“No hay imposibles cuando jugamos en equipo”. El eslogan de la campaña institucional que lanzó el Gobierno para montarse, de alguna manera, en la ola mundialista que acapara la atención del pueblo más futbolero del planeta -una categoría incomprobable, pero no descabellada- presenta un par de problemas: tiene gusto a Cambiemos y choca contra la feroz interna de una administración que poco se parece a un plantel que encara sus compromisos y enfrenta sus adversidades bien ensamblado.
Como adelantó el viernes pasado Letra P en su especial sobre el Negocio Mundial, el objetivo de la Casa Rosada era captar algo de la mística del equipo de Leo Messi, abrupta e inesperadamente desinflada por la derrota histórica ante Arabia Saudita. Para eso, el domingo, con la inauguración de la Copa del Mundo, pautó en medios y plataformas una campaña que vincula algunas de las políticas públicas que entiende exitosas –por caso, las que desarrolló en materia de salud, obras y vivienda– con el espíritu de equipo.
“Allá en Qatar nos representan ellos”, arranca la locución sobre imágenes de la Selección y enseguida aclara: “Pero ojo, que acá también tenemos grandes equipos”. Le siguen a esa frase imágenes de profesionales de la medicina, docentes, obreros y obreras de la construcción y un relato construido en base a metáforas futboleras (“A estos 11 les tirás un ladrillo y te devuelven una pared”).
El de equipo es un concepto que se ve amarilleado, un poco por viejo y otro poco porque fue central y fundacional en el relato que rigió la era de Cambiemos en el poder. El 2 de diciembre de 2015, ocho días antes de instalarse en la Casa Rosada, Mauricio Macri lanzó la enormidad que lo convertiría en esclavo de sus palabras: el entonces todavía presidente electo presentó a su gabinete como “el mejor equipo de los últimos 50 años”.
El fracaso del experimento no acobardó a las principales figuras del proyecto PRO, que murieron con la muletilla puesta. En mayo de 2019, la por entonces todavía gobernadora de Buenos Aires, María Eugenia Vidal, ya lanzada a la reelección que no podría conseguir, contó, arrancando desde la primera gestión amarilla en la Ciudad de Buenos Aires, “11 años trabajando en equipo, en la misma dirección y con los mismos valores”. Durante sus años de bonaerense orgullosa, Vidal metió eso del trabajo en equipo hasta en la sopa.
Se entiende la tentación del Gobierno de subirse a la ola qatarí y la del equipo creativo de apelar a la jerga del deporte que por estas horas desvela a un país: el partido Argentina - Arabia Saudita hizo, entre los dos canales que lo transmitieron, 55,5 puntos de rating, una montaña de audiencia con la que no pudo soñar ni el mejor Tinelli en los 90.
Se entiende, también, la decisión de recurrir al concepto de juego en equipo, traducción futbolera de “unidad”, la palabra que ha gastado el presidente Alberto Fernández desde que el Frente de Todos es lo menos parecido a un equipo, deshilachado por las tensiones internas que convirtieron a la coalición y a su gobierno en un invertebrado en el que cada quien atiende su propio juego.
Como ha apuntado Letra P, el jefe de Estado se ha cansado de llamar a la unidad, que es más o menos como convocar a jugar en equipo. “No hay imposibles cuando jugamos en equipo”, dice el Gobierno en sus spots mundialistas y hay que darle la derecha. El problema es que lo que se le ha tornado imposible es, justamente, jugar en equipo.