Las dos coaliciones políticas dominantes, el Frente de Todos y Juntos por el Cambio, tienen necesidad de llegar unidas a las próximas elecciones presidenciales porque ninguno de los partidos políticos que las integran tiene posibilidad de ganar por separado. El problema es que ambas alianzas han demostrado poca idoneidad a la hora de gobernar y generan poca confianza en el electorado argentino.
En el oficialismo se pelean porque avizoran la posibilidad de una derrota. En la oposición se pelean porque atisban la posibilidad de una victoria. La dirigencia política entró en “modo campaña” de manera anticipada cuando todavía falta más de un año para el cierre de las listas y la mayoría de la población se encuentra en “modo supervivencia.”
Al Presidente lo corren por derecha y por izquierda, desde adentro y desde afuera, trabajadores y empresarios, organizaciones sociales y sindicatos.
“Desorientado” es la palabra que más se escucha en los estudios de opinión pública cuando se solicita a los entrevistados que describan al gobierno de Alberto Fernández. La imagen del gobierno cae como si no tuviera fondo, a la misma velocidad que aumentan los precios, como si no tuvieran techo.
La oposición se jacta de tener varios candidatos presidenciales, demasiados. Sin embargo, ninguno despierta el entusiasmo de los votantes porque perciben que lo que convoca a la dirigencia política a forjar alianzas no es un conjunto de valores y de propuestas de gobierno sino la ambición de poder y el desprecio por el adversario.
Mientras ellos se pelean…
Mientras las dos coaliciones dominantes se enredan en debates internos, crece la expectativa por el surgimiento de algo nuevo. Montado sobre el descontento latente de la población y apelando a un discurso disruptivo, Javier Milei construye la imagen de un personaje desfachatado, irreverente y rebelde.
Poco importa a los votantes si lo que propone el diputado “anti casta” es coherente, realista o conveniente. Para algunos, especialmente para los más jóvenes, votar a Milei es “divertido” e incluso lo asumen como un acto de rebelión.
Luego de sorprender en las elecciones legislativas obteniendo el apoyo del 17% de los porteños, Milei se envalentonó y asegura que va por la presidencia. Su mayor logro hasta ahora es haber conseguido que los medios de comunicación y la dirigencia política se refieran a él como “el fenómeno Milei”. Esta caracterización le viene como anillo al dedo ya que refuerza su posicionamiento como “outsider”.
Un “fenómeno” es un suceso extraordinario, una experiencia que escapa de “lo común”. Etimológicamente, la palabra proviene del griego phaenomenon que significa “apariencia”. Milei “aparece” en la escena política como un actor externo, excéntrico y disruptivo. Los “fenómenos”, sin embargo, tienen la virtud de ser manifestaciones pasajeras, acontecimientos limitados en tiempo y espacio.
Lo interesante de esta caracterización es que en Argentina el término se utiliza, además, para referirse positivamente a las personas que resultan muy “simpáticas”. “Es un fenómeno”, solemos decir cuando nos referimos cariñosamente a un amigo. Esta definición lo acerca a muchos votantes que lo perciben como “un tipo de clase media”.
¿Es Milei una figura transitoria, un fenómeno de las elecciones de medio término que sirvió para canalizar la bronca y el enojo con la política en un momento determinado?
En Argentina existen varios ejemplos de “fenómenos” que irrumpieron en la política pero no lograron superar esa condición transitoria. Uno de los casos más recordados es el de Francisco De Narváez cuando venció a Néstor Kirchner en las elecciones legislativas de 2009.
El desafío de Milei es parecido al que alguna vez tuvieron Donald Trump y Jair Bolsonaro: evolucionar hacia un estado de mayor estabilidad y permanencia sin perder la capacidad de sorprender, marcar agenda y generar expectativas.
Milei interpela a los potenciales votantes de Juntos y pone nervioso a los dirigentes que aspiran a posicionarse como representantes de ese espacio. “¿Qué hacemos con Milei?” se preguntan tanto los dirigentes del PRO como los principales dirigentes de la UCR.
Una alianza con Milei terminaría de diluir la difusa identidad del radicalismo. Sin embargo, Milei atrae tanto a Mauricio Macri como a la presidenta del PRO, Patricia Bullrich. Ambos se sienten identificados con muchas de las ideas “libertarias” e individualistas que expresa sin pudor el diputado.
Cualquier acuerdo con el “establishment” perjudicaría a Milei en este momento. Por eso, mientras ellos se pelean, Milei apuesta a subirse el precio para llegar bien parado al cierre de alianzas electorales en 2023.
En los estudios de opinión pública que hacemos desde Reyes-Filadoro en todo el país, algunos votantes describen a Milei como “un loco lindo”, una persona “coherente”, “genuina”, “con buenas ideas”, pero también lo describen como “un freak”, una persona impredecible e inestable emocionalmente que sería incapaz de trabajar en equipo. “Me gusta, pero no lo votaría”, repiten personas que tienen imagen positiva de él pero desconfían de su capacidad para liderar un gobierno.
El crecimiento que registra en las encuestas de opinión es volátil y frágil. Milei es, por ahora, un candidato de imagen. Tan pronto como sube puede caer. Transformar imagen positiva en votos requiere más que carisma e “ideas locas”.
Por el momento, solo existen dos dirigentes en el país capaces de trasladar directamente su imagen positiva a votos: Cristina Kirchner y Mauricio Macri. Cada uno conserva el apoyo de más de un tercio de la población. Las dos coaliciones mayoritarias dependen todavía de su capacidad de liderazgo para sobrevivir y persuadir al tercio restante. Hasta ahora han demostrado creatividad y flexibilidad para forjar alianzas. ¿Cuál es el límite?