tienen equipo. La gente no se va a bancar el ajuste. Cuando haya que pagar las tarifas explota todo. Y otras tantas que hoy todavía resuenan en algunos sectores de la oposición empantanados en esa retórica balbuceante y errática. Me resisto.

Sobre la aceptación, en cambio, proliferan los argumentos: el empobrecimiento, la inflación, la bronca acumulada, las promesas incumplidas, el Estado que no representa, los privilegios, el desorden, el cambio del mundo laboral… Aceptar implica, en alguna medida, haber atravesado algunas preguntas y ensayado otras respuestas.

Futuro

¿Por qué insistir con la autocrítica? Porque no solo es necesaria, sino sobre todo indispensable si queremos rescatar las causas que aspiramos a representar. Esas causas sobre las que seguimos convencidos que valen la pena. Autocrítica no como castigo sino para entender y recuperar legitimidad. No para bajar banderas sino para recuperarlas, Así, para defender un Estado eficiente es necesario reconocer primero que no lo supimos cuidar. Para defender a los más vulnerables debemos reconocer los estragos que provoca la inflación crónica. Para defender a los trabajadores debemos comprender los cambios del mundo laboral. Para defender a las organizaciones sociales debemos reconocer que, si bien cumplieron un rol fundamental, había que hacer algo más para transformar esa realidad. O que para defender a los jubilados y acusar de insensible al gobierno actual que le quita hasta la posibilidad de comprar remedios, debemos reconocer que no acertamos en las propuestas. Y así podríamos seguir con las banderas de las PyMEs, de la producción nacional, del feminismo, de los derechos humanos y tantas otras luchas tan nobles como necesarias. Pero que para recuperar la legitimidad de su representación debemos primero visibilizar lo que se hizo mal. La aceptación de las distorsiones. El reconocimiento del incumplimiento y, en muchos casos, la falta de resultados.

Las batallas que no dimos

Cuando escuchamos el interés del gobierno por la batalla cultural, quienes habitamos el peronismo deberíamos preguntarnos por qué perdimos esa capacidad de interpretar lo que le pasaba al pueblo. Sus miedos, sus pesares, sus aspiraciones, sus miradas, su cólera. Y dejemos de reconocernos como parte de ese pueblo. Dejamos de escuchar y de interpretar. Nos hablamos encima, encapsulados en peleas intestinas donde naturalizamos la simulación. Acting y no hechos. Hacer como sí, pero vaciado de contenido. Las fotos en los despachos oficiales alejados de la vida real, de lo genuino. Inmersos en la fantasía burbujeante y gaseosa de nuestros propios posteos. Abandonamos la rebeldía y lo espontáneo y, en cambio, abrazamos lo establecido y lo artificial en busca de una supervivencia sin propósito. Nos faltó el para qué. La causa.

Y de pronto vemos que la rebeldía es de los conservadores. Para ellos, el futuro está en el pasado. Y para los llamados progresistas, el futuro está en la resistencia del presente. Como dice el filósofo vasco Daniel Innerarity: mientras que para los primeros es reposición, para los segundos se trata de retener lo conquistado. Cualquiera sea la posición, prevalece la desconfianza hacia el futuro. Es, justamente en ese marco, que el peronismo suele ir desde la resignación: “Esto ya lo vivimos. Esto termina mal”, a la ilusión de un retorno “a lo conocido”. Casi como queriendo reafirmar que, si esto termina mal, nos dará la razón. O que no estábamos equivocados. Y así, nos quedamos y agotamos en la resistencia. Pero creo, humildemente, que hay una ausencia de imaginación, de creatividad, de proyectar un futuro tan diferente al pasado como también a la resistencia. A pensar los desafíos de una nueva época.

Lo desconocido

Porque, hay que decirlo, toda nueva época tiene similitudes con el pasado. Pero eso no implica asegurar que “esto ya pasó”. Vale el esfuerzo de interpretar lo nuevo, el cambio, lo distinto. Porque así se aprende y de eso se trata, además, el peronismo. De abrevar en ese sentir popular. De atrevernos a soñar, a transgredir, a innovar, de inquietar, de transformar, de recuperar la rebeldía más que el demostrar tener razón.

De mirar más allá de nuestras narices. Mirar al país entero y sus enormes complejidades. Salir de nuestros sesgos, y salir del territorio seguro. Tenemos la obligación de mirar más allá del ambacentrismo. Así como rechazamos el repliegue del Estado y nos oponemos a la destrucción que pretende el Topo, debemos impedir que el peronismo se repliegue en un territorio determinado y en un sector acotado. Físico y simbólico. Porque el mundo es cada vez más complejo. Y nuestro desafío es saber interpretarlo y volver a ser los canalizadores de toda aspiración a un futuro mejor para la mayoría de nuestro pueblo.

Parte del equipo digital de Javier Milei.
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