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¿Chau, chau, chau, chauuuuuuu?

De Bolívar a tierra porteña. Típico “self-made man”, amado y criticado, hoy la audiencia le dice basta. ¿El fin de los 90, 20 años después?

Su trayectoria se inició como periodista deportivo de la mano de José María Muñoz y Juan Alberto Badía, pero su consolidación en el star system televisivo local llegó a partir de la conducción de Videomatch, un programa que se emitía a principios de los 90´ en la recién privatizada señal Telefe, un producto hecho con bajo presupuesto que logró captar a la audiencia nocturna. Así arrancaba la temporada de Marcelo Hugo Tinelli en la vida cultural, política y social del país. Líder indiscutido de audiencia durante la larga década neoliberal, el conductor se afianzó en la pantalla con dos productos que gobernaron el prime time televisivo: Videomatch y Ritmo de la Noche, Aunque, sin duda, el primero fue el que lo catapultó a la fama y lo convirtió en un referente nacional.

 

La risa se convirtió en el lei motiv de sus programas y la ridiculización, en su mejor escudero. Las bromas pesadas, el componente homofóbico y sexista de las interpelaciones, el chiste fácil y lo grosero nutrieron y moldearon un estilo de “ser popular”, introducirse un alfajor entero en la boca, cortar la pollera de modelos reconocidas, rodearse de los deportistas más destacados o codearse con figuras políticas del momento. Todos querían ser tocados por la varita mágica del conductor. Uno de los hitos fue la parodia denominada “Gran Cuñado”, que se emitió por primera vez en 2001 y contó con varias ediciones posteriores. Con un gran despliegue artístico y de producción, ingresaron a la “casa más famosa del país” los políticos más relevantes de esos años. El hecho más destacado fue la presencia del entonces presidente Fernando de La Rúa, que luego acusaría a Tinelli de desestabilizar a su gobierno, tras su paso por el programa. La cruda realidad política, social y económica abofeteó a la ciudadanía esos años. Acostumbrado a leer el humor social, Tinelli y su sequito aguantaron la parada y sumaron, desde la productora Ideas del Sur, contenidos ficcionales como Okupas.

 

En 2005, abandonó Telefe y se instaló en Canal 9. Con el cambio de señal, llegó un nuevo nombre Showmatch. El idilio duró un año: en 2006, El Trece le compró el pase a Marcelo y el romance se extendió, al menos, por 15 años.

 

En la emisora de Constitución, Tinelli repitió la fórmula hasta el cansancio, fluctuó entre el elemento original y novedoso y los éxitos ya probados, reeditó el Gran Cuñado y en 2009 colaboró para instalar en la escena pública al entonces empresario y candidato a legislador Francisco De Narváez con su “Alica, alicate”. Todos estos procesos acuñaron el término “tinelización de la política”, es decir la existencia de barreras difusas entre la política y el espectáculo y el uso, por parte de los actores políticos, de los códigos de las celebrities mediáticas para estar más cerca de “la gente”.

 

Como bien se sabe, la marca registrada de sus años en el canal perteneciente al Grupo Clarín fueron las mil y una versiones del formato “Bailando por un sueño”, por el cual desfilaron y se consagraron personajes de la farándula autóctona que cada noche se desafiaban en la pista de baile con diferentes ritmos, aunque lo jugoso quedaba detrás de escena: romances, peleas entre los participantes y los jurados y una serie de programas satélites que se alimentaban como sanguijuelas.

 

Sin embargo, en algún momento de la aventura Tinelli olvidó sumar a las audiencias. Los modos de ver y de consumir contenidos audiovisuales mutaron al calor de transformaciones tecnológicas, la aparición de dispositivos y de redes sociales digitales que capturan parte de la vida y de la conversación social. Los públicos están atomizados y la fidelización parece cotizar alto en el mercado.

 

¿Se acabó la cultura tinellizada?

El rating por el piso es un síntoma de cambio de época. La audiencia televisiva ya no lo elige y Tinelli no escapa al proceso de reconversión que a tantas personas de a pie le exigió la pandemia. No obstante, cuenta con varios capitales. Hoy, su capital simbólico es el más débil. Su inserción en el mundo del fútbol y su ida y vuelta con el mundo de la política fueron pasos fallidos que desacreditaron su imagen. Dejamos conversar sobre los programas de Tinelli para hablar sobre Tinelli.

 

 

 

¿Acaso el principio del fin haya sido aquella noche de 2007 en la que una participante famosa se negó a que él le cortara la pollerita? Podríamos barajar varios momentos de quiebre, pero lo que está claro es que hace tiempo que no logra empatizar con el público. El saludo a la cámara abriendo su boca y su estilo coloquial ya no hacen eco en los televidentes. No es un caso aislado. Otros conductores icónicos de la televisión de los 90 o 2000 atraviesan momentos similares, como Jorge Rial y Mariana Fabbiani.

 

Ahora bien, ¿cómo llegar a las fibras de la vida cotidiana de la gente? Tinelli perdió la capacidad de convertir a las mayorías en su público. El formato de Showmatch no logró atender la heterogeneidad de lo social. Las discusiones y los gritos que caracterizaron al show ya no atrapan a su principal target, que son mujeres mayores de 45 años de clase media y baja. La gente cambia de canal o va a ver qué pasa en las redes sociales o las dos cosas al mismo tiempo. Es un cambio de hábitos en el consumo audiovisual que la producción no supo explotar.

 

Marcelo Hugo Tinelli tiene una vasta trayectoria en la que acumuló dinero, prestigio y poder. Su reconversión es una incógnita, pero la huella que ha inscripto en el campo cultural es innegable.

 

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