El lunes, el papa Francisco tendrá sobre su escritorio la renuncia de Carlos Ñáñez al gobierno pastoral de la arquidiócesis de Córdoba, lo que abre una ventana de incertidumbre vernácula sobre la confirmación del prelado por un tiempo más o la activación inmediata de los mecanismos vaticanos para la elección de un sucesor para la segunda jurisdicción episcopal más importante detrás de Buenos Aires.
La expectativa por saber quién se hará cargo de esta arquidiócesis metropolitana -con otras cinco diócesis sufragañas bajo su órbita (Cruz del Eje, Deán Funes, San Francisco, Río Cuarto y Villa María)- no es poca, dado que el elegido tendrá peso específico en las elecciones episcopales; que ya fueron postergadas dos veces por la pandemia y, al parecer, se harán en noviembre, con un retraso de un año y mandatos prolongados ad hoc en todas sus líneas, incluso en la mesa ejecutiva.
El propio Ñáñez precipitó la transición al anticipar en abril, durante la Semana Santa cristiana, que remitiría en agosto su dimisión por edad al pontífice tal como lo establece el Código de Derecho Canónico al cumplir los 75 años. El arzobispo cordobés acompañó su anuncio con una suplica: nada de carrerismo, discordias e interna eclesiástica a la espera de la designación del nuevo pastor.
La idea del prelado de un proceso de transición “ordenado” sucumbió en la maraña de las pujas terrenales y el clericalismo. Fue así que aparecieron nombres de autopostulados y creció el run run sobre candidatos “naturales” y “tapados”. También se hizo más evidente la interna silenciosa entre bergoglistas y ratzingeristas, fieles al papa emérito, y algún que otro juanpablista que por edad podría terciar. No faltaron, tampoco, las sugerencias político partidarias externas a fin de incluir algún “amigo del poder” en una eventual terna a elevar al Vaticano.
Tucho Fernández, actual arzobispo de La Plata considerado el interprete de la doctrina Francisco en el país, corre con ventaja por su cercanía con Jorge Bergoglio y por ser nativo de Córdoba. Pese a haber nacido en Alcira Gigena, un sector del clero de la provincia ha manifestado reservas a su probable desembarco en la sede episcopal mediterránea, aunque sin profundizar sobre los porqué de esta resistencia. Puertas adentro y ante una consulta de Letra P, clérigos de La Docta confiesan que causa malestar su “doble interés” de sentarse en la Cátedra cordobesa y de irse a Roma para alguna misión junto al pontífice.
Fuentes eclesiásticas consultas por Letra P pusieron en la lista de candidatos “lógicos” a suceder a Ñáñez a Pedro Torres, uno de sus dos obispos auxiliares (el otro es Ricardo Seirutti), para darle continuidad al legado y a la línea moderada de su predecesor. Cordobés, de 60 años, el prelado tiene predicamento en la comunidad local, ha colaborado para bajar la efervescencia social durante los saqueos de 2013 y habitualmente opina sobre temas de coyuntura en medios locales. También tiene una alta consideración entre sus pares de la Conferencia Episcopal Argentina por el fomento del diálogo entre los credos.
Alguna de sus reflexiones “pastorales” hicieron ruido político y dieron a interpretaciones diversas a uno y otro lado de la grieta. El ejemplo más reciente fue en la Pascua de este año, cuando advirtió -sin dar nombres- que no hay compromiso con el bien común cuando se “busca el propio interés por caminos deshonestos, pisoteando la justicia, usando la violencia o pretendiendo tener una superioridad personal o de grupo que le suponga la impunidad y el vale todo".

Torres y Buenanueva, dos de los eventuales candidatos
La lista de candidatos “naturales” se completa con otros obispos de la región como Sergio Buenanueva (San Francisco), quien instrumenta los protocolos de prevención de abusos en la Iglesia propuesto por el papa y es una pluma respetada a la hora de redactar documentos eclesiásticos de contenido social; Adolfo Uriona (Villa María), representante de la Región Centro en los plenarios episcopales y embarrado en las realidades de los sectores más vulnerables, y Samuel Jofré (Villa María), de línea más conservadora, quien fue nombrado obispo por Benedicto XVI el mismo día en que el papa alemán renunció al pontificado.
En ambientes eclesiásticos incluyen entre los “tapados” para esa sede episcopal a otro cordobés, Enrique Martínez Ossola, actual auxiliar de Santiago del Estero. Bergoglio lo conoce muy bien porque, además de nombrarlo obispo, fue uno de los tres jóvenes seminaristas de la diócesis de La Rioja que, en la década del 70, el entonces provincial de los jesuitas ocultó en el Colegio Máximo, de la localidad bonaerense de San Miguel, a pedido de Enrique Angelelli, declarado por la Iglesia beato mártir de la dictadura militar.
Fuentes eclesiásticas vaticanas aseguraron a Letra P que Francisco sigue discerniendo quién es el mejor candidato para gobernar la arquidiócesis de Córdoba, pero que “no tardará mucho” en hacer pública su decisión. Asimismo, indicaron que en su tierra natal prioriza las designaciones en las sedes episcopales vacantes, como el caso de Avellaneda-Lanús, de inminente anuncio, y después prosigue con aquellas en las que los diocesanos presentan sus renuncias por edad.
Ñáñez, el arzobispo renunciante, sucedió al cardenal Raúl Primatesta en 1999 y, en sus 22 años en el poder episcopal cordobés, convivió con solo dos gobernadores en seis mandatos alternados: Juan Manuel de la Sota, con quien tuvo varios roces por temas de coyuntura y una dispar lectura de la realidad sociopolítica provincial, y Juan Schiaretti, con quien matizó mejor sus diferencias por ser viejos conocidos del Liceo Militar General Paz, por el que ambos pasaron en su adolescencia.
Recientemente, Ñáñez mostró que todavía no se siente un jubilado al hacer una arenga sobre cómo hay que afrontar la pospandemia en la provincia delante de dirigentes de diversos sectores, entre ellos, la referente local de Barrios de Pie Silvia Quevedo, la diputada nacional Soledad Carrizo (UCR-Juntos por Córdoba), el viceintendente capitalino Daniel Passerini (PJ) y el concejal de extracción sindical Gustavo Pedrocca (Hacemos por Córdoba). “Apostar a la grieta es suicida, porque hace una sociedad y un país inviables; por eso, me parece que es una enorme irresponsabilidad apostar a eso; al contrario, tenemos que procurar el encuentro”, espetó el prelado cordobés.