CÓRDOBA (Corresponsalía) El candidato a gobernador de Hacemos por Córdoba (HxC), Martín Llaryora, pondrá en marcha una nueva faceta de su plan de instalación en los dos últimos meses del año donde, supuestamente, se acaba la política por el monopolio del Mundial de Fútbol sobre la atención del electorado. El equipo del también intendente capitalino promete parar dos horas, solo para ver los partidos de la Scaloneta. Comenzará la etapa en la que se espera un festival de inauguraciones, mientras se aceitan los engranajes de la maquinaria peronista.
La primera semana de noviembre (estaba reservado el 3), la liturgia confluirá en uno de los actos más ambiciosos de los últimos meses del Partido Justicialista cordobés. El gobernador Juan Schiaretti y Llaryora serán la punta de una estrella que se complementará con la presencia de autoridades partidarias, municipales y legisladoras y legisladores nacionales y provinciales. El primero, vestirá ropas de candidato a presidente; su delfín, las de gobernador. Después de ese baño consagratorio, la dupla se moverá en espejo. Los discursos, las piezas publicitarias, las acciones, tendrán la armonía de la “continuidad”.
Quienes cincelan la campaña piden reservar la palabra “lanzamiento” para el momento en el que Llaryora se presente en sociedad como candidato de HxC. Un eufemismo que no pretende activar dudas, sino aprovechar el escenario de efervescencia que sacudirá a Juntos por el Cambio (JxC). En marzo, cuando la oposición esté organizando la interna o peleando por la lapicera, el sanfrancisqueño se meterá de lleno en la campaña.
Con todo, noviembre y diciembre serán claves. El formato no variará: de lunes a viernes, Llaryora se dedicará a la gestión de la ciudad; y durante los fines de semanas cruzará los límites de la avenida de Circunvalación. La prioridad será el área metropolitana, el llamado conurbano cordobés. En paralelo, continuarán las expresiones orgánicas del PJ montando actos donde lo proclamarán como el candidato único a la gobernación.
Este viernes por la noche, el intendente de San Francisco, Damián “Peta” Bernarte, agitará la consigna detrás de la que ya se encolumna todo el cordobesismo. Este ejemplo muestra una pata central de la estrategia. El intendentismo será vocero de la proclama, dentro de los límites orgánicos que impone el verticalismo peronista, puesto en entredichos meses atrás con el festival de juntas promotoras.
En paralelo, el gobernador será protagonista de esta etapa de precampaña de Llaryora. En noviembre, el esquema mediático será central porque aparecerán spots donde Schiaretti se presentará como el hombre que Argentina necesita, enemigo de la grieta; y hará lo que José Manuel de la Sota hizo con él en la campaña de 2007: resaltará las bondades de su sucesor.
El eje es previsible. Jugarán con la dicotomía “hacer” versus “hablar”. El blanco es el precandidato a gobernador cambiemista Luis Juez. El mensaje subterráneo será que la oratoria solo es una capacidad bien ponderada en los ámbitos legislativos.
Los focus group encargados por Schiaretti no solo se concentran en el candidato y sus rivales. Exploran, a su vez, en posibles estrategias a seguir para garantizarse el resultado provincial en un escenario de renovación peronista y consolidación de JxC en el mapa de coaliciones del distrito.
Una de las preguntas planteadas busca resolver el problema que tiene un líder para transferir el apoyo popular en un sucesor. “¿De qué manera se puede poner en valor el prestigio de Schiaretti para que rinda en las urnas?”, sintetizaba el tópico a Letra P una influyente fuente del llaryorismo.
Si se tiene en cuenta que el plan nacional de Schiaretti no invita a pensar que exista una preocupación más fuerte que la de asegurar la sucesión peronista en la provincia, comienza a picar una vieja versión que causó fuerte malestar en el aludido: “Schiaretti, intendente”. Fue la propia senadora Alejandra Vigo la que desactivó esa opción en una reunión en las instalaciones del Instituto Diseñando Ciudad, a comienzos del otoño.
Del menú de opciones, la variante capitalina es más improbable que la propia versión presidencial. De todas formas, en la mesa de colaboradores del intendente Llaryora observan con atención “el modelo Pedro Dellarossa”, que puso de manifiesto en las elecciones municipales de Marcos Juárez que Schiaretti no pudo transferir sus más de 70 puntos de popularidad a una candidata que ya era reconocida y bien valorada. JxC ganó por una diferencia de 17 puntos en el kilómetro cero del cambio frente a un mandatario que puso todo y ejercitó sin suerte la transversalidad que busca en el plano nacional al elegir a una afiliada del PRO para encabezar su oferta.
“Dellarossa y Cristina Fernández lograron que sus candidatos ganaran porque se ubicaron en la boleta ejecutiva como escoltas, pero ninguno de ellos dijo ‘votá a Sara Majorel’; ‘votá a Alberto Fernández’. Ambos dijeron ‘votame a mí’”, resumía un alfil de Llaryora la importancia de que Schiaretti tuviera presencia en el cuarto oscuro.
Que esta opción continúe dentro del mazo del llaryorismo rehabilita la especulación sobre las inseguridades del peronismo para la campaña que se viene, en especial, si JxC se mantiene unido. Retrucan estas lecturas al asegurar que el plano territorial no preocupa, porque controlan casi dos tercios de los municipios en la provincia y relativizan el impacto que pueda llegar a tener la vigencia de la prohibición de otra reelección para quienes llevan más de dos mandatos consecutivos al frente de sus municipios. Lo sitúan en el orden del 8% del electorado.
El resto de las variables sueltas –habrá PASO o no; fecha electoral provincial y municipal; comicios juntos o separados- no permite grandes juegos. El plan bimestral de Llaryora tendrá como columna vertebral al peronismo y una cabeza doble que coincide que llegó el momento de hacer política para retener el poder en 2023.