ROSARIO (Corresponsalía Santa Fe) La pampa húmeda se evaporó en un par de meses. La sequía quemó la tierra como nunca y la soja no será tan oro verde como siempre. Las vacas quedaron secas, ni siquiera flacas. El clima se convirtió en un enemigo imprevisto que no deja crecer nada, sólo problemas para el sector productivo y, en breve, para la economía nacional 2023, un transatlántico cruzando el océano electoral. Pero también germinan oportunidades para la política que se muestre dispuesta.
Se veía venir el golpazo, pero era imposible frenar una sequía, sólo se puede remediarla. En noviembre, Letra P anunciaba la alarma por el trigo y decía, entonces, que de la soja era mejor ni pensar. Pero ahora ya no se pueden cerrar los ojos o mirar para otro lado porque ya son palpables los efectos. En el campo, miran el cielo y rezan. Al rato, lloran.
Esta semana la Bolsa de Comercio de Rosario (BCR) estimó una caída del 25% en la producción respecto a los 49 millones de toneladas (Mt) que se esperaban hace un mes. Se dan por perdidas 12 Mt y se cree que será la tercera peor cosecha argentina de los últimos 15 años. Santa Fe es la más complicada de la zona núcleo. La Bolsa de Cereales de Buenos Aires habla de una pérdida de exportaciones de 14.000 millones de dólares de toda la producción agrícola. La cosa puede ser aún peor si no empieza a llover. El vaso medio lleno es el precio alto de los commodities.
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En todo este panorama asoman las responsabilidades, no por la falta de lluvia, claro, nadie tiene un botón que active las nubes, sino de las respuestas para bancar a un sector enorme y su impacto socioeconómico en el interior. La devastación que produce el clima no parece ser dimensionada ni colocada en agenda como primer problema nacional.
Ya corren algunas herramientas de apoyo, subsidios, alivios fiscales, parches que el campo dirá que no alcanzan, pero no hay una presencia agobiante del Estado proporcional a la hostilidad del clima. Más acompañamiento, más política. No abundan las recorridas por la tierra quebrada, los cultivos enanos, las lagunas desaparecidas.
En ésta, el campo, como sujeto político, quedó en indefenso y permeable, y la política con chances de fertilidad. La oportunidad está a mano de cualquiera que dimensione el perjuicio de un gran número de productores. El gobierno provincial está encima del tema y apostó de arranque para que la Nación banque con medidas el grueso de semejante problema, aunque pasaron las semanas y no se plantó con ímpetu ante la Casa Rosada para exigir más soluciones, como ocurrió en otros contextos. Algunas entidades rurales han señalado esto por lo bajo.
En tanto, a nivel nacional, el timming habitual de Sergio Massa no apareció. No hay mejor escenario de mostrarse como un superministro que subirse a un helicóptero, señalar el terreno arrasado y bajar con alguna solución. Parece haber sepultado del todo aquel mote de superministro y cultivar el perfil bajo para no ensalzar las especulaciones electorales. Hasta ahora dejó todo en manos de su ministro de Agricultura, José Bahillo, pero la Mesa de Enlace sigue pidiendo por él.
La oportunidad parece doble para un peronismo que hizo un esfuerzo por acercarse hacia el campo en diferentes niveles y tribus; hasta el kirchnerismo con el ministro del Interior Eduardo De Pedro lo intentó. Igualmente, algo habrá. Al anunciar el Programa de Fortalecimiento Productivo Argentino en Entre Ríos, el ministro de Economía prometió que la semana que viene visitará el norte de Santa Fe donde la ganadería la pasa muy mal y se ve obligado a vender el ganado antes de que se muera. No detalló medidas, pero prometió estar. Se verá que alcance e impacto le resulta.
La crudeza del relato la puede repasar en silencio el Estado: la soja que no creció, la que se secó, ya no volverá a nacer. Grano que no salió, grano que no se liquidará. Nada puede hacerse con los caídos, sí con los heridos. En el fondo, hay algo de 'esperar a que Dios provea', y que no se evapore el oxígeno de la economía que queda en pie.