La cuarentena, los medios y la libertad

Vuelvió a cobrar fuerza la dicotomía salud o economía, aunque con un nuevo componente: la libertad individual. La polarización y sus consecuencias.

La irrupción inesperada de la COVID-19 y su denominación como pandemia por parte de la Organización Mundial de la Salud (OMS) implicaron una discontinuidad radical en el devenir de la realidad global. La rápida propagación del virus en todo el mundo y el colapso de los sistemas sanitarios de varios países de Asia y Europa llevaron a los gobiernos a disponer el cierre de sus fronteras y a implementar medidas drásticas, como la suspensión de la mayoría de las actividades consideradas no esenciales y el aislamiento de su población ante la inexistencia de medicamentos para prevenir o curar la enfermedad causada por el coronavirus. Súbitamente, los números de personas infectadas y fallecidas pasaron a ser las noticias más esperadas del día y el tema ocupó los primeros lugares de las agendas de todos los medios de comunicación. La Argentina no fue la excepción y, aunque con fluctuaciones a lo largo del período, tal como arroja el Observatorio de la Universidad de Cuyo y lo han expresado Esteban Zunino y Antonella Arcangeletti, la escena pública mediatizada ha sido prácticamente monopolizada por la pandemia y los acontecimientos con ella relacionados.

 

 

 

El coronavirus es un ejemplo perfecto de lo que Suzanne Staggenborg denomina “evento crítico”. Es decir, un acontecimiento contextualmente dramático cuyo significado general radica en el impacto que tiene tanto en la atención pública cuanto de las elites políticas y en la percepción generalizada de que es necesario accionar de modo urgente. La tipología que construye la autora contempla la emergencia de una epidemia y los eventos políticos y socio-económicos de gran escala, como las crisis económicas. Las definiciones colectivas que les dan sentido a esos hechos tienen profundas implicancias en el curso que toman los acontecimientos. 

 

Más allá de la categorización, lo cierto es que la temprana definición de la pandemia como un evento crítico para la Argentina habilitó al Gobierno a actuar tempranamente y a dictar el Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio (ASPO) asesorado por un comité de médicos/as expertos/as en infectología y epidemiología. Ello permitió ralentizar el ritmo de avance de la enfermedad al tiempo que se procuraba acondicionar al sistema sanitario nacional para recibir a las personas que requirieran internación. 

 

 

 

En ese contexto, los medios de comunicación han cobrado renovada importancia en la definición de la situación que le da sentidos a la pandemia. Los asuntos que tratan como noticia, los actores a quienes legitiman como fuentes autorizadas, las causas, consecuencias y respuestas que proponen para detener el avance del virus colaboran en la construcción de los encuadres que circulan socialmente. En primer lugar, el confinamiento forzado trajo consigo un considerable aumento en el consumo de información. Por primera vez en años, se registró un incremento en el encendido de televisión: el rating de los noticieros y las señales de noticias de cable creció significativamente durante las primeras semanas de asilamiento, tal como lo desarrolló Agustín Espada.

 

Con una agenda mediática cooptada por la evolución de la pandemia, ello dio cuenta del interés de los públicos por la evolución de este asunto. En segundo término, la definición de la situación que predominó en los medios fue inicialmente coherente con la que sostuvo el Poder Ejecutivo Nacional, sobre todo, respecto de las prescripciones morales para hacer frente al avance del virus: “Quedate en casa” se repitió como mantra en cada programa de televisión. No obstante, esta recomendación por parte de conductores, columnistas y especialistas invitados/as no siempre estuvo acompañada por un tratamiento responsable del asunto. Por el contrario, la excesiva atención a historias individuales, tanto como nota de color cuanto para emitir sanciones a ciertas conductas desviadas de la norma, fue en desmedro de un tratamiento estructural y contextualizado del fenómeno que aportara información socialmente relevante para prevenir el avance del virus y evitar, a la vez, sembrar pánico en la población: el joven que subió a Buquebús con síntomas de la enfermedad y la mujer que salió a tomar sol en plena cuarentena son ejemplos elocuentes de este comportamiento.

 

 

 

El impacto económico de la pandemia constituyó un tópico relevante desde los inicios. En parte, debido a que el tratamiento de los asuntos de interés público con foco en las consecuencias económicas que acarrean es un patrón recurrente en las noticias. En este sentido, Martín Becerra señaló en marzo que el falso dilema entre economía y salud, que encontró en Donald Trump, Boris Johnson y Jair Bolsonaro a sus mejores voceros, ya tenía eco entonces en varios columnistas y conductores locales. Como afirma Becerra, “las condiciones de expulsión de vastos sectores sociales de la formalidad económica y del acceso a la salud fueron celebradas, durante años, por los mismos difusores de este argumento que intenta separar orgánicamente la economía de la salud pública, mientras que la evidencia histórica revela que sólo cuando hubo ampliación del derecho al acceso al sistema de salud se mejoró la inclusión económica y social”.

 

De acuerdo con Robert Entman, encuadrar un asunto mediáticamente implica resaltar algunos aspectos y promover una interpretación, de modo que se identifiquen causas y responsables del problema, se lo evalúe moralmente y se propongan acciones para resolverlo. En una controversia política, la apelación a un encuadre invita a apoyar o rechazar a una de las partes en conflicto. Cuando los debates se polarizan, como parece estar sucediendo en los últimos días, los argumentos en disputa se tornan absolutos de modo tal que la aceptación de uno implica la eliminación del otro. Por caso, la dicotomía entre salud y economía y el consecuente respaldo o impugnación de la continuidad de la cuarentena oculta que la crisis de la actividad económica no se solucionará mientras el virus se siga expandiendo.

 

 

 

Transcurridos más de dos meses de aislamiento preventivo, vuelve a cobrar fuerza en los medios la dicotomía entre salud y economía, pero con un nuevo componente: la libertad individual.

 

El 25 de mayo, en coincidencia con el 110° aniversario de la Revolución de Mayo y contradiciendo las medidas de seguridad, se llevó a cabo una manifestación en Plaza de Mayo y una caravana en el partido bonaerense de Tigre bajo la consigna “Una revolución pacífica en auto por nuestros derechos”. Aunque contaron con baja concurrencia, canales de televisión de variada línea editorial enviaron móviles para cubrir en vivo las protestas que, llamativamente, se desarrollaban en las zonas más afectadas por la COVID-19. Los reclamos apuntaban al Gobierno, al cual se responsabilizaba por la restricción a la libertad individual y la retracción de la actividad económica causadas por la cuarentena.

 

 

 

Una versión algo más sofisticada de los argumentos anticuarentena fue desarrollada por Joaquín Morales Solá en su columna del 27 de mayo en el diario La Nación. Allí, acusa al Gobierno de desatender el derrumbe de la actividad económica y advierte que la Argentina cuenta con instituciones menos sólidas que las de los países más importantes del mundo, por lo cual los límites que el aislamiento impone a las libertades individuales conducen a una excesiva concentración de poder en el Presidente.

 

La cuarentena comunitaria dispuesta en Villa Azul, “un lugar pobre y sombrío entre Quilmes y Avellaneda”, es para el periodista el ejemplo más crudo de ese atropello, pues condena a sus habitantes “a vivir en un gueto, a no poder acceder por su propia cuenta a la comida indispensable ni a salir para cuestiones urgentes” e interpela a buena parte de la sociedad argentina, sensible a la vigencia de sus derechos.

 

La definición de la situación en torno a la pandemia que promueve Morales Solá encuentra resonancia cultural en una concepción individual(ista) de la libertad que desplaza el eje del problema. Al poner el foco en el aislamiento y no en la expansión del virus en una población vulnerable y vulnerada como el problema a atender, la preocupación se centra más en los perjuicios que la presencia estatal genera para el libre tránsito y menos en la obligación que le cabe al Estado en la garantía del derecho a la salud.

 

 

 

La mayor visibilidad mediática del hastío derivado del encierro y de la percepción de que las dificultades económicas están asociadas con el aislamiento coincide con la fractura que comienza a vislumbrarse en el seno de las elites políticas en referencia a las medidas de emergencia sanitaria implementadas por el Poder Ejecutivo Nacional. Las noticias centradas en experiencias individuales de emprendedores/as que se ven obligados/as a cerrar sus negocios y los reclamos por una “cuarentena inteligente” en boca de distintas figuras mediáticas se combinan, así, con críticas de variada índole por parte de la oposición política. En el contexto de un aumento significativo en el número de casos de COVID-19, concretamente en las áreas geográficas más críticas, estas disputas por la definición de la situación pueden tener consecuencias políticas y sociales de relevancia.   

 

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