El colapso financiero del lunes fue el punto más dramático de una crisis que para el sector energético comenzó bastante antes, de la mano de la expansión inicial del coronavirus en Asia y de la reducción de la demanda china de petróleo. Lo ocurrido esta semana, sin embargo, producto de una guerra de precios entre dos gigantes al parecer decididos a bombear sin parar para herir de muerte la competencia de los yacimientos no convencionales, pone un enorme signo de interrogación sobre esa gran esperanza argentina que es Vaca Muerta.
Para el gobierno de Alberto Fernández (como antes para Mauricio Macri y aún antes, más embrionariamente, para Cristina Fernández de Kirchner), la explotación de la tercera reserva mundial de gas y la cuarta de petróleo no convencional constituye la gran esperanza de que el país logre superar la histórica restricción de divisas que durante décadas le puso un techo al crecimiento de una economía muy dependiente de partes e insumos importados. Más recientemente, el cepo cambiario establecido en 2011 fue producto directo de la pérdida del autoabastecimiento energético de un país que, en los años precedentes, había apostado demasiado al consumo y muy poco a la inversión.
El lunes, el desplome de casi el 25% del crudo llevó los precios bien por debajo de los 35 dólares por barril. Este martes, esa materia prima rebotaba casi un 9%, pero no lograba recuperar todo el terreno perdido y la previsión de bajos precios permanece, debido a algunas condiciones estructurales: en primer lugar, el peligro de que la epidemia de coronavirus gatille ya no una merma del crecimiento de la economía internacional sino directamente una recesión; en segundo término, la crisis no perderá profundidad mientras dos gigantes del mercado como Arabia Saudita y Rusia no cesen una guerra de precios insostenible para todos los países y empresas con menor resto.
Fuente: Yahoo Finance.
La Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) invitó el último viernes a un gran productor ajeno a su estructura, Rusia, para discutir una reducción del bombeo suficiente como para sostener precios en declinación. Probablemente por consideraciones geopolíticas, el gobierno de Vladímir Putin evitó cualquier compromiso, consciente de que de ese modo desencadenaba una reducción ulterior de los precios y un golpe de consideración al sector del petróleo no convencional de los Estados Unidos, responsable de la revolución energética que hizo autosuficiente a ese país.
Una breve digresión permite constatar, una vez más, que la venganza es un plato que se come frío. Con su país sometido a dolorosas sanciones estadounidenses, en particular contra su sector energético, el vicecanciller ruso Serguéi Riabkov afirmó el 25 de diciembre que "lamentablemente, continúan estos ciclos de aplicación de restricciones a nuestras personas jurídicas y físicas por motivos inventados y sin bases legales. No se puede descartar que continúen el año que viene (...) La respuesta no será retórica. No nos daremos prisa, no es ninguna carrera ni hay plazos para anunciarla". La respuesta llegó.
Serguéi Riabkov, vicecanciller de Rusia.
Sin acuerdo para un recorte entre la OPEP y Rusia, Arabia Saudita, la mayor potencia petrolera del mundo, apostó a desgastar a su rival cambiando drásticamente de estrategia: redujo el precio establecido para sus ventas de abril y anunció que extraería crudo a destajo, lo que causó la debacle. Como Riad es una aliada de Estados Unidos, cabe preguntarse si hay que entrever en ese gesto un intento de presionar a Moscú para que ceda en su postura o si, en cambio, también la monarquía wahabita quiere sacarse de encima la competencia del no convencional.
Por lo pronto, llamó la atención que la movida haya coincidido con una purga al más alto nivel de la casa real, que implicó el arresto de un hermano menor y un sobrino del rey Salmán y una paralela reafirmación del poder del príncipe heredero, el supuestamente modernizador Mohamed Bin Salman.
Mohamed bin Salman (Foto: agencia Reuters).
Mientras para Arabia Saudita la extracción de petróleo tiene un costo de menos de 3 dólares por barril, las técnicas de fracking (fractura hidráulica) que se aplican en las nuevas explotaciones estadounidenses y en Vaca Muerta resultan mucho más caras. Tanto es así que necesitan, para resultar rentables, precios internacionales superiores a los 45 dólares por barril. Vaca Muerta, con un desarrollo tecnológico todavía menor, precisa de algo más, no menos de 50 dólares si se afina mucho el lápiz.
Si varias empresas del no convencional estadounidense perdieron desde comienzos de año el 50% de su valor de mercado (lo que aumenta el riesgo de quiebras y de problemas graves para los bancos que les prestaron cientos de miles de millones de dólares), resulta fácil advertir el daño que esta crisis les hace a las empresas que operan en la Argentina.
Sin embargo, el problema no afecta solo a la promesa de Vaca Muerta; también lo hace a la producción presente de petróleo convencional y a las ocho provincias que, en diferentes medidas, dependen de esa actividad, algo que explica el estado de alarma que se apoderó del Gobierno desde el comienzo de la semana.
Como un ejemplo de eso, YPF, que obtiene el 70% de sus ingresos de la producción convencional y solo el 30% de la de Vaca Muerta, tiene hoy un valor (capitalización de mercado) de unos 2.000 millones de dólares, cuando en 2012, al decidirse su estatización, rondaba los 10.000 millones.