Todo. Así de simple y traumático. Miguel Lifschitz acumulaba y ostentaba poder, lo que les impedía a aliados y adversarios autonomía de movimientos.Como dice Byung-Chul Han en su tratado Sobre el poder: “El poder del yo restringe la libertad del otro”. Y eso precisamente era lo que ocasionaba el exgobernador.
En el presente, las elecciones. Su figura, por un lado, impedía lo que los socios radicales querían conformar: un frente de frentes para derrotar al peronismo. Esa posibilidad, sin el opositor con mayor volumen electoral, era como la Selección sin Messi. A la vez, su no aceptación, partía el voto no peronista, lo que generaba mayores chances de triunfo al oficialismo provincial.
Por otro lado, la tentación de batacazo: si el Frente Progresista tenía alguna posibilidad de mechar la polarización internacional que también derrama en Argentina, era con Lifschitz a la cabeza. En las tres ciudades donde lo medimos recientemente, frente a un candidato del Frente Todos y otro de Juntos por el Cambio, enunciando en las opciones nombre y partido, es decir, un escenario más de Generales que de PASO, le sacaba no menos de 10 puntos al segundo.
Sin embargo, quedaba la campaña por delante con la consiguiente artillería pesada de los partidos nacionales, lo que tornaba esa posibilidad en una tarea ardua de alcanzar, tarea que ni siquiera Hermes Binner, político que alcanzó niveles de aprobación records sostenidamente en la provincia, pudo materializar en 2015 quedando en un cuarto lugar. Ese antecedente, que marcó el final de la carrera política del también exgobernador fallecido, posiblemente retumbaba en la cabeza y en las aspiraciones 2023 de Lifschitz, lo que sembraba dudas sobre su participación en la competición electoral de este año.
Sin su presencia, la oferta electoral se reacomodará, lo que impactará en un doble sentido: se resienten las chances de triunfo para el peronismo y, a su vez, se rediagramará el juego de alianzas opositoras. Lo que suceda en este último sentido, generará consecuencias de cara al futuro y repercutirá en tres planos:
-En la reconfiguración del escenario político provincial: desde hace 10 años aproximadamente la política santafesina se ordena en un esquema de tercios competitivos, donde los tres partidos/frentes tuvieron momentos de gloria y de derrotas. Esto no implica que el Frente Progresista vaya a desaparecer, pero sí que sufra un desnivel político-electoral al perder a su máxima referencia. Al menos por un tiempo.
-En el plano coalicional: posiblemente se reordene el sistema de alianzas al interior del Frente Progresista. Las dudas se focalizan principalmente en tres sectores que ostentan poder: el actual intendente de Santa Fe, Emilio Jatón, el actual intendente de Rosario, Pablo Javkin, y la principal línea radical frentista, el NEO. ¿Verán con mejores ojos ahora la idea de un gran frente de frentes o se mantendrán dentro del Frente Progresista a disputar seriamente el liderazgo de la coalición que hasta aquí lo ejercía el socialismo?
-En el plano partidario interno, es decir, al interior del socialismo: ¿cobrarán fuerzas figuras emergentes que Lifschitz venía potenciando desde la Cámara de Diputados o retomarán el control las figuras más instaladas, pero con derrotas electorales resonantes en el pasado recientes, como fue la de Antonio Bonfatti y Mónica Fein? Tal vez un mix ya que necesitan de todos y cada uno, pero ¿quién liderará?
El escenario de tercios provinciales durante diez años fue dinámica pura: en el 2011 Bonfatti ganó la gobernación por escaso margen; en 2013 Binner triunfó en las elecciones a Diputado Nacional, el último logro del Frente Progresista en ese rango; en 2015 Lifschitz llegó a la gobernación por un escasísimo margen, pero el Frente perdió en ambas categorías nacionales en manos del Peronismo, emergiendo triunfadores Omar Perotti y Marcos Cleri. En 2017, triunfó Cambiemos para Diputados Nacionales con un candidato completamente desconocido. En 2019 Omar Perotti alcanzó la gobernación mientras que la categoría a Diputados Nacionales se la quedó Juntos por el Cambio con Federico Angelini a la cabeza.
Esto refleja con claridad la competitividad de los tres espacios, y el juego de niveles y desniveles electorales que daban cuerpo a los tercios y estructuraron la vida política de Santa Fe en estos diez últimos años, orden que se desconfigura y tambalea pero que ya se encuentra en proceso de reconfiguración abriendo paso a un nuevo escenario político-electoral.