TENSIÓN REGIONAL

Fernández resiste el reto de Lacalle Pou y escala la peor crisis del Mercosur

Argentina rechazó la decisión uruguaya de negociar libre comercio a espaldas del bloque. Ahora preside Bolsonaro. Brasil arde en internas. La sombra de China.

La guerra quedó declarada en el Mercosur: a la decisión de Uruguay de avanzar individualmente en negociaciones de libre comercio, desafiando la normativa del bloque, el presidente Alberto Fernández ratificó este jueves la decisión de la Argentina de resistir el desafío y dar pelea por su idea de lo que este debe seguir siendo: una unión aduanera que se plante unida frente a socios y competidores. Así lo dijo el mandatario en la apertura de la cumbre en la que le pasó la presidencia pro tempore a su par brasileño, Jair Bolsonaro.

 

La cita, a diferencia de las anteriores, no fue transmitida por streaming más que en el discurso de apertura.

 

Ese fue un modo de evitar que el desplante del miércoles de Luis Lacalle Pou derivara en un escándalo público como el registrado a fines de marzo, cuando reprendió al mandatario uruguayo por haberse referido a la Argentina como "un lastre" para el bloque y directamente lo invitó a "tomar otro barco".

 

 

La crisis -la mayor en la historia de un club de socios que desde hace tiempo viene más atravesado por desacuerdos severos- estalló el miércoles, cuando el canciller oriental, Francisco Bustillo, anunció, al margen de la LVIII Reunión Ordinaria del Consejo del Mercado Común, donde los cancilleres aún intentaban alcanzar una fórmula común, que su país comenzaría a negociar tratados de libre comercio a espaldas de sus socios.

 

Ese funcionario justificó su modo poco amigable de patear el tablero en que los periodistas le pedían una definición, pero esa había sido la orden del presidente liberal de Uruguay: romper todo si la discusión sobre la flexibilización del bloque se empantanaba.

 

Lo que está en juego es un tema mayúsculo, que excede incluso a la reducción del Arancel Externo Común (AEC) que reclama Brasil y sobre la que, según Fernández, la presidencia rotativa argentina logró un acuerdo "en el 75% de las posiciones". Se trata de si el Mercosur seguirá siendo una unión aduanera –aunque imperfecta por las perforaciones del AEC– o retrocede a una mera zona de libre comercio, en la que los Estados miembros pueden negociar nuevos tratados por las suyas y privar así de la preferencia de mercado que los socios gozan hoy en el espacio común.

 

Lacalle Pou pretende pactar el libre comercio con China, posibilidad que provoca fuerte rechazo en las industrias de Argentina y Brasil. En el gobierno de Bolsonaro, sin embargo, la idea de una flexibilización radical causa una interna feroz: el ministro de Economía, Paulo Guedes, defiende la postura de Montevideo, la Cancillería la rechaza por ser ajena al Tratado de Asunción y el ala militar sigue el tema con recelo, sin problemas con la causa del libre comercio, pero opuesta a cualquier minimización de un bloque regional que, en su mirada, también constituye un ancla valiosa para la seguridad regional.

 

En su discurso de apertura, Fernández dijo que "el camino es cumplir con el Tratado de Asunción, negociar juntos con terceros países o bloques y respetar la figura del consenso". "Creemos en la defensa del Estado de derecho; todos somos parte de Estados de derecho. El consenso es el camino más racional", abundó. Respondió, así, al endeble argumento jurídico de Montevideo: que la obligación de negociar en conjunto surge de la Decisión 32/00 del Consejo del Mercado Común, pero la misma no rige para Uruguay por no haber sido "internalizada" en su sistema legal.

 

Para Argentina, Paraguay y la Cancillería de Brasil, esas decisiones no requieren de internalización alguna y la mencionada regla surge, en realidad, del artículo 1 del capítulo I del Tratado de Asunción, que sí ha sido internalizado por las partes.

 

 

La flojedad de papeles del argumento oriental queda en evidencia cuando se recuerda que el objetivo de flexibilizar el bloque no nació con Lacalle Pou sino que fue defendido por Jorge Batlle, Tabaré Vázquez y hasta José Mujica, sin que ninguno de ellos haya avanzado de un modo semejante.

 

Una estrategia de apertura multilateral, a la chilena, puede tener sentido para un país de tres millones y medio de habitantes cuyas principales actividades son las exportaciones de productos primarios, el turismo y los servicios financieros y que prácticamente carece de una industria que proteger. Eso no es así para Argentina y Brasil, que, sometidos a la competencia de la industria de China y otros países de mano de obra ultrabarata y desprotección laboral, sufrirían una disparada del desempleo de impredecibles consecuencias sociales. Paraguay tampoco quiere romper con la regla del consenso. Uruguay hace bien en perseguir lo que considera su interés nacional, pero no puede imponerlo por encima del de sus socios.

 

Acusado de proteccionismo, Fernández ponderó en su discurso el avance durante su presidencia rotativa de la negociación en pos de una reducción del AEC –centrado en los insumos y manteniendo la protección para los bienes finales– menos ambiciosa que la perseguida por Brasil, pero de cualquier modo relevante. Asimismo, una fuente oficial contactada por Letra P destacó el reinicio del diálogo con Corea del Sur –uno que Argentina teme por sus consecuencias sobre la industria local– en la medida en que lo permitió la evolución de la pandemia y, en la misma línea, la continuidad de las negociaciones en curso y la apertura de contactos con la Unión Africana (UA) y República Dominicana.

 

La fuente recordó que el país ya aceptó una forma de flexibilización para atender los pedidos de los socios más librecambistas, esto es, la posibilidad de que cada país negocie acuerdos con terceras partes a diferentes velocidades, como ya ocurre con Corea del Sur. Sin embargo, Argentina defiende el principio de que eso se autorice caso por caso y no de modo general, algo que también equivaldría a una ruptura del Mercosur tal como se lo conoce.

 

Nada de eso es suficiente para Lacalle Pou, que apuesta a formatear el Mercosur a su gusto de la mano de Bolsonaro y Guedes. Parte de la pelea por venir en los próximos seis meses de titularidad brasileña se jugará en la relación de fuerzas entre un presidente desgastado, sometido a investigaciones de corrupción y amenazado con un juicio político, y un sector industrial que ya condenó la movida uruguaya.

 

La disputa recién comienza.

 

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