Mientras el FdT no haga goles, el electorado seguirá mirando otro partido

El Presidente convocó a la mesa política del FdT, pero esa cuestión poco le importa al votante. El desorden interno y las peleas de poder.

En todas las organizaciones conviven personas con diferentes ideas, opiniones y criterios. Bien canalizadas, esas diferencias permiten enriquecer los debates, mejorar las propuestas, el orden y el funcionamiento de esas estructuras. Para que esa dinámica sea productiva es preciso que haya reglas y mecanismos de participación que faciliten la libre expresión y la competencia sana de ideas.

Desde 1999, cuando la fórmula encabezada por Fernando de la Rúa y Chacho Álvarez venció al Partido Justicialista liderado por Carlos Menem, la política argentina está dominada por coaliciones y frentes electorales que comparten la misma ambición de poder, pero pocas ideas.

La Unión Cívica Radical (UCR) y el FREPASO formaron “La Alianza” para frenar el descalabro que estaban generando las políticas liberales de Menem. Sin embargo, De la Rúa nunca había confiado en Álvarez, prefería como compañera de fórmula a Graciela Fernández Mejide. Álvarez consideraba a De la Rúa como un dirigente conservador, antiguo y poco audaz. Las diferencias entre ambos líderes socavaron la relación de las dos fuerzas desde el principio, hasta que en 2000 De la Rúa decidió unilateralmente cambios en el gabinete que terminaron de romper el vínculo. Tanto Álvarez como Fernández Mejide se enteraron a través de los medios de la decisión que había tomado el entonces presidente. Al día siguiente, Chacho renunció a la vicepresidencia.

A nadie sorprendió que el matrimonio por conveniencia entre el FREPASO y la UCR terminara mal, pero nadie imaginó que sería con una brutal represión que dejaría un saldo de 39 muertos y la renuncia del presidente.

La crisis económica, social e institucional que sufrió Argentina en 2001 fue el golpe letal que terminó de desarticular el sistema bipartidario que había dominado a la política argentina desde la llegada de Perón al poder.

De la mano de Néstor Kirchner y Cristina Fernández, el Frente para la Victoria -conformado por el Partido Justicialista, el Partido Intransigente, el Frente Grande y el Partido Comunista- logró reconstruir la confianza del electorado en las instituciones de la democracia. Kirchner lideró un proceso de cambio que incluyó, entre otras medidas importantes, la renovación de la Corte Suprema de Justicia, la anulación de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, el pago anticipado de la deuda con el FMI y la integración regional con los países de América del Sur. Estas medidas, sumadas a la recuperación económica, generaron altos índices de aprobación por parte de la ciudadanía e incluso lograron el apoyo y la adhesión de una parte del radicalismo.

Cristina Kirchner tomó la posta en 2007. Durante su gobierno creó el Ministerio de Ciencia y Tecnología, creó el programa Conectar Igualdad, recuperó para el Estado Aerolíneas Argentinas e YPF, promovió la Asignación Universal por Hijo y se aprobaron leyes importantes como la Ley de Movilidad Jubilatoria, entre otras. La disputa por la renta agraria en 2009 y la Ley de Medios y Servicios Audiovisuales aportaron la épica que sirvió para movilizar a un amplio sector de la población, identificado con el rumbo político y cautivado por el carisma de Cristina.

Sin embargo, al poco tiempo, con una inflación en aumento, corridas contra el peso, una crisis financiera de por medio y precios de los commodities en baja, la economía argentina comenzó a dar señales de debilidad y recesión. Envalentonada por la contundente victoria electoral de 2010, Cristina nunca aflojó el pie del acelerador, a pesar de que la economía daba fuerte señales de recesión y que todos los estudios de opinión pública daban cuenta de una perdida de apoyo electoral.

Aunque la mayoría de los dirigentes peronistas se alineaban detrás del liderazgo carismático de Cristina, no todos estaban de acuerdo con el rumbo económico y el estilo radial que la presidenta le imprimía a su gobierno. En sus 12 años de gestión, el kirchnerismo había logrado organizar a la militancia en dos estructuras importantes con llegada territorial: La Cámpora, encabezada por Máximo Kirchner, y Kolina, fundada por Alicia Kirchner. Pero no generó mecanismos institucionales internos que habiliten un debate franco de ideas y la construcción de cuadros competitivos. Todo giraba en torno a “los Kirchner” y a un discurso que había perdido contacto con la realidad. Con el respaldo de un conjunto de medios de comunicación afines que actuaron como “repetidores” de los mensajes de “la jefa”, desde 2010 en adelante el kirchnerismo le habló casi exclusivamente a su núcleo duro de seguidores incondicionales.

Luego de perder tres elecciones consecutivas (2013, 2015 y 2017), el kirchnerismo logró imponerse ante el macrismo en 2019 con Cristina nuevamente como protagonista, aunque por conveniencia electoral, decidió ceder el primer puesto de la fórmula a un operador político.

Sergio Massa y Alberto Fernández habían sido dos piezas claves del gobierno de Néstor, pero los dos abandonaron al kirchnerismo durante el gobierno de su sucesora por no haber podido resolver internamente sus diferencias. En 2019 decidieron dejar de lado sus discrepancias y aceptaron formar parte del nuevo equipo que armó Cristina. El grupo seleccionado no fue el resultado de un proceso participativo dentro del peronismo, sino una movida táctica. Era y es el equipo que armó con astucia Cristina para ganar un partido clave: el de las elecciones. No hubo entrenamientos o charlas con el equipo técnico ni plan estratégico para el resto de la competencia.

Después de tres años de una gestión llena de obstáculos, peleas internas y errores no forzados, en estas semanas el Frente de Todos debate acerca de la conveniencia o no de funcionar como un espacio político que dirime interna y ordenadamente sus diferencias.

Después de tres años de gobierno, ante la inminente posibilidad de derrota, los integrantes del Frente de Todos exigen que se habilite una mesa de discusión para definir no sólo la estrategia electoral sino también el programa de gobierno hasta el final del mandato.

“¿Ahora se acuerdan?”, se preguntan muchos votantes. La mayoría del electorado ve una secuencia de hechos y decisiones incoherentes que atentan contra la seguridad económica, social e institucional del país. Un presidente que ha perdido credibilidad social y autoridad política, pero que actúa como si viviera en Suecia y hubiera llegado a la presidencia por clamor popular. Una vicepresidenta condenada en la justicia por corrupción que intenta despegarse de las decisiones de su propio gobierno. Un ministro de Economía que se autopercibe como “superministro” (o “plomero del Titanic”), hace gala de su estrecha relación con Washington y trata de frenar la inflación para salvar su carrera política.

A esta altura del partido, al electorado poco le importa si el Presidente habilita o no una mesa de debate con todos los integrantes del frente o solo con algunos. Los votantes ven desorden, ven peleas de poder, ven jugadores desesperados que insultan al árbitro en vez de jugar en equipo. Mientras la selección del Frente de Todos no haga goles, los votantes van a seguir mirando otro partido.

Marcos Ferrer, intendente de Río Tercero. 
El gobernador de Santa Fe, Maximiliano Pullaro, junto a Lisandro Enrico.

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